Cada ciudad tenía un paisaje único, podían diferenciarse perfectamente una de las otras. En el antiguo mundo fueron territorios de diferentes países, en su mayoría todas eran capitales del viejo mundo. Por ello seguían guardando algunas cosas pasadas, como grandes estatuas, reliquias, costumbres, sin olvidar cosas de su antigua cultura. Ciudad Moderna se caracterizaba por sus hermosas playas, el océano que los rodeaba era simplemente magnífico, aunque la ciudad se encontrara encerrada entre los altos muros que había construido El Círculo para alejar a los ciudades de las tierras desoladas. Ciudad Moderna fue antes la capital de Australia (Canberra) de construcciones hermosas y paisajes impresionantes.
Tales maravillas la mantenían ocupada, dándole un respiro a todos los pensamientos que se arremolinaban en su mente. No era como si fuese a durar mucho sin pensar en todo lo que tenía encima, pero agradecía esa pequeña paz, ese descanso mental aunque fuera efímero. Lo cierto era que tanta tranquilidad sabiendo en la situación tan comprometedora que se encontraba, le causaba pánico, tenía miedo que después de tanta calma se desatara una tormenta que la arrastrara a ella y todos los suyos de un solo movimiento. Estaba ahí para ayudar a la isla, para guiar a los suyos a la victoria, consiguiendo esa libertad que tanto deseaban. En ese camino no sé permitan desvíos, pasara lo que pasara ella debía de seguir mirando hacia delante. Siempre con la gran advertencia que no importa lo que hiciera, al final se desataría una guerra obligatoria.
El recibimiento en esa provincia fue bueno, constantes fotos, gentes rodeándolos. Parecía la misma rutina aunque en diferentes lugares, hacían su aparición pública, Anthony daba su discurso, la presentaban ante el mundo, ella subía al estrado y hablaba, cuando lo hacia. Todo el mundo la miraba, le ponía atención y a medida que cada palabra brotaba de sus labios veía esa chispa de esperanza crecer en los ojos de los provinciales ¿Qué era lo que pasaba realmente? El pequeño discurso que había preparado era formal, con palabras neutras que diría un gobernador, o eso pensaba. Lo cierto era que ella no sabía que detrás de sus palabras habían indirectas y sentimientos que no podían ocultarse. Ella había sido una provincial, lo fue casi toda su vida y ellos lo sabían y la miraban diferente. Era como si creyeran que ella podía solucionar las cosas, era como si viesen un rayo de sol en un túnel oscuro. ¿Estaban los cielos aclarándose? ¿O estaba la guerra desatándose?
Lo mismo fue sucediendo en cada ciudad que iban, esas miradas, ese sentimiento, ese aire frío que parecía querer arroparla. Después de cada discurso, cuando sus labios se cerraban y bajaba del estrado, estaba la mirada de Azael, taladrándole con la mirada, era como matarla en sus pensamientos. Ambos tenían una lucha que no había terminado, y Azael sentía que había algo mal con Destiny, un desazón que no lo dejaba dormir, Destiny para él era reflejada como una rosa. Una rosa que por más bella que fuera estaba llena de espinas dispuesta a lastimar a otros sin importarle, como él, salvo que él no era ninguna flor, él era la oscuridad centrada en un solo ser. Cada vez que ella terminaba y bajaba en cada ciudad que pasara, sus miradas chocaban con un odio alarmante. A Destiny le parecía el ser más cruel que pudiese existir, ese que la había hecho mucho daño, y estaba segura que era dueño de las peores pesadillas de muchas personas. Sus ojos reflejaban cuanto le divertía hacer sufrir a otros, había algo en el que no la dejaba tranquila. Una fuerza oscura lo rodeaba, y esa misma terminaría matándolo.
Al terminar la misma rutina en la Ciudad de Sangre, regresaron todos a la casa del gobierno en donde se estaban quedando. Espaciosa y acogedora. De tonos crema y marrón, contaba con dos pisos, un jardín y una alberca. Duraron tres días en esa casa, saliendo a museos todos juntos, a recorrer los lugares, o terminaban todos en la piscina o tomando el sol. Como ese día, el cual era el cuarto, a media madrugada saldrían para la Ciudad Espejo.
Destiny salió por las puertas corredizas directo a la alberca. Su pasatiempo ese día se había reducido a eso, los demás se encontraban dentro de la casa, como Joshua el cual estaba durmiendo por lo que no quiso molestarlo. No era muy habladora con los demás, a menos que no fuera una pequeña platica con alguno de los gemelos, y para su mala suerte los asistentes se habían quedado en otra casa, por lo que no tenía a Sory con ella.
Se sentó al borde de la piscina, sumergiendo sus pies. El corto vestido blanco que llevaba se movía con el viento el cual tuvo que detener con sus manos. Allí se encontraba, con sus pensamientos vacíos, pensando en nada solo mirando hacia el horizonte tratando de respirar ese aire puro que la naturaleza le regalaba. Era una paz que merecía, una paz que perdería pero ese era el sacrificio, entregarlo todo para que otros estén bien. Las cosas estaban claras, los caminos estaban trazados, los planes estaban perfectamente calculados, pero siempre estaban esos pequeños errores, esos que en la actualidad no se notaban, pero que al final terminaban saliendo a la luz.
Alguien pasó como un destello a su lado realizando un salto para caer dentro del agua, aquello causó que se mojara —Aunque no haya sido mucho —. Miró enojada a la persona hasta que esta emergió y pudo ver la mata caoba del cabello de Anthony.
—¿Era mucho problema entrar como las personas normales? —preguntó cortante.
—¿Dónde quedaría lo divertido? —preguntó de vuelta mientras reía. Destiny suspiró —. Además tú muy bien sabes que no somos normales.
—Porque nosotros seamos más resistentes y especiales en muchas cosas no significa que no somos como todos. Seguimos teniendo las mismas necesidades, y sentimos de la misma forma —comentó —. Bueno es algo raro de explicar, ni yo me entiendo perfectamente. Pero a pesar de ser Super humanos, seguimos teniendo debilidades.