Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 164. Ellos vienen por ti

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 164.
Ellos vienen por ti

Otra noche lluviosa, diferente a aquella en la que recibió por primera vez al padre Jaime Alfaro en su casa en Baton Rouge, la profesora Katherine Winter estaba pasando una velada tranquila; solo ella y su pequeño Ben, de apenas un mes y medio de nacido. Como había sido su rutina casi diaria de las últimas semanas, Katherine se sentaba en una mecedora en el cuarto del pequeño, adornado con colores pasteles, estampados de dinosaurios coloridos en las paredes, y bonitos peluches en las estanterías. No podía faltar la cuna de color blanco, con el carrusel de dinosaurios colgando sobre ella. Era muy pronto para decir que al pequeño Ben le gustarían los Dinosaurios, pero Katherine evidentemente haría su lucha.

La profesora se movía cuidadosamente de adelante hacia atrás en la mecedora, con el pequeño en sus brazos envuelto en una frazada beige, mientras le daba su biberón y le cantaba de forma suave y lenta:

—Brilla, brilla estrellita… Quiero verte titilar… En lo alto brillarás… Mi deseo cumplirás… Como una bailarina… Baila linda estrellita…

A Katherine le gustaba demasiado contemplar el rostro tranquilo y redondo de su bebé mientras se alimentaba, con sus ojitos cerrados como si durmiera, aunque el hecho que estuviera succionando de forma mecánica del biberón dejaba bastante en evidencia que no era así. Le gustaba también recorrer sus dedos por sus cabellos oscuros y finos, acercarlo a su rostro y percibir su aroma. Era el bebé más hermoso y perfecto del mundo.

Cuando se encontraba ahí a solas con él, procuraba sobremanera enfocarse solo en ese momento y sitio. Intentaba no pensar en su difunta hija Sarah, o en intentar comparar esta experiencia con lo que fue sostenerla a ella de esa misma forma. Intentaba no pensar en las no tan gratas circunstancias en las que el pequeño Ben había llegado a su vida y, en especial, la verdad de su concepción que solo ella conocía, y no pensaba compartir con nadie; ni siquiera con Loren, aunque presentía que ella ya lo sabía, pese a que nunca había hecho comentario al respecto.

Tendía también a no pensar en Loren. Habían pasado ya un par de meses desde que la pequeña se había ido de ahí con el Padre Alfaro, a un sitio que sería mucho mejor para ella; al menos eso era lo que Katherine esperaba.

Había recibido un par de cartas de ella en ese tiempo; cartas en papel escritas a mano, totalmente a la muy vieja escuela. En ellas describía vagamente el sitio en el que se encontraba y cómo era su nueva vida ahí, pero sin entrar en ningún detalle de en dónde estaba con exactitud; por cuestiones de seguridad, claro. Sin embargo, ella no le había respondido ninguna. Entre la fase final de su embarazo, el parto, y adaptarse a su nueva rutina, así como preparar con anticipación su regreso a la Universidad en cuanto fuera posible, el responder a las cartas de Loren había pasado al final de su lista.

O, al menos, eso era lo que se decía. No le gustaba considerar la idea de que, quizás, más bien, no deseaba tener más contacto con aquella niña. Aferrarse a la idea de que había hecho lo debido, entregándola a las personas que se encargarían de ella, y de alguna forma lavarse las manos de ese asunto. Le había prometido antes de irse que siempre estaría para ella, para cualquier cosa que necesitara, y aquella no había sido una promesa vacía. Quizás era hora de demostrarlo.

Y fue entonces cuando tomó la resolución de esa misma noche escribirle una carta. No prometía hacerlo a mano como Loren lo había hecho, pero lo haría en la computadora y luego la imprimiría; esto tenía que contar igual.

Una vez que el pequeño Ben terminó su cena, lo recostó con cuidado en su cuna. Siempre conciliaba el sueño de inmediato, una vez terminaba su biberón, y así se quedaba. Hasta ese momento había sido un bebé muy bien portado en ese sentido.

—Descansa, mi pequeño angelito —masculló Katherine con dulzura, mientras lo admiraba recostado, y le acariciaba suavemente sus cabellos. Activó el carrusel sobre la cuna con la pequeña melodía para dormir, y se retiró con paso ligero hacia la puerta, cerrando además esta con mucho cuidado.

Su velada se había vuelto entonces aún más tranquila, pues ahora le tocaba pasar el resto de esta sola. Pero ya tenía un plan: se dirigiría a su computadora y escribiría esa carta. Y como sabía bien que si se ponía a hacer cualquier otra cosa para postergarlo terminaría no haciéndolo, se forzó a caminar directo y sin distracciones hacia su estudio. Pero de todas formas la distracción terminó por llegar por sí sola.

El timbre de la puerta principal sonó, y la profesora dio un brinco en su sitio. En lugar de fijar su atención en el vestíbulo, lo hizo más en la puerta cerrada del cuarto de Ben, temerosa de que eso lo hubiera despertado. No había sonido alguno de llanto, por lo que al parecer estaba a salvo. Pero antes de que eso cambiara, se dirigió presurosa a la puerta.

No esperaba la visita de nadie esa noche, ni ningún otro día cercano, en realidad. Además, aunque con menor intensidad, afuera seguía lloviendo lo suficiente como para que nadie tuviera muchos deseos de salir sin un buen motivo.

Katherine se asomó por la mirilla de la puerta. Bajo la luz del pórtico, distinguió la figura de alguien que, al parecer, le daba la espalda en ese momento a la puerta, agitando su paraguas cerca de las escaleras para secarlo un poco. Lo que alcanzó a ver desde esa posición es que aquella persona vestía totalmente de blanco: una túnica blanca, y un velo del mismo color cubriéndole la cabeza.




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