Resurrection

Capítulo veinte

Un hombre alto, rubio, de ojos azul celeste muy expresivos, miraba fijamente hacia una pantalla.

—Osiel, Derek está de regreso. Lo vimos de lejos. Están protegidos, por eso no pudimos acercarnos —informó Megan.

—Gracias, Megan. Al menos a ti no te descubrieron... como a Samuel —dijo con molestia, mirando hacia un rincón.

—¡Oye! La mujer sabía lo que somos, lo que es Alec. Seguro tenían una clave para identificarlo —respondió Samuel, encadenado a una pared—. Osiel, sabes que tengo razón. Además, estaba ese sujeto mágico, el Michylaw-no-sé-qué...

—¿En serio vas a seguir dando excusas patéticas? —Osiel se levantó con brusquedad. Samuel se tensó.

—Si no quieres escucharme a mí, entonces manda a Megan a matar a Jennifer. Que traiga a Alec y a las niñas. Y mátame de una vez por todas —resignado, bajó la cabeza.

Justo cuando Osiel iba a cumplir con esa petición, una mujer mayor gritó desde el pasillo:

—¡Osiel! Baja ese cuchillo ahora mismo. Sabes que él tiene razón. Siempre lo regañas a él, y a Megan la consientes aunque se la pasa llorando por todo.

—Abuela, no ayudas —gruñó Megan.

—¡Tú cállate! Y ve a vestir a tu Ken para tu estúpida fiesta de té —le respondió con una mueca de desdén.

La muchacha resopló como toro furioso y salió del cuarto.

—Mamá, ¿por qué le hablas así?

—Porque la tienes demasiado consentida y encaprichada. Si quieres mantener esta guerra absurda contra esa manada, deberías entrenar mejor a tu hija. Si no, será la primera en morir.

—No hay guerra, mamá. Solo quiero matar a Derek y Alec por interferir en mis planes de matar a Chris Argent.

—¿Y qué crees que va a ocurrir cuando los mates? ¿Una paz inmensa y duradera? —se acercó, con los ojos brillantes—. No, querido. Si los matas, desatarás la guerra más grande que jamás haya ocurrido aquí.

—No me importa. Ellos defendieron a un cazador.

—No, defendieron a un inocente. Él no debe pagar por las atrocidades de su familia. No seas tonto, y no provoques que maten a tus hijos por tus propios errores.
—Lo miró con dureza—. Si tus hijos atacan a gente tan poderosa, no resistirán. Para ellos, somos tan fuertes como humanos con esteroides.

—Por eso atacamos a los humanos primero. Esas son sus debilidades...

—Sabes qué, Osiel, me voy a llevar a Samuel de aquí —la mujer caminó hacia su nieto.

—Ni se te ocurra —Osiel le apuntó con una espada de plata.

Ella solo rió. Su risa lo desconcertó. En ese segundo de distracción, su madre le quitó la espada con agilidad.

—Y así quieres ir a la guerra con bestias más poderosas que tú —bufó. Con la espada, rompió las cadenas.

—¡Maldita sea!

—¡No me vuelvas a llamar así! Intentaste matarme. Ahora solo soy Julia Roberts para ti —terminó de romper las cadenas que aprisionaban a su nieto, y lo abrazó—. Tranquilo. Nos vamos de aquí.
Con la espada aún en mano, salió de allí. Su hijo no los volvería a ver.

Megan lo había visto todo, escondida tras los túneles de las paredes de la casa. No se rendiría. Estaba decidida a enfrentar a esa manada para enorgullecer a su padre.

Con paso firme, salió de los túneles y se dirigió a las afueras de la aldea, donde los hombres y mujeres leales a Osiel se encontraban en el bar, al que llamaban “la taberna”.

—Un barril de cerveza, Jenny. Reparte para todos —ordenó en cuanto llegó a la barra.

Jenny, la bartender, asintió. Empezó a servir vasos rápidamente. Algunos la miraron extrañados, pero cuando repitió: “Cortesía de Megan”, todos se detuvieron y dirigieron sus miradas hacia ella.

Con cautela, Megan sacó un cuchillo de plata de su manga.

—Tenemos trabajo que hacer, muchachos —dijo con voz firme, clavando el cuchillo en la madera de la barra—. Hay una manada a la que debemos enfrentar.

—¡Sí! —todos vitorearon, clavando sus cuchillos en las mesas y chocando sus vasos en un brindis de guerra.

Para cualquiera, esas celebraciones serían extrañas, pero para ellos —tan viejos como el tiempo mismo— era lo más natural. Megan no se sentía incómoda. Sabía que estas personas amaban sus raíces y luchaban cada día por ellas.

—Y dígame, señorita Megan, ¿por qué vamos a pelear esta vez con los hombres lobo? —preguntó uno de los más viejos del clan.

—Es por venganza. Alec MacLeod nos traicionó. Lo enviamos hace años a espiar a esa manada... y se volvió uno de ellos —dijo, mientras todos asentían al recordar de quién hablaba—. Y no solo nos enfrentamos a una manada de hombres lobo, señor Joseph...

—¿Qué son, entonces? —preguntó Stan Lee, un anciano de facciones más jóvenes de lo que su edad indicaba.

—Son una manada de sobrenaturales de distintas especies.
Un alfa lobo de la manada más antigua de Beacon Hills es su nuevo líder.
Hay una banshee, un sabueso infernal, una coyote, una chispa, una druida oscura, un cazador...

—Espera... ¿una chispa? —Stan Lee preguntó. Joseph lo miró, preocupado.

—Sí. Él y el alfa son los principales. Creo que son pareja —dijo Megan, observando a los ancianos que murmuraban entre sí—. ¿Hay algún problema?

—La chispa y el alfa son el problema —respondió Jenny desde la barra—. No se arriesgarán a atacar a su manada. Esos dos solos podrían acabar con toda nuestra aldea.

—¡Cobardes! ¡Y dicen ser grandes guerreros! —gritó Megan, retirando su cuchillo de la barra y saliendo furiosa. Jenny la siguió.

—Conozco una forma de hacernos más fuertes para enfrentarlos —dijo Jenny. Megan se detuvo y la miró.

—Nuestra aldea está compuesta por más ancianos que jóvenes.
Malditos cobardes… En su juventud fueron invencibles.

—Habla claro. ¿Qué nos haría más fuertes?

—Ellos —respondió Jenny con firmeza—. Solo tienes que matarlos y beber su sangre.
Te dará su energía, su poder.
Son viejos. Nosotras jóvenes.
Serán como espinacas para Popeye... solo que el efecto dura para siempre —sonrió con malicia.



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En el texto hay: sterek, teenwolf, teenwolf stiles

Editado: 10.07.2025

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