Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 165.
Iglesia en Guerra
En el interior de la capilla, las monjas se habían refugiado tras sus gruesas puertas, en busca además de un pequeño cobijo bajo la luz de su Señor. Algunas de ellas, en su mayoría las más mayores, incluso habían optado por arrodillarse ante el altar y rezar, implorando por un milagro que las salvara. Un par se habían sentado en las bancas, y lloraban a su hermana caída minutos atrás. El resto simplemente tenía sus miradas fijas en la puerta, y se sobresaltaban con cada estruendo de disparo que lograba escucharse desde el exterior, ignorantes por completo de qué horrores ocurrían realmente allá afuera.
Y Loren… bueno, ella en realidad no entendía del todo cómo se sentía en esos momentos, o qué debía hacer con exactitud. Su cabeza seguía siendo un revoltijo de ideas y voces que le gritaban que hiciera esto o aquello, como si la jalaran en todas direcciones. Lo único que tenía claro era lo que había dicho antes de dejar el comedor: esos hombres venían por ella.
Y si era así, no podía permitirse derrumbarse en su confusión y miedo.
Alzó su mirada justo cuando una serie más de disparos sacudió las paredes, y una de las novicias soltó un chillido. Aquellas que lloraban acrecentaron aún más su lamento.
—No se asusten, todo está bien —indicó Loren en voz baja, parándose a un lado de ellas—. Dios está con nosotras —añadió con la sonrisa más sincera que le fue posible, alzando su mirada en dirección al altar, y al Cristo crucificado sobre este.
Escuchar su voz pareció tener efecto en sus compañeras, pues varias de ellas, incluso las que hasta hace un momento lloraban, alzaron las miradas en su dirección. La esperanza resplandecía en sus ojos.
—Loren, tú nos protegerás, ¿verdad? —musitó una de ellas entre sollozos.
La joven se sobresaltó, un tanto destanteada por la pregunta. Y al echar un vistazo rápido a las demás, y notar cómo la miraban también, tuvo claro que todas querían saber lo mismo: querían creer que estaban a salvo con ella.
—Por supuesto —respondió Loren, claramente dubitativa, y forzándose además a alargar su sonrisa.
Tan poco convincente como había sido su respuesta, pareció suficiente para que el pesar sobre las cabezas de sus hermanas disminuyera un poco. Pero no de todas. Algunas, entre ellas la madre Valentina, que observaba desde su asiento en la primera fila, sabían que aquello no era algo que Loren pudiera prometer con completa seguridad.
— — — —
El líder del ataque se paró con firmeza ante la alta y gruesa puerta de la capilla, mientras los otros dos que habían ido con él revisaban los cuartos cercanos, solo para cerciorarse de que ninguna de esas monjas se les hubiera escondido. Colocó una mano sobre la puerta, acariciándola con su mano enguantada, y luego dándole unos cuantos golpecitos con sus nudillos. Buena madera, resistente y fuerte. Lo suficiente para mantener afuera a seres indeseados por el Señor. O, al menos, a varios de ellos.
—No hay nadie por aquí —le informó uno de sus hombres cuando ambos volvieron de su inspección rápida—. Pero faltaría revisar cada celda a detalle. En una casa vieja como esta, podría haber pasadizos, puertas escondidas…
—No hay tiempo para eso —sentenció el líder con severidad. Y, en efecto, no tenían tiempo.
Por un lado, refugiarse de esa forma era el movimiento más inteligente que las monjas podrían haber elegido, aunque también el más tonto. Si esa puerta los mantenía a ellos afuera el tiempo suficiente para que la policía o alguien más llegaran a su rescate, estarían a salvo. Pero si, por el contrario, los lobos lograban atravesarla, les habrían facilitado enormemente el trabajo, estando todas las ovejas reunidas en un solo sitio.
Así que su siguiente paso resultaba más que obvio.
—Vuélenla —exclamó el líder con seriedad, y retrocedió alejándose de la puerta. Los otros dos se aproximaron al contrario, cada uno a un lado del largo marco de madera.
De los bolsillos de sus chalecos y cinturones, comenzaron a sacar los pequeños explosivos de corto alcance, y a pegarlos por el contorno de la puerta con pasta gris. No eran explosivos de mucha potencia, pero tampoco necesitarían mucho para derribar esa molesta barrera.
El líder aguardó paciente desde su posición, como un lobo acechando, esperando el momento justo de lanzarse contra las ovejas.
— — — —
Greta y De Carlo siguieron con su intercambio de disparos con los otros dos atacantes, mientras atravesaban lo más rápido posible el comedor hacia la cocina. No es que esta fuera un mejor refugio, pero tampoco tenían muchos otros sitios a los cuales huir. El problema era que sus atacantes tenían armas largas de gran alcance, y ellos solo contaban con dos pistolas cortas, su determinación, su fe en Dios… y poco más.
Estando ya a solo unos pasos de la cocina, De Carlo escuchó cómo, junto con una serie de detonaciones, Greta soltó un fuerte alarido y se desplomó de golpe al suelo. El sacerdote se giró hacia ella, asustado. Greta estaba sobre sus rodillas en el piso, y se sujetaba fuertemente su brazo izquierdo con una mano. Una bala le había atravesado enteramente desde atrás hacia delante, y la herida estaba empapando rápidamente de rojo la manga de su blusa. Pero tan fuerte y terca como solo ella podía ser, no dejó que el dolor la amedrentara, y se forzó a ponerse de pie y avanzar.