El silencio era mas cortante que cualquier cuchillo bien afilado, cortaba cualquier esperanza de obtener respuestas, aunque precisamente ellos no eran de esos que se rendían. Todos se miraban entre sí, y Joshua solo pedía a gritos que aquella situación acabase. Observar esa escena no era su pasatiempo favorito, y menos si podía hacer cosas mas interesantes, que estar viendo como torturaban a la que creyó su amiga frente a sus ojos. Ni si quiera le importaba en lo mas mínimo su cara de dolor y sus gemidos lastimeros. Eso lo asustaba, pero no podía culparse él mismo. Se sentía traicionado y burlado frente a sus mismos ojos, Cadmia lo había engañado no solo a él, sino a todos los gobernadores ¡Y pensar que por tantos meses y días creyó que era su prima!
Su pequeña Destiny, ¡Mentirosa! Solo se había dedicado a jugar con su mente, mientras él la protegía y la cuidaba de sus demás compañeros. Había caído tan bajo y seguía sin entender porque se había convertido en una impostora. Eso lo carcomía ¿Si no era Destiny, que quería realmente?
Era el más alejado de todos, se encontraba apoyado de la pared cercana a la puerta, como si en cualquier momento fuera a salir corriendo. Sus ojos se entrecerraban a cada minuto, parecía que desear que aquello parara, era en vano. Cadmia se encontraba en una silla en el medio de la habitación —La cual se encontraba en los sótanos mas profundos del palacio —. Atada de los pies y de las manos, estaba toda desarreglada y con el cabello pegándose en su frente y cuello. Respiraba con pesadez y se encontraba toda sudada. El lugar no era para nada bonito, era el lugar lleno de calabozos mugrientos y sin nada de ventilación. Joshua no entendía para que existían esos lugares en el palacio si solo vivan ellos ahí y algunos perros falderos que el círculo prefería mantener cerca.
Observó a Anne Marie retroceder tan rápido que chocó de lleno con él. La sujetó de los hombros para que no se cayera y mirándola de manera interrogativa, la sentó en un banco de madera que se encontraba a su lado. Regresó su vista al frente y vio la escena tan escalofriante que se desarrollaba frente a él, entendiendo el porque de la actitud de Anne, a ella tampoco le agradaba aquello. Cadmia gimoteaba tan alto que solo pensaba en la manera de tapar sus oídos, sus ojos se encontraban rojos de la rabia contenida y de las lágrimas que desbordaba a causa del dolor que recibía.
Era estúpida, Azael no dejaría de torturarla hasta que no abriera la boca y dijera eso que mantenía en secreto. Aunque después de que confesara tampoco le iría muy bien.
—Es la décima vez que lo digo ¡No sé nada maldición! —vociferó con la cara contraída en dolor. Azael volvió a sonreír por su respuesta, le hizo una seña a Luna haciendo que esta se acercara.
Luna se encogió de hombros al momento en que se posicionaba frente a la castaña.
—Tú lo pediste —susurró. Puso sus dos manos en la cabeza de Cadmia y haciendo uso de su poder hizo que tuviera una descarga mental.
El dolor que Cadmia sintió era tan grande que el grito que emitió se quedó corto para todo lo que se desarrollaba dentro. Luna siguió haciéndole presión en su mente, mientras el dolor de cabeza en ella se volvía desgarrador. Apretar los dientes no le sirvió de nada, pasaron minutos y minutos y, ella seguía gritando sin compasión. Cuando Luna se dio cuenta de que ya era suficiente se apartó y retrocedió unos pasos. Juliette se posicionó a su lado tendiéndole un pañuelo de seda. De la nariz de Luna salía una fina línea de sangre, era normal. Como cada vez que hacia uso de su poder.
—¡Di lo que sabes! ¿O acaso quieres mas dolor? No somos idiotas Cadmia, eres como nosotros aunque no poseas ninguna habilidad o eso pensamos. Me dirás que no eres normal y no sabes nada —Azael comenzaba a perder los estribos, y torturarla mas no le molestaba en lo mas mínimo. Después de todo él no sentía nada, ni física ni emocionalmente.
—No se, no se nada... —El aire quedó atorado en sus últimas palabras al ver la gran fuerza que azael ejercía sobre su cuello. Su cara se ponía tan roja como si en cualquier momento fuera a reventar, sus labios se tornaban morados y los jadeos se convertían en sonidos inaudibles. La capa de sudor que la envolvía hacían de su visión una persona mas miserable, tan miserable como para que su teatro terminara demasiado rápido y que cayera en las manos de sus enemigos en un parpadeo.
—Esto lo haremos a tu manera —musitó Azael fastidiado —. Kay toda tuya.
Kay entre todos ellos era el misterio viviente, odiaba causar sufrimiento pero tampoco estaba dispuesta a confesarlo delante de sus compañeros, no era compasivo pero entendía que todo el mundo era igual no importaba la condición del individuo. Después de todo lo hacia por el bien del grupo, tampoco iba a matarla solo era un poco de tortura para obtener lo que deseaban. A sus dieciocho años él no había matado a nadie, era algo que prefería dejarse a los demás. Irónico ¿No? El mejor disparando a pesar de no poder ver, y de entre todos ellos era el que seguía con sus manos limpias. No todo el mundo merece que te llenes la manos de su sangre, había dicho en innumerables ocasiones.
—Haremos esto fácil preciosa —dijo como si estuviera a punto de explicarle una tarea a un niño pequeño —, conectare esta pequeña máquina a tu cabeza y dedos —Hizo el procedimiento —. Como estas sujeta no podrás moverte, yo te haré preguntas y tú contestaras. ¿Sabes qué es lo mejor de esto? Que si mientes inmediatamente recibirás una descarga eléctrica, la cual no te va a gustar para nada. La primera podrá ser soportable y la segunda podrás resistirla, pero a medida que mientas y mientas será mas doloroso, tu decides si morir o salvarte ¿Entiendes?
Gimoteó y se removió en un intento en vano de terminar aquello. Comenzó a mostrar su debilidad llorando sin importar estar en frente de sus enemigos. Sin importar la cara de satisfacción que todos parecían llevar. Los odio a todos en ese momento, odio hasta ese día en donde por agradar a su padre había decidido aceptar aquella misión suicida, odio su miserable vida, y sobre todo odio el estar viva.