III. Problemas
Fragmento del «Manual de control y supervivencia» creado por los gobernadores, cita:
Servir al Círculo es un honor, algo que no todos tienen y que no todos llegan a alcanzar.
Servir al Círculo no es fácil. Se necesita entrega, compromiso, lealtad y dedicación.
Cuando firmas un pacto con el Círculo y fallas, la única forma de pagar que ellos conocen, es derramando sangre.
Los traidores no merecen vivir en el nuevo mundo.
¡Larga vida al Círculo!
La luz azul de las pantallas inteligentes iluminaban el lugar. En el centro la mesa de comando no dejaba de proyectar imágenes del mundo, a pesar de que Luna no las estaba viendo, sabía perfectamente lo que el comando proyectaba. Ella, al igual que sus otros cuatro compañeros, esperaba a su líder, Anthony. Un nuevo problema se les estaba viniendo encima y, a pesar de que algunos estaban alterados y al borde de la cólera, ella seguía relajada y pensando con la cabeza fría aunque no lo pareciera.
Luna miró de soslayo a Azael, el primer gobernador en nacer, el despiadado y cruel como todos los caracterizaban. Divisó a su compañero de brazos cruzados, la pantalla inteligente delante del, repetía toda la información que salía por orden de su voz, su tez oscura y sus rasgos toscos, lo hacían intimidante, luna volvió la vista a su libro, aunque no todos los supieran, ella podría ser mas intimidante. No era cuestión de físico, era algo más allá, algo que ella poseía.
Azael tenía la barbilla algo puntiaguda, de frente ancha logrando un efecto mas intimidante hacía su persona. De pómulos anchos y su frente siempre en alto, era una de las personas mas confiadas que Luna conocia, sus ojos marrones brillantes no podían ser considerados comunes, estos daban el toque final de maldad y extravagancia hacía su persona, tenía una estatura alta que le favorecía bastante, cejas pobladas, labios gruesos, y nariz respingona, como si les recordara a las personas todo el tiempo que eran menos que él. Portaba un corte normal, no solía dejarse mucho cabello y vivía recortandoselo, sus facciones no cambiaban, siempre se encontraban serias, y como agregado final; tenía un arete de oro en su oreja izquierda, que desde lo alto bajaba con forma de tres aros.
Volvió a repasar en su mente todo lo que sabía. Un grupo de provinciales, cuyo nombre le habían puesto ellos a los habitantes de las ciudades. Habían hecho un enfrentamiento a mano armada contra los agentes de control y habían explotado un edificio del Círculo, uno muy importantes para ellos y la comarca Hittha. El edificio de vigilancia, y peor, habían quemado el 15 por ciento de las cosechas de final de año. Ese grupo, había creado tantos daños y distorsiones como numerosas muertes de los suyos, como de ellos. Aunque por órdenes inmediatas del Círculo, con ella siendo la primera en estar de acuerdo. Habían decidido exterminar con todos los que encontraron en las parcelas y en el edificio.
Luna escuchó a su compañero gruñir, todos sabían que Azael odiaba perder el control, ella sin despegar sus ojos de las líneas del libro, trató de enviar una oleada de tranquilidad al africano, pero este estaba cegado por el odio, así que fue en vano.
Después de recordar que mas odiaba perder el poder y control era Masha, Luna la estudió disimuladamente. Ella misma no entendía como podía leer y prestar atención al exterior, aun así siguió pensando. Recordó el como era: tenía rostro redondo y mejillas como dos manzanas a punto de explotar, solía tener una apariencia de ángel, cosa que era bastante engañosa. Tenía de esas sonrisas hermosas y persistentes, capaces de soltar el peor de los venenos, ojos grandes poblados de muchas pestañas, de un color negro intenso tan parecidos a la obsidiana, sus cejas estaban ligeramente inclinadas con un aspecto ligeramente amenazador. Su nariz, recta y perfecta, como si demandara respeto, y su cabello caía en una mata abundante de un color rojizo que no sobrepasaba los límites de su cuello. Poseía una boca ancha, que podría ser seductora y a la vez receptiva. Era bajita, la mas pequeña de entre todos los gobernadores, mas tenía un cuerpo ejercitado, que había aumentado con el tiempo, poseyendo las curvas exactas para verse sofisticada. Solía vestir de manera elegante todo el tiempo, en tacones y con sus labios de un rojo carmesí intenso, y tenía algo que la caracterizaba, sus manos con varios anillos de oro y diamante, cadenas ostentosas, y enciendo joyas, podía cargar con un montón de ellas sin perder su toque.
Se encontraba con su ceño fruncido y como la vio hace horas, sentada frente a la mesa de comando con los ojos fijos en las gráficas.
El nuevo mundo no solo portaba siete comarcas, también portaban dos campamentos militares, eran ciudades específicamente para entrenamiento y adiestración de los agentes, ningun soldado salía de ahí siendo el mismo, eran jóvenes reclutados desde muy pequeños y sacados de esas ciudades armadas cuando cumplian la mayoría de edad, luego de ahí, era que a medias que podían tener una vida normal.
Levantó un poco su vista sin evitarlo, sus ojos fueron directos al salón de Kay, se encontraba practicando su tiro de larga distancia dentro de aquellas cuatro paredes de cristal a prueba de balas, lo observó cambiar su arma por una de mayor calibre, no se inmuto, a pesar de que Kay era ciego, era el mejor disparando a su corta edad. Estaba tan relajado, que Luna pensó que en ese aspecto eran iguales.
Kay era portador de una tez extremadamente pálida y un cabello negro demasiado abundante, caí hasta sus hombros de forma casi perfecta, tenía los ojos pequeños a causa de su procedencia de padres asiáticos y un rostro perfilado y recto, era alto y de complexión delgada, con labios pequeños y reservados, solía vestir de manera casual, en colores oscuros, dándole un toque siniestro que era acompañado por su brazo derecho, el cual se encontraba forrado en tinta negra, con tatuajes de signos que parecian no tener procedencia, aparte de aros en su ceja derecha, en su labio inferior y en su nariz. Era como si la oscuridad lo rodeaba todo el tiempo.