El fuego lo consumió. Lo último que vio antes de caer en la nada fue a su hijo, Eli.
—¡Eli! —despertó gritando. Miró a todos lados tratando de orientarse, pero no veía nada. A lo lejos pudo escuchar murmullos, murmullos que se le hacían conocidos, pero no sabía de dónde.
Estaba en el suelo, eso lo sabía, podía sentir una rama molestando sus costillas. Se levantó y ahora sí podía ver un poco más.
Miró a su alrededor, tratando de reconocer dónde estaba. Su mirada se fijó en un punto, casi cayó de rodillas al ver la mansión. Había una fogata encendida y unas sillas alrededor de esta. La puerta de la mansión fue abierta de golpe. De ella salieron unos niños, y detrás de ellos corría Laura. Derek de inmediato se escondió; su corazón latía con rapidez y sentía que el aire le faltaba. Entonces corrió más adentro del bosque, hasta perder de vista la casa.
Se recostó en un árbol. Poco tiempo después se sentó. Ya más tranquilo, se preguntaba si esto era una especie de limbo o era la paz que por tanto tiempo había añorado. Se sentía perdido. Entonces empezó a hacer frío, mucho frío. Se dio cuenta del clima: había árboles con restos de una gran nevada. El aire le dio directo en la cara, sacándole un suspiro.
También miró que estaba anocheciendo. Sentía frío. Sus poderes no estaban. No podía permanecer afuera una noche, tenía que ir a la mansión. Entonces se armó de valor y empezó a caminar de regreso a la casa.
Cuando llegó, miró que los mismos niños aún corrían por todos lados, y había personas asando carne en un grill y otros disfrutaban en la fogata. Se quedó mirándolos. Luego los recordó a cada uno. Todo fue tan rápido. Los recuerdos de cada uno vinieron a su memoria. Recordó cómo murió cada uno. Las imágenes que Peter le mostró, de lo que él mismo había visto, se hicieron presentes, y ahí estaban, como si nada hubiera pasado.
Dejó sus pensamientos a un lado cuando miró que todos detuvieron lo que hacían para mirar a la puerta. De la casa salió Talia, su madre. Vestía una simple camisa de tirantes, los típicos jeans y unos botines. Todo aquello la hacía ver tan joven que lo hizo reír.
Se asustó cuando la vio ir hacia él. Intentó retroceder cuando la tuvo en frente, pero fue demasiado tarde. Ya lo tenía rodeado con sus brazos.
—Mi bebé... no te esperaba tan pronto. ¿Qué pasó?
—Un Nogitsune... tuve que sostenerlo mientras un Hellhound lo acababa. Era imposible sobrevivir, pero valió la pena por mi hijo y mi manada.
Su madre lo volvió a abrazar.
—Estoy orgullosa de ti —besó su mejilla. Todos los demás también le sonrieron. Laura corrió y se abalanzó sobre él; su madre apenas tuvo tiempo de esquivarla.
—Dime que Peter murió y está en su propio infierno y por eso no está aquí —preguntó en cuanto lo soltó.
—Digamos que ya tiene su infierno en el mundo, con su hija en él —rió. Talia lo miró.
—¿Encontró a Malia? ¿Cómo? —preguntó.
—La loba del desierto —dijo nada más, y Talia entendió—. Pero tengo todo el tiempo del mundo para contarles todo.
—Empieza desde que Peter me mandó aquí —aconsejó Laura riendo. Eso la hizo sonreír, pero no demasiado, ya que recordaba cómo la había encontrado.
Las risas no paraban, y se sentía feliz... pero sentía que no pertenecía. Al menos todavía no. Pero no tenía de otra: ya estaba muerto.
Ahí pasaban muchas cosas. Miró a su madre y preguntó:
—¿Hay todo un mundo aquí? —la miró.
—Si te refieres a si hay más casas que aquí en la reserva, sí —asintió—. Si quieres puedes ir a donde tú quieras. Hay muchas personas que murieron y vinieron aquí a preguntar por tu familia. Puedes ir a ver si los ves por el pueblo.
—¿Me puedo llevar a Laura? Quiero compartir con ella muchas cosas que la vida nos robó —su madre le sonrió.
—No tienes que pedir permiso. Además, tu hermana estará encantada de acompañarte —él asintió y después le devolvió la sonrisa a su madre.
Así fue. Su hermana fue felizmente. Estaba tan contenta de poder abrazarlo otra vez.
—¿Sabes de las personas que han venido preguntando por la familia y me han conocido en vida? —se aventuró a preguntar.
—Sí, una rubia y un moreno vienen una vez al año. Creo que cada vez que vienen y no estás, se sienten muy aliviados de que aún estés con los vivos —le sonrió—. Supongo que ahora que estás aquí, les dará algo.
—Sí, supongo... me golpearán cuando se enteren de que me arriesgué a morir teniendo un hijo —sonrió con tristeza. No quería recordar a Eli o se pondría mal. Pasaría el resto de la vida de Eli arrepintiéndose de no estar con él.
—Tranquilo, tu hijo lo superará. Y será igual de fuerte y valiente como tú —Laura parecía más sabia de lo que recordaba, mientras seguían caminando.
Cuando llegaron al pueblo, se asombró tanto de lo hermoso que era. Todo era antiguo, pero como si fuera nuevo. Una época distinta.
Laura lo llevó a un restaurante que le fascinó, y más al ver quién era la dueña.
—Hola, Erica —la rubia lo miró y casi tira a una de las meseras al correr a abrazarlo.
—¡Derek! —se aferró a él sin querer soltarlo—. Maldición, te he extrañado tanto... mierda, voy a llorar... por favor, dime que eres tú, que eres real. Ya no me importa que estés aquí y no con los vivos.
—Sí, Erica, soy yo, el mismo que viste y calza, el amargado y gruñón de tu alfa: soy Derek Hale —dijo, y Erica se aferró aún más a él, si eso era posible.
—¡Boyd! Oh, carajo... él tiene tantas cosas que decirte —dijo sin soltarlo.
—Bien, porque yo también —Erica por fin se cansó y lo soltó. Ella le sonrió con cariño. Él le devolvió el gesto de la misma manera.
Editado: 10.07.2025