Raquel… Raquel. Una mujer risueña; siempre en movimiento, profesional de la enfermería, de palabras elegantes y sonrisa picara, no perdía oportunidad de ayudar a quien pudiese y por tal razón conocía a muchas personas. No era de esas que se queda esperando a que alguien les resuelva la vida.
Conversó con una de sus hermanas, también habló con una prima quien tenía un novio taxista; los profesionales del volante conocen muchas personas y este rápidamente le consiguió una habitación en alquiler en un barrio cerca del centro.
Era una de estás viviendas que sirven como residencias, en una planta está la casa completa y en el fondo o en la planta superior un par de habitaciones, algunas con baños compartidos y en el mejor de los casos, cada una con baño particular, en esta ocasión la residencia solo tenía para rentar dos habitaciones, una al lado de la otra, con baño individual en la planta superior, no era un barrio bueno, de hecho estaba clasificado por el estado como “zona roja” pero, para el momento no había otra salida, además era un alquiler accesible. Inmediatamente sirvió de intermediaria con la dueña explicándole que tenía una amiga a quien podía alquilarle la otra habitación, no iba a generarle ningún tipo de problemas y ella se haría responsable por cualquier situación incómoda, apenas escuchó el “sí” de la casera inmediatamente llamó a Diana.
- ¡Amiga… recoge todo que te conseguí un lugar a donde irte! ni siquiera te van a entrevistar, no esperes que la señora se arrepienta, mueve ese cuerpo hasta aquí lo más rápido que puedas.
- ¿Pero qué?, ¿dónde es eso?, ¿cómo voy a llegar?, ¿cuánto voy a pagar? ¡No entiendo nada!
- Tú confía en mí, ya entregué el depósito de tu habitación, lo demás lo debes resolver tú sobre la marcha.
Le puso la dirección en un mensaje de texto y además de eso le pasó el número telefónico de otra persona para que gestionara la mudanza de manera rápida y económica.
Al siguiente día en la mañana llegó el camión, todas las pertenencias estaban organizadas en cajas, las cosas grandes como la lavadora, la nevera y la cama estaban forradas con plástico, la ropa y los zapatos iban en las cestas que se usaban para colocar la ropa sucia, en el camino las chanclas de su hermano menor se habían salido de donde estaban y el chofer tuvo que parar para recogerla, en cada mudanza es común que se extravíen cosas y las personas no se dan cuenta en el momento si no cuando las necesitan, pero las chanclas es un tema aparte, sobre todo si solo existe un par. Lo mejor de todo era que ya había salido de esa tortuosa situación por la que estaba pasando junto a sus hermanos, antes del mediodía ya estaba en la habitación siendo vecina de Raquel. La dueña de la casa una mujer bajita, blanca, de caderas anchas y cachetes gordos, con los ojos redondos, y la nariz ancha; tenía un bebé recién nacido, era en apariencia bondadosa y amable.
Por otro, lado era bueno convivir con Raquel, no se sentiría sola, aunque la mayor parte del tiempo la enfermera estaba trabajando. Algunas veces Diana le organizaba la habitación, ya que Raquel cuando estaba en sus días libres pasaba el tiempo limpiando más no ordenaba nada, Diana que era una máquina del orden se sentía enferma cuando a través de la ventana veía el desastre de Raquel, quien por el contrario no se inmutaba con nada y cuando Diana le decía que le iba a arreglar el cuarto felizmente decía que sí. Sus hermanos no estaban cómodos, no podrían estar cómodos en un lugar tan estrecho para tres personas, de forma estratégica colocaron la cama matrimonial y sobre ella con mecates colgados de las vigas del techo improvisaron una hamaca para poder dormir los tres, uno de los hermanos se refugiaba en casa de un amigo que finalmente era más familia que ellos mismos, así que Diana dormía en la hamaca y su hermano menor en la cama, tenían espacio para un mueble con el televisor, un gavetero a un lado de la cama, el clóset empotrado en el cuarto les permitió colocar algunas prendas de uso común y en sacos el resto de la ropa, un estante, y nada más. En otro compartimento de la habitación colocaron la nevera, la estufa de dos hornillas y el microondas que apenas servía, la lavadora doble tina estaba en la cocina junto a un tobo donde guardaban la comida, y en el baño un tanque cilíndrico y la cesta de la ropa sucia. Podían respirar sin amenazas y eso era lo más importante, al cabo de un año una madrugada se escuchó un ruido en el balcón, Raquel llamó por teléfono a Diana y le dijo en baja voz que estaba segura de que escuchaba a alguien en la casa.
- Manita creo que alguien se metió a la casa, siento ruido afuera, por favor asómate.
Era la primera vez en varias noches que Diana cerraba la puerta que daba al balcón, incluso también había cerrado la ventana de la puerta de su cuarto, algunas veces el calor era insoportable y por eso no la cerraba, para que el frío nocturno los ayudase a dormir frescos; el mayor de sus hermanos tenía tiempo sin quedarse con ellos porque realmente era una habitación pequeña. En estos momentos el menor estaba dormido, a Diana se le secó la boca, se paralizó por unos instantes sin saber qué hacer, sentía como lentamente se le entumecía el cuerpo desde los pies, haciendo recorrido por las pantorrillas y luego a los muslos, deseando dar un paso sin poderlo hacer. Tuvo que gritarse mentalmente <<¡HAZ ALGO!>>, <<¡muévete!>>, caminó sigilosamente y miró a través de una rendija de la ventana cerrada y allí fuera en la soledad de la noche y bajo las farolas del techo estaba un joven flaco, más bien escuálido, alto, que no se percató de que lo estaban observando, caminaba de un lado a otro con la mirada perdida, los ojos ojerosos y hundidos, rojos. La clara imagen de drogadicto, hurgaba sin cesar los dos tobos vacíos y las bolsas que estaban en el balcón, que por cierto no tenían nada de valor.
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Editado: 03.08.2025