Malia llevaba toda la mañana buscando a Jordan, y nada.
Eli fue enviado a la escuela con amenazas muy serias de parte de ella.
—Tienes que llamar a Lydia —aconsejó el Sheriff—. Puede que tenga una de esas cosas de banshee y sepa dónde está.
En eso estaban cuando una mujer que conocían bien entró a la comisaría.
El Sheriff no lo pensó dos veces y le apuntó con el arma, pero un oficial se interpuso entre ellos.
—Oficial Alec, haga el favor de quitarse de ahí —dijo el Sheriff, aún con el arma en alto.
—No, cuando es a mi esposa a quien le está apuntando —el oficial Alec no tocó su arma para no causar más alboroto.
Entonces entró Stiles con las dos niñas de Jennifer detrás de él.
—Papá, ¡detente, por favor! —dijo rápido.
Las niñas corrieron a los brazos de su madre, quien las resguardó con fuerza.
El Sheriff, al ver la escena, bajó el arma.
Malia observó aquello con miedo en los ojos.
El Sheriff actuaba como un gato enjaulado.
—¿Me explicas qué hace esta mujer aquí? —miró a su hijo y señaló a Jennifer.
—Es una larga historia —miró a su papá—. Deja de mirarla así. Ya no es lo que era antes. Tiene familia, es una madre… y una esposa ejemplar.
Los otros oficiales solo volvieron a su trabajo y no le prestaron atención a lo que pasaba.
Ventajas de que todo el pueblo supiera sobre lo sobrenatural, se dijo Stiles.
Eso lo llevó a otra cosa: si todo el pueblo sabía de lo sobrenatural… ¿por qué ocultar la muerte de Derek?
Ahí había cosas inconclusas.
—Quiero escucharla de todas formas —dijo el Sheriff, molesto.
—Yo lo haré. Yo le contaré todo —se ofreció Alec.
—Bien, pero quiero la versión de ambos —los señaló—. Y la tuya también —añadió, mirando a su hijo.
—Deja ya, papá. Tenemos cosas más importantes que hacer —solo quería irse y seguir leyendo los libros de Deaton, ver si había una forma de traer de vuelta a Derek.
Los libros…
Mierda, se quedaron en su camioneta en casa de Jennifer.
—Cállate y mejor ve explicando de una vez —lo miró con severidad.
—Será rápido. Le contaremos todo. Tú mientras ve a buscar a Jordan, puedo sentir su mala energía aquí —dijo Jennifer, caminando hacia Stiles con sus dos hijas aún junto a ella—. Uti scintilla quasi venato —sabía que Stiles no lo entendería, pero su chispa sí.
—Ve. Llévate a las niñas. Ellas también conocen el lugar.
Jennifer las mandó con él porque sabía que era de confianza y no quería que escucharan ciertas cosas.
—Adelante, Sheriff. Es la hora de la clase de historia —volvió su semblante burlón ahora que Stiles y las niñas ya no estaban.
Alec la miró como diciendo: ¿En serio, Jennifer?
Ella solo se encogió de hombros.
Los tres tomaron asiento en la oficina del Sheriff.
Y ella empezó a contar.
—Cuando enfrenté a Deucalion y Scott, logré escapar medio viva. Como pude, llegué al Nemeton, pero cuando estaba a punto de tocarlo, llegó Peter y trató de rematarme… lo cual creí que había logrado porque perdí la conciencia.
Cuando desperté, estaba ahí aún con este rostro, pero viva. Y pensé que tenía otra oportunidad de venganza… pero no fue así. No sabía dónde estaba Deucalion. No busqué a Derek por razones obvias. —Se tomó un segundo para respirar—. Pasé años sola. Me construí una vida en Historic District, pero aún tenía mucho enojo… y ganas de vengarme.
Con esfuerzo, logré hacer un plan para matar a Scott. Pero vi que Gerard y Monroe se me adelantaban. Intenté detenerlos, pero el Anuk-ite influyó más en sus planes, y así él obtuvo la voz del poder y empezó a armar a los miedosos del pueblo. Más bien, él les metió miedo… y el Anuk-ite solo lo intensificó, causando caos.
De todos, fui la única que no salió afectada, pero aún quería matar a Scott.
Y él es tan… estúpido. Trató de redimirme trayendo a Deucalion.
Y me tenté. Me uní a los cazadores de Gerard… y maté a Deucalion. Quise matar a Scott, pero Derek me vio… y escapé. —Alec le pasó un vaso con agua. Ella lo tomó y bebió con lentitud—.
Después de derrotar al Anuk-ite, y con él a Gerard y Monroe, Derek me buscó. Me encontró. Me pidió que me detuviera… por las buenas.
Y me pidió ayuda para tener un hijo. Me pidió buscar un espécimen indicado. Y así fue. Me fui a Virginia por su espécimen y regresé con él.
Un médico, que al igual que Deaton conoce lo sobrenatural, ayudó con la inseminación.
Al poco tiempo de que Eli nació, me fui.
Antes de eso, Derek me amenazó: me dijo que cambiara o me mataría.
Incluso me dijo que fuera con un psicólogo.
Empecé las terapias.
Unos años después conocí a Alec, quien, casualmente, Derek también conocía.
Pero esa ya no es mi historia. Es la de Alec.
—Terminó.
—¿Quieres que yo me crea todo esto? —el Sheriff se puso de pie—. No puedo creer que seas la madre de Eli. El chico es tan bueno… y tú…
—En ningún momento dije que yo fuera la madre —tomó más agua.
—¿Entonces quién es la madre? —pidió saber.
—Eso es algo que solo a Eli le puedo responder. Lo siento, Sheriff —miró a su esposo.
—Tenemos que ir a buscar a Jordan —dijo Alec.
Ella jaló a Alec fuera de la oficina del Sheriff.
El Sheriff se quedó solo… y con las ganas de saber cómo Derek había ocultado tantas cosas.
Debía admitir que se sentía celoso.
Derek no le había confiado eso.
Después de más de quince años apoyándose mutuamente.
Y más cuando apareció con su hijo en brazos.
Apenas era un bebito…
Un pequeño frijolito en los brazos gigantes de Derek.
Pero él lo sostenía con tal delicadeza…
Que parecía mentira que ese hombre tuviera mortales garras en aquellas manos.
Manos con las que delineaba el rostro de ese niño con ternura.
Algo hizo click en su cabeza.
Nadie, aparte de una madre, tenía esos gestos hacia sus hijos.
Derek… era la madre de ese niño.
No sabía cómo,
pero…
¡Maldita sea!
¡El tipo era un hombre lobo!
Y vivía en el puto BEACON HILLS.
Editado: 10.07.2025