Mi cuerpo se agacha para no recibir rasguños de vidrios rotos. Me pregunto entonces cómo en el infierno no se les ocurrió irnos en carros con vidrios a prueba de balas.
Quisiera decir que fue solo una, quisiera decir que fue algo así como una bala perdida, de esas que suelen tirarse al aire libre y de pronto llegan fuertemente hasta un lugar hiriendo a una persona; pero estaría mintiendo si dijera eso.
Las balas resuenan tan fuerte que creo que mi cabeza podría estallar en cuestión de minutos. No sé en qué momento la mayoría de los guardias, tanto del primero como del tercer auto salen con agilidad. No me sorprendería que con la cantidad de balas que han tirado todas las llantas hayan sido perforadas.
Lo primero que hago al sentir el aire acariciarme la cara es encontrarme con el rostro de Chris, un Chris jodidamente asustado. Los guardias que quedan —detecto algunos en el suelo con sangre en ellos— tratan de aproximarnos hasta estar juntos. Un sentimiento estremecedor me envuelve en el instante en que detecto a Eddie tirado en el suelo con una perforación de bala en su frente.
Retiro mi vista de la escena para percatarme que los guardias caen fácilmente al suelo. Teniendo conocimiento de situaciones como esta, cuento lo más rápido que puedo a nuestros oponentes, quienes parecen estarse protegiendo entre la cantidad de hojas que hay. Son tantos, demasiados... nos tienen acorralados, si nos quedamos aquí y no corremos tendremos una muerte segura; pero ningún guardia permitiría que yo, su prioridad, les dijera qué hacer.
Rápidamente, aprovechando que tanto los guardias como nuestros oponentes se encuentran ocupados recojo con agilidad dos armas del suelo. Agradezco que los guardias hallan alcanzando a rodearnos, poniéndonos a Chris y a mi en el centro. La estabilidad es poca, lo sé, lo siento... deben de quedar muy pocos guardias vivos.
Paso una arma hacia Chris enseñándole entre todo el ruido cómo debe disparar, a pesar de lo asustado que se encuentra asiente, escuchando todo lo que digo.
—¡No podemos quedarnos aquí! —exclamo, el sonido de las balas ahoga nuestra conversación—. ¡Tu correrás hacia allá primero! —señalo un punto lleno de árboles que parece estar libre de contrincantes—. ¡No te detengas hasta estar lo suficientemente seguro de que no escuchas ningún ruido de bala! ¡No tengas la guardia baja por nada del mundo! —anuncio—. ¡Lo más seguro es que un guardia de los nuestros te siga, deja que lo haga y convencelo de no volver! —la mirada que le doy después de mis intrucciones es una de despedida. Me buscan a mi, no a él. Él no tiene nada que ver con esto—. ¡Vete! —exclamo al ver como la mayoría de los guardias por la parte de Chris van cayendo en picada.
—¡Pero...!
—¡Chris vete! —exclamo más alto, logrando que algunos guardias posen su mirada en nostros.
Mi mejor amigo, sin esperar más, corre. Uno de los guardias le sigue el paso con agilidad. Lo alcanzará, solo espero que para cuando lo haga, el sonido de las balas apenas sea reconocible.
Es mi turno, no tengo tiempo alguno para fijarme porque parte corro. Escucho el sonido de las balas como un susurro punzante a punto de rozarme. La adrenalina corre por mis venas con agilidad, no tengo tiempo para ponerme a pensar si alguien me sigue o no, solo pienso en salir de escenario. A medida que corro no presto atención a los cuepos por los que paso encima, no ahora, no cuando debo tratar de protegerme a mi misma por más egoísta que suene. No puedo hacer nada por ellos, y si puediera, la muerte sería mi regalo.
Agrezco infinitamente a Dios en el momento que, a pesar de no ser muy consciente de mis pasos, logro escuchar el crujir de las hojas, siendo pisadas por mis botas. Empuño el arma con más fuerza, los polizones están entre las matas, todavía no estoy en terreno seguro. Trato de hacer silencio pero es imposible, mi respiración agitada, el dolor en mi garganta, las hojas crujiendo con cada paso que doy, todo aquello que puede hacer que mi plan se vaya al carajo y termine igual que los oficiales.
Mis ojos se abren al cielo en el instante que una bala me pasa por encima, inmediatamente apunto hacia donde salió la bala. El sonido adolorido de quien quiera que haya sido me hace saber que le he dado, no necesito matarlo, solo necesito estar lo suficientemente segura de que no se parará para acabar conmigo. Vuelvo a correr pero mi cuerpo cae en picada, mi cabeza choca contra el tronco de un árbol y el arma resbala de mis manos como si fueran de mantequilla.
Lanzo una patada fuerte que hace que la persona que se esforzó en estamparme contra el árbol pierda el aliento. Justo como aprendí, aporvecho su momento de inestabilidad para darle otra patada, esta vez, lo hago caer en el suelo. Mis manos buscan el arma con afán, cuando logro encontrarla me pongo en plan de volver a correr; es una lástima que cuando voy a mover mi pie una enorme mano se pose en mi tobillo para hacerme caer.