Fragmento del «Manual de control y supervivencia» Creado por los gobernadores, cita:
Las promesas están cargadas de responsabilidad y cumplimiento.
Si un gobernador promete, cumple. Así debe de hacer el provincial, cumplir con sus promesas hacia el círculo.
Queda prohibido prometer al círculo y no cumplir.
El no respetar la ley. Lleva castigo y dolor sobre los hombros.
La cadena y el gran colgante cuadrado pesaba sobre sus manos, la promesa no cumplida después de casi tres meses le hacía presión en los hombros. Era como si lo hubiese olvidado, ya que hasta ese momento no había pensado en ello, el sábado solitario la consumía, se encontraba sola entre las cuatros paredes de su pequeña habitación, los recuerdos regresaron a ella de manera viva.
"Por favor vete" "Prométeme que cuidaras de él, ¡Prométemelo!"
Un sentimiento extraño se apoderó de ella, llevó sus rodillas al pecho tratando de aminorar aquel sentimiento, las paredes parecían consumirla, y su espalda chocaba con el espardal de la cama, sentada sobre ella. Las luces se encontraban apagadas, la casa en un enorme silencio. Entrando solo unos pequeños rayos de luz a través de la ventana. No entendía qué hacía en aquel estado, pero después de días su vida había dejado de tener sentido.
"Al menos dime el nombre de la persona que cuidara lo que más amo"
Un gemido de dolor escapó de sus labios, tantas preguntas la bombardearon, ¿Quién era? ¿A quién cuidaría? ¿Estaría esa persona bien? Y después de tantas semanas en ese instante se lo preguntaba. Cerró sus ojos sintiéndose por los suelos, su vida carecía de sentido, pero ahora parecía tener uno y no sabía por dónde iniciar.
Miró el colgante por décima vez, hasta que decidió abrirlo, sus dedos indecisos separaron las dos caras de color dorado, en el lado izquierdo encontró una pequeña foto de dos personas. Una chica rubia, la cual reconoció como la que murió frente a sus ojos, y fue calcinada por el fuego, y entre sus brazos un niño casi idéntico a ella, el mismo cabello, los mismos ojos, y el mismo rostro, ambos sonreían contentos, y parecían exhortos al horrible mundo que era en ese momento. En el lado derecho había una pequeña inscripción, una frase pero era muy pequeña como para ser entendible, y bajo de este una pequeña dirección sin muchas señales.
Para ella, eso era el primer paso.
De forma rápida salió de su trance depresivo y extraño, miró su habitación indecisa, hasta que decidió lo que haría, se calzó unos zapatos negros, e hizo de su cabello una coleta desordenada. Colgó el bolso de su hombro, el cual siempre se encontraba preparado, y salió de su casa solitaria por primera vez en el día. Al cerrar la puerta, su entorno la recibió.
El día nublado, la suave brisa. Y el contorno de su vecinda, que se caracterizaba por tener todas las casas iguales de ese color blanco y decoraciones azul cielo, con pocas ventanas, pero si las suficiente según el círculo. Caminó a paso apresurado por toda la acera, sin prestar atención a nada. Sus pensamientos se mantuvieron nublados, y su estómago empezó a rugir, se había saltado el desayuno sin darse cuenta, y faltaban unos cuantos minutos antes de que terminara la hora de comida. Por culpa de su estómago dobló en la tan calle conocida, camino al comedor.
Ocho minutos después cruzó la puerta, y como bala a toda prisa salió a servirse algo de manera rápida. Un jugo, una ensalada, fue lo que se permitió dirigir, no miró a ningún lado temiendo encontrarse con Axel, y que regresaran esas ganas asesinas que últimamente poseía. Cada vez que lo veía, sus manos picaban. Y solo pensaba en cómo sacarle los ojos con una cuchara, o peor, como dejar sin cabello a la castaña insoportable que no sé separaba de su lado.
Suspiró alejando aquellos sentimientos dañinos, y se dispuso a salir del lugar. Antes a su mente llegó la idea de preguntarle a alguien si sabía quién era la chica. Sus pasos fueron a parar hasta John, el cocinero muy amigo de su madre, una persona risueña, y sonriente a todo momento.
—¡Hola, John! —Saludó.
—¡Angie, querida! —dijo animadamente, y alejándose un poco de sus demás compañeros.
—Veras, John —comentó algo dudosa —. Estoy buscando a alguien, y me preguntaba si tú podrías ayudarme. ¿Conoces a esta chica?
Le mostró la foto del colgante. Después de unos minutos, el hombre negó con su cabeza
—Nunca la he visto por estos lares, dudo que sea de este comedor.
Angie suspiró.
—¿Sabes qué significa LP?
John miró a todos lados como si fuera a decir algo muy confidencial, después se acercó a Angie susurrando en tono bajo:
—Los LP, son las personas sustentadas por el círculo, la mayoría son jóvenes huérfanos o ancianos sin nadie que los mantenga. El círculo se hace cargo de ellos, pero los mantienen aislados. Los fuertes lo reclutan para sus servicios, los débiles mueren con el tiempo.
Angie nunca había escuchado sobre los LP, y eso había aumentado su curiosidad, porque el colgante tenía tales letras grabadas detrás.
—¿Sabes dónde se encuentran? —preguntó.
El hombre negó.
—No puedo decirte An, es un lugar secreto pocos saben de el. Es peligroso andar por esos lares, no quiero que te metas en problemas. Saber de los perdidos no es bien recibido por el círculo.
—Por favor, solo quiero saber. Prometo no meterme en problemas.
Mentir le dio una leve punzada en el pecho que tuvo que ignorar.
El hombre suspiró derrotado.
— En el lado norte de la ciudad, a los límites de las murallas que nos separan de las tierras desoladas. No sabemos su ubicación exacta, pero dicen que se encuentra rápidamente, es como una pequeña aldea.