"También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo"
Juan 16:22
Se conocían de otras vidas y ellos lo sabían, se los había dicho la hermosa adivina de ojos amarillos y de cabellos ensortijados color rojo, quien en aquella época tan lejana siendo anciana fue quemada en la hoguera por osar revelar tales misterios a la plebe y con la que coincidieron en esta vida la tarde en que estaban montando a caballo en la hacienda de su jefe, ellos incluso habían nacido bajo la misma estrella; la adivina leyó las líneas de sus manos, encendió un cigarrillo y con las señas de sus fechas y las horas de nacimiento trazo unas líneas en unas hojas de papel, los miro con tristeza y les indicó:
- Sean felices lo que puedan, aprovechen todo el tiempo para amarse, el tiempo ... el tiempo -y se marchó con una mirada melancólica, sacudiendo los cascabeles que llevaba en sus pulseras de fantasía-
Él contemplaba a su inocente amor, mientras la brisa fría le movía los cabellos que bailaban con ritmo, en tanto que "Cleopatra" la yegua de paso color castaño danzaba con la chica montada en su lomo al caer la noche.
Cada uno en sus silencios recordaba lo que aquella extraña mujer les había revelado. Guillermo, fue un gladiador de élite, un "Rudiarius" de los mejores en el año 183 dC. "Unaí Ximón" era llamado, un hombre de treinta y cinco años de edad, de 1,89 centímetros de estatura, 110 kilos bien distribuidos en su cuerpo atlético, moreno de cabellos rizados y oscuros, de manos grandes y brazos musculosos, poseía una cara peculiar, redonda, ojos ovalados color café, nariz pequeña y perfilada, labios gruesos y carnosos, escasa de barba, más bien lampiña igual que el resto de su cuerpo; tenía un encanto natural que afloraba al sonreír mostrando una dentadura blanca y perfecta. Cuando no estaba luchando no hacia más que contar anécdotas graciosas vividas a lo largo de su vida, como la vez que se cayó de un caballo sobre excremento húmedo mientras cortejaba a una muchacha, embobado en su belleza no vio venir la rama de un árbol, solía reír a carcajadas, un hombre de alma noble, romántico, apasionado y dado al amor de las mujeres.
Encerrado para el disfrute del emperador, capturado mientras trabajaba las tierras de sus padres, aceptó su destino sin oponerse porque era obvio que nada podría hacer, más que pelear hasta ganar su libertad de nuevo, volver a los brazos de una mujer con quien vivía y a quien quería debido a todas las experiencias que habían vivido juntos, una mujer mentirosa, caprichosa de nariz larguirucha y ojos como los de un cuervo, que lo mantenía a su lado a fuerza de hechizos; Unaí solo quería ser el mismo y vivir, no le daba mucha importancia a aquellas charlatanerías que ella practicaba, puesto que esa mujer le dejaba pasar cuanta infidelidad sufriera con tal de estar con el y sentir que a pesar de todo ella era su dueña.
Encontró finalmente a su talón de Aquiles en los brazos de un Centurión, quien en principio le fue antipático, todavía más ahora que conocía de sus sentimientos. La primera vez que la vio iba temblando de la mano de aquel hombre que la llevaba casi a arrastras, algo enojado por la expresión de su rostro; por un instante sus miradas se cruzaron y las flechas de cupido les atravesó el corazón; el amor, la fuerza que inmensa que mueve a la creación, el amor los hizo fuertes, los hizo osados, ella se escapaba para verlo, tocar sus manos y su pecho, él tomaba su rostro entre sus manos y la besaba apasionadamente, lo que no podía decir con palabras se lo decía el alma con sus besos, no importaba cuanto tiempo compartían, era suficiente. Selene sobornaba al guardia que lo custodiaba para estar a solas con él, para hablar, para que cada uno se mirase en los ojos del otro, para hacerse promesas de amor.
- Tendré mi libertad y voy a rescatarte, te llevaré conmigo, tendremos hijos y juntos correremos por el camino lleno de flores amarillas que nos llevará a nuestro hogar -le prometió -
- Lo sé, esperaré en silencio, seguiré pidiendo a los Dioses que te concedan más victorias para que así sea -le respondió ella llena de amor, llena de ternura e ilusión-
Ella, Selene muchacha de veinticinco años, de cabellos negros semi ondulados, frente pequeña, cejas oscuras y bien definidas, ojos color ámbar, boca pequeña y labios carmesí en forma de corazón, de modales delicados, alegre, inteligente, osada, noble, testaruda, celosa, no daba ningún paso sin estar segura, a menos que fuese en los asuntos del amor, terreno en el que desde joven salía perdiendo, fue entregada en matrimonio a Zenón como pago de una deuda de sus padres.
Zenón un Centurión Romano de cuarenta años, despiadado, que no aceptaba un "no" por respuesta y no valoraba los sentimientos de ninguno a su alrededor, un hombre dado a todos los placeres pero por sobre todo a la gula y la violencia. Un digno rival de Unaí en cuánto a físico se refiere, de su misma estatura y complexión, con la diferencia de tener el trapecio más ancho y desarrollado; de rostro varonil, cabellos lisos de hebras gruesas algo canoso, ojos pequeños color café, cejas claras, nariz grande no perfilada, labios delgados y largos, una barba espesa y corta que le suavizaba la expresión feroz, pocas veces sonreía y cuando lo hacía se dejaba ver la falta de dos dientes inferiores que había perdido en una pelea. Sin embargo, ese detalle no le restaba belleza, las mujeres gustaban de el hasta que intimaban, un hombre posesivo y autoritario, narcisista, amoroso mientras lo complacían, con un instinto de auto protección bastante desarrollado, firme en sus decisiones y en extremo orgulloso, no tan dado las mujeres pero, popular por su aspecto físico y su talante varonil, incapaz de pedir disculpas o de reconocer sus errores y fallas, no sabía si estaba enamorado de la mujer que vivía a su lado o simplemente la utilizaba para que lo atendiese; se sentía cómodo a su lado solo cuando ella no le llevaba la contraria en ninguna situación y cuando le obedecía sin reclamos; la mayor parte del tiempo la ignoraba y la evitaba, si ella le pedía cualquier explicación sin importar el motivo la gritaba, aclarándole que su único propósito allí era atenderlo, que guardara silencio y qué si no era feliz podía irse; eso tampoco era posible.
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Editado: 08.02.2025