Resurgimiento.

Capítulo 22.

A través del espejo observó su reflejo, miraba directamente a los ojos de su doble que transmitía esa pared de cristal. Se evaluaba a su misma mientras respiraba para calmar los nervios. Hace algunos cinco minutos que las sirvientas reales se habían marchado dejándola sola, la habían vestido para la ceremonia real, resplandecía como nunca lo había hecho antes, maquillada, arreglada, pareciendo imponente y dominante. Eso era lo que veía que reflejaban sus ojos, una nueva persona, una nueva formación de alguien más fuerte, pero más sensible a tales cosas que podrían destruirla. Sentada en el sillón de aquel gran tocador siguió observándose. Como si fuera su crítico personal, en sus pensamientos era dura con ella misma. Era culpa de las decisiones tan rápidas que habían acabado con lo que creyó era su vida.

Ahí estaba una parte del secreto de la existencia humana. Las decisiones; por mas pequeñas o insignificantes que parecieran siempre afectan en algo en el trayecto de tu vida. Son aquellas que aunque no sepas que la estas tomando, te están haciendo desviarte a un camino que no tenías planeado. Sucesos que te hacen preguntar ¿Por qué terminó todo así? Y es que indiscretamente todo eso que hiciste o decidiste tuvo algo que ver. Existen también esas personas que prefieren que el tiempo decida por ellos, viven tan aterrados a salir lastimados que prefieren no tomar una decisión con miedo a que no sea demasiado apresurado, siendo el caso de que puede ser ya demasiado tarde. Ella no había elegido que su vida fuera así, pero ahí estaban todas esas decisiones que ella tomó, de las cuales no se arrepentía, pero le gustaría que algunas hubiesen sido diferentes.

Se levantó de ese asiento cansada de solo estar sentada. A su derecha el espejo completo le dio una mejor visión de ella misma. Hoy era su toma de poder, hoy sería oficialmente la gobernadora que siempre faltó. Miró su reflejo; Viendo sus pequeñas curvas abrazadas por ese vestido largo de color blanco, entrelazado estratégicamente en su espalda dejando de su piel al descubierto, llegaba hasta el suelo, a pesar de los tacones rojos seguía arrastrándose por el piso de mármol. Era discreto, pero coqueto, de mangas cortas y cuello en U, sin olvidar esos pequeños bordados dorados que tenía. Su diseñadora personal, una mujer de unos cuarentas años le había dicho que el blanco era su color, contrastaba perfectamente con sus ojos rojos, y con su piel de porcelana. Sus labios sobresalían con ese labial rojo pasión haciéndolos más llamativo, junto al demás maquillaje que poseía. Que aunque era lo justo, le parecía demasiado. Su cabello largo estaba recogido hasta la mitad, suelto mientras caía por su espalda en una media coleta. Estaba hermosa, pero no parecía ella.

En su lugar otra gente estaría feliz de poder tener el mundo en sus manos, de estar en esa posición tan importante para la sociedad en la que se vivía. Brincaría de alegría al saber que tenía el poder de otros en su mano, y que podía disponer y hacer en cuanto le diera en gana. Así era la política de corrupta. Creaba monstruos ambiciosos y egoístas. Ella no quería ser así, y no lo permitiría. En su mirada seguía estando esa inquietud que no la dejaba tranquila, sus ojos transmitían serenidad, se encontraban neutros, en realidad era como si no transmitieran nada, como si solo estuviese en piloto automático siguiendo las órdenes de su propio juego. Ella daba todo. Destiny no era de dar términos medios. Amaba con todo, odiaba con todo. Peleaba con todo, era dar mucho o no dar nada. Ella, era Destiny. Era su propio destino. Ese que seguiría pese a los problemas que se levantarían.

Decidida a no estar un minuto más sola en su habitación, decidió ir al salón de espera que habían programado para los gobernadores en lo que la ceremonia iniciaba. Aun faltaba media hora, más no importó. Salió de allí sin más, no tardó en ser escoltada por dos de los agentes que le encargaron para cuidarla. Tenía cuatro en total, dos para vigilar su habitación y otros dos para ir a todas partes con ella. Salió del pasillo de los dormitorios y tomó el ascensor más cercano no teniendo ganas de caminar.

Las puertas de las cajas metálicas abrieron y los agentes avanzaron antes abriéndoles la puerta del salón de espera. Era espacioso, lleno de ventanales como de costumbre y de espesas cortinas rojas. Habían sofás, y pequeñas mesas de té. Espejos, y uno que otro objeto sin importancia. Sin olvidar los pequeños balcones que tenía cada ventanal.

—Me quedaré aquí hasta que inicie la ceremonia —Informó a los agentes mientras caminaba por el lugar —. Pueden estar tranquilos.

Ambos asintieron mientras se quedaban de pie en la entrada. Era como si fuesen estatuas, que captaban órdenes y no se movían a menos que se lo pidieran. Se alejó hasta los ventanales del final, entrando en uno de los balcones con vista a uno de los innumerables jardines del palacio.

Ahí, apoyada del muro que impedía que se cayera miró mas allá de todas las cosas. Perdiéndose entre la línea invisible que dividía el océano con el cielo. Sus pensamientos volvían a cuestionarla ¿Habrá tomado la mejor decisión al decidir tomar su lugar? ¿Habrá sido lo mejor dejar su hogar, su familia que después de años había recuperado? ¿Valdrá la pena todo el tiempo que estaba perdiendo con su padre al final? ¿Valdrá la pena tanto sacrificio?

Tan rápido se había desprendido de la paz que le había proporcionado esa isla. Sus ideales eran más fuertes, que sus necesidades emocionales. Prefería luchar para que otros estén bien y sacrificarse aunque la destruyera poco a poco. Una idea descabellada se apoderó de su mente. No importaba, tenía que llamar a la isla. Saber como estaba su papá, su familia...

El aparato descansaba como siempre en su muñeca izquierda. Colgó un pequeño aparato de su oreja, para tener privacidad, y marco en numero privado que tenían en la casa Crowell. No importaban las consecuencias o al menos no en ese momento.




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