La selva no miente. Te mira, te evalúa y, si no respetas su silencio, te habla en un lenguaje de garrcolmillos y veneno.
Nosotros éramos solo carne fresca, campistas ingenuos creyendo que la fogata era un escudo.
La tarde prometía aventura: el gran río, el arroyo serpenteante, la inmensidad verde.
Pero la noche trajo la advertencia, la primera de muchas: una sombra oscura, demasiado ágil para ser solo un animal, que nos evaluó desde la maleza.
En ese instante, la emoción de la excursión se hizo miedo puro.Lo que no sabíamos es que nos acechaba era imprevisible .
La selva nos estaba esperando, y lo que nos quitó esa noche, no fue solo la inocencia, sino la creencia de que éramos los cazadores.
A partir de ese momento, fuimos la presa.
Esta es la historia de lo que sucede cuando el fuego en tus venas no es adrenalina, sino la mordida de lo salvaje.