Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 30. Yo mismo

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 30.
Yo mismo

Tras ese encuentro fallido, Damien no regresó al centro de convenciones; en su lugar, se fue directo al hotel. No lo hizo con un motivo o plan en específico, simplemente lo hizo por mero reflejo. Aún faltaba un par de horas para que el dichoso evento terminara de forma oficial, así que no le sorprendió al llegar a la Suite presidencial que habían reservado, ver que no había rastro alguno de Ann o de algún otro de sus ayudantes. Se sentó en uno de los sillones de la pequeña sala y aguardó, dándole la espalda a la puerta. No hizo nada más; no encendió el televisor, no revisó su teléfono (de hecho lo había apagado), no bebió o comió algo. Sólo se quedó ahí sentado, mirando a la absoluta nada mientras intentaba procesar todo lo que había ocurrido. Esperaría que pasado el tiempo se terminaría calmando un poco, pero no fue así. De hecho, conforme más tiempo esperaba, más molesto se sentía. Pero su molestia no era hacia Abra; era quizás la persona con la que menos podía sentirse molesto en esos momentos.

Pensar en Abra era lo único que lograba distraer un poco su mente de lo demás que lo acomplejaba. Sintió en ocasiones la tentación de mirar más allá, de buscarla y ver si acaso estaba bien. Sin embargo, se obligaba a sí mismo a hacer dicha idea a un lado. En su estado, era muy probable que pudiera perder el control, e hiciera más que sólo “mirarla”, y dicha idea no le apetecía de momento.

No supo con exactitud cuánto tiempo pasó, pero habían sido menos de dos horas, de eso estaba seguro. La puerta de la suite se abrió, y por ella entraron varios tipos de pisadas diferentes, que se detuvieron unos segundos después, posiblemente al distinguir su cabellera negra y nuca blanca, sobresaliendo por encima de respaldo del sillón. Él no los volteó a ver, pero no necesitó hacerlo para saber quiénes eran.

—Damien —escuchó exclamar entre sorprendida y molesta la voz de su tía Ann—. ¿Se puede saber en dónde te metiste todo este tiempo? —La mujer caminó apresurada, sacándole la vuelta al sillón; no tardó mucho en ponerse en su rango de visión, justo en el rabillo izquierdo. Lo miraba fijamente con dureza—. ¿Se te olvidó que debías estar conmigo durante la conferencia? E íbamos a cenar con las otras CEO invitadas. —Echó entonces un vistazo rápido a su pequeño reloj de muñeca—. Si nos apuramos aún podríamos alcanzarlas en el restaurante.

Damien no le respondió nada; ni siquiera se dignó a mirarla del todo.

En la puerta se encontraban los miembros de su seguridad y los asistentes de Ann, incluyendo a Verónica. Todos estaban ahí parados, mirándolo fijamente con la duda latente de siquiera tener permiso de mover un dedo. El haber aparecido de pronto ahí en la habitación, de seguro los había sorprendido, por no decir que los había asustado. Podía sentir todo su miedo fluir desde ellos e impregnarlo como si fuera un aire viscoso y pegajoso.

Se sintió asqueado por dicha sensación.

Un ferviente sentimiento de odio hacia todos ellos le nació abruptamente. Deseaba que todos saltaran por el balcón y estrellaran sus cabezas contra el pavimento, pero eso terminaría llamando demasiado la atención; aún en su enojo, tuvo la suficiente frialdad para procesarlo de esa forma.

—Déjenos solo —espetó de golpe sin mirarlos aún. Nadie se movió. Se puso entonces de pie abruptamente, y se giró hacia ellos con sus ojos casi encendidos en fuego—. ¡Todos!, ¡váyanse!, ¡¡ahora!!

Su voz resonó con gran fuerza, retumbando en las paredes de la suite; incluso Ann, que era la única ahí que se había mantenido tranquila y calmada, no pudo evitar sobresaltarse al ver tan abrupta reacción.

Los guardias y los asistentes se apresuraron de inmediato a obedecer, saliendo uno a uno por la puerta. Verónica, por otro lado, se quedó inmóvil en su lugar, mirando de reojo a los otros.

—Tú también, perro faldero —Le gritó Damien con desdén—. ¡Lárgate de aquí!

Verónica se sobrecogió. Por mero instinto, miró hacia Ann en busca de alguna guía. Ella la miró de reojo, y asintió ligeramente con su cabeza, indicándole de esa forma que obedeciera. Verónica agachó su mirada, como si se sintiera avergonzada, y siguió a los otros hacia afuera, siendo la última por lo que cerró la puerta detrás de ella.

Ahora Damien y Ann se habían quedado solos. Cualquiera sentiría bastante terror de estar en su lugar, pero Ann Thorn se mantenía serena y calmada; al menos, así lo parecía por fuera.




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