Reto Peligroso

2.0

La puerta de la casi desolada habitación siendo tocada resuena en mis oídos. Me obligo a dejar el celular en la mesita de noche y exclamar un "¡Pase!" a quien quiera que esté detrás de la puerta.

Mi padre entra con la bandeja de comida que generalmente me trae
Glory —el ama de llaves— e inmediatamente me incorporo de la cama hasta estar sentada con las piernas cruzadas. Mi acompañante paternal se acerca hasta entregarme la bandeja y sentarse al lado mío, espera a que acomode la bandeja en mi regazo de manera que no se resbale y es ahí cuando habla.

—Lamento haberte retirado de tus ocupaciones allá en Washington, no quería...

—Esta bien papá —lo corto antes de que se ponga sentimental—, entiendo. Pero la próxima vez que suceda algo como esto —ruego a Dios que no pase otra vez— has lo posible para no sacarme de manera brusca de allí. Todo paso tan rápido que no me acuerdo de si intentaron sacarme del apartamento para secuestrarme o robarme.

Una carcajada sale de él en el momento en el que escucha lo último, un destello de nostalgia y alegría tiñe sus ojos y por tanto, los míos también.

—Aveces, me resulta extraño la manera en la que creciste —dice—, es decir, tienes todos los lujos que una persona podría querer pero tu te conformas con lo mínimo. No recuerdo cuando fue la última vez que acudiste a mi por alguna situación económica.

—Umm... yo si lo recuerdo —rebusco entre mi cabeza hasta encontrarme con una pequeña de trenzas a cada lado del cabello—. Tenía trece años y quería comprar una muñeca de esas que eran nuevas en el mercado pero me había gastado mi mesada en unos dulces junto con Chris y...

—Y entonces acudiste a mi y me preguntaste si te podía regalar para la muñeca la cual con efectividad compramos.

—¿La muñeca? fueron más de cinco.

—Parecías loca viendo todos esos juguetes.

—Supongo que hay veces en las que se tiene que aprovechar los recursos.

—Si, así es —afirma—. Por cierto, ¿Qué fue lo que hiciste con ellas? nunca fuiste niña de muñecas.

—Las regale —miento.

—Genial —pasa la mano por su mandíbula, en la que yace un pequeño rastro de barba—. Sam, solo quería disculparme por lo sucedido pero sabes que yo... yo no sé qué haría si te...

—No te preocupes papá, nada malo va a pasar —trato de convencerlo—. Tienes prácticamente a todo un ejército listo para cualquier ataque, nada va a pasar.

—Me alegra que entiendas que hago esto por tu bien —asiento, de pronto, un deje de curiosidad se agudiza en su mirada—. ¿Has hablado con tu madre?

—Pensaba viajar allí la otra semana pero veo que los planes han cambiado —me encojo de hombros.

Mamá se divorció de papá cuando tenía diecisiete años, solo que, fue mamá quién lo quiso, fue ella quién lo pidió, fue ella quién decidió dejar a su marido, fue ella quién tomo la decisión. Nadie más.

Siempre he admirado la honesta brutalidad con la que mamá dice las cosas, solo que aveces, es bueno saber qué cosas se deben decir y que no. Para alguien que no tiene filtros, la honestidad es la mejor arma que puede tener contra cualquier agresor, ese día no era la excepción.

La manera en la que se sentó con tranquilidad, la manera en la que espero a que demos un bocado a la comida, la manera en la que escupió en frente de nosotros que se había revolcado con su instructor de Pilates —debo de admitir estaba bueno—, la manera en la que nos miro como si no importará nada en absoluto; como si fuera cosa de todos los días acostarse con alguien que no sea su esposo y por si fuera cierto, contarlo en medio de una cena con esposo e hija presentes. Todas las maneras en las que hizo todo no me dan nada más que ganas de vomitar, en ese momento, ahora y siempre.

Recuerdo a la perfección como las expresiones de mi padre fueron de tranquilidad a asombro, de asombro a horror, de horror a rabia y de rabia a decepción; una decepción cruda y cruel, sin embargo, no lo suficiente como para cambiar la expresión de tranquilidad de mamá.

Quién sabe cuantas veces se ha revolcado con otra persona.

En ese momento no tenía idea de qué decir, me limité a quedarme callada como si escuchar ese tipo de confesiones fuera cosa de todos los días. Me quedé callada en el momento que  que papá se levantó de la mesa, en el momento en el que mamá se levantó de la mesa y en el momento en el que la habitación se quedó en silencio.



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En el texto hay: peligro, accion, aventura

Editado: 24.08.2018

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