NUESTRAS CUATRO ESTACIONES
Por las cuatro estaciones del año me hiciste pasar, por más corto que fuese el tiempo que pasamos juntos.
Vivía un frío invierno cuando nuestros camino se encontraron. Mi interior estaba cubierto por metros y metros de la blanca nieve. Y mi corazón congelado por las bajas temperaturas, aunque estaba tan frágil ya, que cualquier paso en falso lo hubiera fragmentado.
Los días pasaron, incluso las semanas y los meses. Comenzamos a conocernos. Fuiste como los rayos del sol en mi gélido inverno, y poco a poco la nieve descongelaste. El tiempo siguió pasando, y ya podía sentir los árboles y plantas floreciendo, recuperando sus alegres colores.
Meses más tarde me hiciste vivir el mejor de los veranos. Pasar el tiempo contigo era tan relajante como escuchar las olas del mar. Tan divertido como salir a acampar. Tan liberador como una tarde en el campo. Me sentía plena, renovada. Pero tristemente nada es para siempre, y nuestra historia también tuvo su final.
Una confusión, un capricho del destino, no sabría cómo definirlo, pero nuestra relación se fragmentó en mil y un pedazos, tantos que no hubo forma de pegarlos. Y todo quedó en un simple adiós que ni siquiera pronunciamos, transportándome así al otoño.
Las hojas de esos frondosos árboles se tornaron de verde a amarillo. De amarillo a naranja. Y de naranja a rojo. Hasta que terminaron por caerse. Y, el día que entendí que todo había terminado, el invierno regresó, más crudo que el anterior.
No he tenido el valor o la fuerza de voluntad para salir de él. He estado seis años atrapada en la ventisca. Deambulando entre la nieve mientras mi cuerpo tirita. Soltando un grito de auxilio que se ahoga en mi garganta. Suplicando clemencia.