Cerré los ojos un instante. Necesitaba recuperar el control antes de que el miedo terminara
De quebrarme.
Respiré hondo, dejando que el aire frío me quemara los pulmones.
Ceder no Era una opción. No ahora.Lo sentía ahí.
A mi lado.
Moviéndose conmigo.La presencia avanzaba con una suavidad imposible.
No caminaba: se deslizaba. Su Acompañamiento silencioso se extendió un largo trecho, pegado a mi ritmo, midiendo cada uno de mis movimientos.
Un escalofrío helado me recorrió la columna.
No podía darle ni Un segundo de distracción.
El aire cambió.Se volvió espeso, pesado, como si la noche hubiese decidido cerrarse sobre mí.
El silencio se instaló de golpe.
Un silencio absoluto, antinatural.Se escuchan sonidos a lo lejos, como ecos.
De ellos no surge una sola señalQue me alienteO que me sirva de guía.Se disuelven.
Se vuelven un susurro.Y después…Nada.Un silencio cortado de golpe.
Éramos dos figuras suspendidas en un momento que parecía no terminar nunca.
Un duelo invisible.
Uno de los dos iba a quebrarse primero.
Mi respiración ardía.
El cuerpo entero me temblaba, tensado al límite.
Sabía que, si no hacía algo, ese instante iba a devorarme desde adentro.
Entonces algo se encendió.Una chispa mínima, enterrada, profunda:Mi último instinto de supervivencia.
Me agaché de golpe y, desde un rincón primitivo —uno que ni sabía que existía dentro de Mí— emergió un rugido áspero, desgarrado.
No fue un grito humano. Fue un estallido Crudo, brutal, salido del miedo puro.
La presencia se detuvo.Por primera vez, se detuvo.
El roce sobre el suelo cesó.El siseo se apagó como si hubiese retrocedido hacia la oscuridad misma.
En ese instante, la amenaza pareció disolverse en el aire, frustrada, sorprendida.
La noche volvió a moverse, pero no como antes.Había algo distinto.
Porque aunque el sonido había desaparecido
La sombra estaba ahí.Inmutable.
Silenciosa.
Esperando.
Yo había ganado segundos, nada más.
La batalla no ha terminado, es solo el comienzo.