Resurgimiento.

Capítulo 11.

Fragmento del «Manual de control y supervivencia» Creado por los gobernadores, cita:

Los deseos carnales y egoístas destruyen al hombre. Siempre deseando obtener para su beneficio sin pensar en los demás. Pisotean a los de su alrededor, y acaban con la paz de nuestro mundo.

Nosotros hemos sabido combatir al enemigo. Creando el proyecto Nanobots, macropartículas para controlar sus cuerpos, sus emociones, reacciones, y cambios. Registros médicos, laborales y gastos mensuales.

Es cada persona portadora de un código con las ventajas de que tendrá mejor vida, salud, protección y bienestar.

Toda persona que desobedeció las leyes, obtuvo la muerte.

Queda prohibido blasfemar contra los planes del gobierno. Todo lo que hacen es por el bien del mundo.

 

Los primeros rayos de luz alumbraron el horizonte, el sol escondido tras las nubes le daba claridad al cielo, Angie se encontraba observando aquello, era como su nueva costumbre, levantarse antes de que el sol saliera, y fijarse en cómo este hacia su función. Ese transcurso de tiempo le permitía pensar en cómo su vida había cambiado y las cosas que había perdido, en cómo esta había descendido en picada quitándole todo cuanto tenía, dejándola sin futuro, sin esperanzas y sin ilusiones.

Aquella situación había perdurado por el transcurso del mes, treinta días llevaba sin su hogar, siendo la chica moribunda y llorona que había llegado a la aldea de Los perdidos de forma extraña. Aquel día en donde sucedió todas las desgracias, había llorado hasta que sus ojos dolieron, caminar tanto por el bosque fue horrible, y esconderse toda la noche con el frío congelándole los huesos fue lo único que pudo hacer. Tenía que esperar a que todo pasara, a la mañana siguiente todo estaría controlado, y así sucedió, y Angie pudo integrarse a los LP sin que nadie le pusiera atención. Porque hasta esas pobres personas eran controladas. Menos Angie.

Tanto de que después de un mes, en donde Axel la había ayudado, no había aparecido, ni la había buscado. Cada recuerdo traía mas lágrimas a sus ojos, lágrimas comprimidas las cuales tenía prohibido soltar. ¿Tan rápido se había acobardado? Cuando días antes arriesgó su vida por ella, la ayudó, fue a su casa en busca de ropa y provisiones sabiendo que ella no volvería. ¿Tan rápido rompió su promesa? ¿Por qué si era el único que la entendía, la abandonaba a la primera opción? A veces sentía que se estaba obsesionando con la presencia de Axel. Y eso no era saludable ni para ella, ni para él.

Encontrar un lugar en donde habitar fue lo más fácil, tras la muerte de Mónica su casa había quedado abandonada. Después de semanas estaba lo más limpia que se podía, contaba solo con una habitación, dos pequeñas camas, un baño, y una salita. Angie no podía quejarse.

La mujer que nadie nombraba se había desprendido de Javier en el momento de ver la presencia de Angie, ella fiel a su promesa empezó a hacerse cargo del niño desde ese instante, era lo único que la mantenía a flote, el único que la escuchaba aunque no entendía demasiado, el que la consolaba en las noches, y el que la abrazaba sin que ella lo pidiera. La casa la ocupaban ambos, y ambos se hacían compañía. Las cosas de Mónica les fueron más que útiles a Angie, hasta la poca ropa que una vez perteneció a la chica. Solo le daba gracias donde quiera que se encontrara por lo que hacía por ella.

Quizá era su forma de agradecerle por todo lo que hacía por el pequeño Javier, pensaba ella, y por todas esas pequeñas cosas buenas que le pasaban, seguía fiel a su promesa.

La forma de vida de los LP era más aburrida, pocos trabajaban. Tenían un comedor en donde todos iban a comer, este solo tenía techo, tres mujeres cocinaban, los jóvenes iban todas las semanas a buscar las provisiones mandadas por el gobierno a la ciudad, los demás se turnaban para lavar los trastes. Comían tres veces al día, y morían lentamente. Gente sin familia, sin esperanzas, siendo mantenidos por el gobierno y lo hacían sólo de manera obligatoria. Angie nunca vio algo más deprimente que la situación en la que se encontraban.

Lo peor era que su vida era más deprimente. Extrañaba tanto a su madre, todas esas pequeñas cosas que Triny hacía, las añoraba, nunca cruzó por su mente que se vería en tal situación, ahora no sabía lidiar con ella.

¿Es que las cosas podían ir peor? ¿Qué más le faltaba soportar? Había escuchado que después de la tormenta vinía la calma, ella sentía que después de esa tormenta caería en el abismo. Un abismo que la destruiría, porque no tenía salida.

Hacía tiempo que el sol había salido en su totalidad, todo estaba claro a pesar de la gran nubosidad del cielo. Apoyada en el marco de la puerta observó como todos empezaban con sus quehaceres, la aldea no era demasiado grande, contaban con el riachuelo, y rodeados de bosques espesos que te hacían pensar en todo, menos en caminar por ellos. Regresó dentro de la pequeña casa, ese domingo se encontraba lo más organizada posible, y Javier era un niño muy ordenado. Contaban con tres ventanas que traían aire y luminosidad a la vivienda. Angie vestía un vestido negro el cual perteneció una vez a Mónica, sus tan familiares zapatos y un moño sin importancia. Su rostro demandaba descanso, su cuerpo se mantenía pesado, y su mente pedía a gritos un milagro.

Un milagro para que todo mejorara,

Un milagro para que su vida cambiara,

Un milagro para que todo se arreglara,

Tan solo un milagro para que las cosas fueran al menos como antes.

Porque la vida se medía en milagros, pero no todos eran afortunados de poder conseguir uno.

—Es tiempo de ir a desayunar, Javi —Angie lo miró, y el asintió mientras terminaba de tender la sabanas de su cama.




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