Retinas en simbiosis

Retinas en simbiosis

Sé que es una locura. Yo no soy así. Bueno…. ¿qué demonios? Quizá no lo era pero ahora sí quiero serlo. ¡Lo quiero! No soy la primera ni seré la última que tiene una cita con un desconocido, ¿verdad? Tampoco es que sea un completo extraño. Sé que Ismael es rubio, deportista y… Vale, quizá no lo sepa todo de él pero para eso hemos quedado. Si es un viejo pervertido le montaré un pollo. Puedo decirle que…¡Espera! Alguien se acerca. ¿Es él? Lo es, pero va con un amigo, ¡maldito cobarde!

Ismael es idéntico al de las fotografías. Rubio, con la mandíbula contorneada y la piel bronceada. Es guapo, superior a la media, y a juzgar por cómo lo miran las chicas de la cafetería no hay duda que roza el excelente. Le sonrío para que sepa que lo he reconocido y él me saluda levemente con la cabeza mientras se acerca a mi mesa. Durante el pequeño trayecto me fijo en su amigo. ¿Por qué me observa con cara de pocos amigos como si mi presencia lo irritase? Su cabello es completamente negro, del mismo tono que su cazadora y sus marrones ojos chulescos me dan ganas de… ¿Qué diablos le ocurre a este chico? 

—¿Ana? —me pregunta Ismael transportándome de nuevo a sus azules ojos.

—¿Eres Ismael? —le pregunto con falsa modestia porque sé perfectamente que es él.

—Te equivocas, Ismael soy yo —me contesta su amigo de cabello oscuro. Entonces me fijo en las solapas de su cazadora de cuero y no comprendo qué me está diciendo. 

—¿Es una broma? —le pregunto indignada. Él parece de mi edad pero es mucho más serio que el chico rubio de la derecha que no deja de sonreírme.
—Las fotografías eran de mi amigo Carlos —me explica en un repentino tono de disculpa. Su amigo Carlos de cabello dorado y ojos claros baja el rostro en señal de disculpa— Él… bueno, está acostumbrado a quedar con chicas por internet —titubea. Entonces Ismael suspira y esa mezcla de cazadora oscura, mirada desafiante y mejillas sonrojadas no deja de intrigarme. 

—¿Qué quieres decir? —lo presiono. 

—Me interesas —me contesta otra vez con la misma seguridad con la que había entrado en la cafetería— Si te soy sincero, solo me conecté a esa red social para pasar el rato. Jamás hubiera esperado conocerte.

—¿Y a quién esperabas encontrar? —le pregunto— Que me hayas mandado una fotografía de tu amigo no habla demasiado bien de ti.

—Lo sé. Créeme que lo más fácil hubiera sido hoy dejarte plantada —me contesta con el rostro serio.

—¿Debería darte las gracias por haber aparecido? —le pregunto arqueando una ceja. Él me observa y suspira de nuevo.

—Perdona, no dejo de estropearlo. Solo estoy aquí para decirte que soy Ismael, todo lo que te he contado sobre mí es cierto excepto la fotografía de perfil.

—¿Todo? —lo presiono—. ¿Te gusta el fútbol, quedar con los amigos y tienes un perro labrador? —le pregunto con ojo crítico. Él asiente.

—Está bien —sentenció finalmente porque parece bastante sincero—. Y ahora, ¿qué?

—¿Puedo sentarme y aclarar este malentendido? —me pregunta con el ceño fruncido. Yo relajo mi expresión porque su forma de hablar me recuerda al Ismael con el que he intercambiado mensajes.

—¿Solos tú y yo? —le pregunto con ironía. Él asiente mientras su amigo se despide de nosotros. Entonces Ismael pide un café y se sienta enfrente de mí.

Sentado puedo analizar mejor sus expresiones faciales y rasgos. Sus formas son más agresivas que las del Ismael de mis sueños. Sus labios son más llenos y menos rosados, la mandíbula más marcada y su expresión menos cordial pero más confiable. Parece un chico selectivo, capaz de tomar sus propias decisiones y sin necesidad que le caigan bien todos. Entonces me doy cuenta que estos ojos marrones de Ismael me gustan más. No es por su color ni porque sean más bellos que los de su amigo. Es algo mucho más terrenal y simple. Son sinceros y creo que comprenden mejor los míos. ¡No lo sé! Quizá estoy loca pero noto que… 

—Verónica —me llama Ismael—. ¿En qué estás pensando?

—Tus ojos son bonitos —le confieso con timidez por si el comentario le parece cursi.

—Yo siento que los tuyos me hablan —me dice él antes de tomar un sorbo de su café.

En ese momento soy incapaz de mantener la mirada de Ismael porque mis mejillas se sonrojan al ser consciente que a mí me sucede lo mismo. Desde que Ismael ha entrado en la cafetería y sus ojos se han cruzado con los míos me ha resultado imposible dejar de observarlo.




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