Fragmento del «Manual de control y supervivencia» Creado por los gobernadores, cita:
Pertenecer a una ciudad debe de ser el orgullo de todo provincial. Cada una de las ciudades son importantes para nosotros.
Es el lugar seguro y reconfortante. Alejándolos de las pesadillas, y las tierras desoladas.
Para salir de una ciudad, debe de ser con previo aviso y autorización.
Está prohibido salir de su provincia sin ningún tipo de permiso. Los que salen no regresan, y se regresan no entran.
Como castigo los ignorantes mueren.
Sentir el corazón pesado, era poco para todo el dolor que retenía dentro, dolor que anhela ser expulsado, que soñaba con ser liberado, que pedía a gritos ser sacado de aquella prisión que había creado para protegerse. Los muros deseaban ser derribados, lo peor de todo, es que ella misma los había construido, ella misma había levantado esa fortaleza y cada día la iba fortaleciendo hasta sin darse cuenta.
Su autodefensa era más grande de lo que ella misma sabía, le temía a la soledad, le temía a la traición, al dolor, al verse rodeada de sombras. Luchaba por protegerse de todo eso, pero sus mismos temores empezaban a derribarla, los grandes golpes quebrantaban su muro, destruían su fortaleza. La consumían, la volvían nada, el mundo se desvanecía, las cosas que una vez omitió pasaban tan nítidas delante de sus ojos, que temblaba de miedo. Ahora el muro descendía, todos sus temores se encontraban golpeándola con grandes espadas y latigazos.
Había sido fuerte, más de lo que alguien podría ser. Pero el dolor era tan grande, y cada lágrima volvía el agujero más hondo. Porque para ella las lágrimas no traía liberación, más bien, pensaba que traían destrucción, porque te hacían débil. Solo los débiles lloraban, solos los débiles dejaban destruir sus muros, solo los débiles no ganaban la batalla.
Ella se creía fuerte cada lágrima le decía lo contrario. Era débil, era cobarde, se dejaba controlar por ella, por las situaciones, por las emociones.
Nunca había visto una tormenta como la que había en ese momento, las gotas caían con rapidez sobre el cristal de la pequeña ventana. En su ciudad nunca vio una lluvia de aquel modo, es mas casi nunca llovía, ahí era diferente, llovía a mares y relampagueaba a cada momento, el sonido de las gotas contra el pavimento era constante. Todo eso pasaba en una ciudad que desconocía, en una isla en medio de la nada, ahí estaba, en la isla de los aliados, en la ciudad secreta de la cual hablaban los protestantes, ciudad que el gobierno desconocía, isla que peleaba por una liberación, estaba en la resistencia.
Ciudad de la cual no sabía nada, le causaba pavor salir fuera de esas cuatro paredes en donde se encontraba refugiada, por miedo a descubrir lo que toda esa gente escondía, no podía negar que eran inteligentes, y su isla se encontraba demasiado organizada.
La pregunta era ¿Cómo había llegado ahí? ¿Cuándo pasó? Los recuerdos eran pensamientos que volvían a reproducirse en cámara lenta.
Sus pies se pararon de pronto, jadeaba, se estremecía, su corazón se volvía loco. Miró a Javier para estar segura de que estaba bien. Ambos miraron la carretera desolada, caminaron a la sombra más cercana. Los recuerdos dolían, destruían, el sentimiento de traición la segaba, su madre la había traicionado sin darle tiempo a poder explicarse.
Un auto plateado derrapó muy cerca de ellos frenando de golpe, el polvo los hizo toser por varios segundos, con ojos entrecerrados por la arena que arrastraba el aire, vieron a Sory en el asiento del conductor dentro del auto.
— ¿A qué esperan? ¡Vámonos! —Apuró Sory.
Angie no dudo en agarrar a Javier y subirlo a la parte trasera, sin demorarse subió junto a Sory la cual se encontraba muy concentrada
Era una faceta de Sory que no conocía, era como si fuese otra persona, como si la persona que era a diario solo fuera una actuación bien ensayada para protegerse de otros, esta Sory era decidida, confiada, y con un nivel de liderazgo demasiado grande. El ceño fruncido, labios curvados, su pelo rubio en una coleta desordenada, vestida de manera militar, botas, camiseta y pantalón holgado. Lo que dejó a Angie más confundida fue verla con ropa de diferente colores, ¿de donde la había sacado?
— ¿Dónde vamos? —Preguntó Angie, solo sabía de qué Sory le había prometido una solución para su vida ¿Pero cuál era? Todo se volvía confuso, todo se alejaba, aunque seguía fuerte alejando todo eso que trataba de derribarla —. ¿Saldremos de la ciudad?
Era lo más lógico, aunque sabía perfectamente que salir de la Ciudad Espejo sería más que difícil siendo que estaba prohibido.
—Angie, iremos mucho más lejos que cualquier ciudad, respira y date tranquila, ya estas a salvo ¿Comprendes? Es un viaje de dos a tres horas —contestó, la miró leves segundos, puso el auto en marcha y siguió el rumbo de la carretera. Deslizó su dedo por la pantalla dándole indicaciones al auto.
—Respirar es algo superficial para este momento —dijo en tono bajo – ¿Por qué respirar? Si perdí todo, quede... quede sin nada, entonces ¿Por qué respirar?
—Siempre habrá que buscar un motivo por el cual seguir respirando Angie, las cosas más insignificantes pueden darte esa motivación que necesitas para seguir, esta vida solo es para los fuertes An, los débiles caerán lentamente y tú no puedes dejarte caer —Argumentó, la miró y regresó su vista a la carretera desierta.
—Para ti debe de ser todo más fácil ¿No? Sigues teniendo tu vida, no has perdido nada, quizás podría decir que tienes una vida de ensueño, eres de clase, tienes todo eso que una persona desearía tener —murmuró Angie, quedando pensativa por largos minutos.