Cierro la puerta del baño con tanta fuerza que el sonido del portazo retumba en mis oídos como si fuera una bala. Ya he escuchado el sonido de una bala antes de que esto sucediera, lo he escuchado más de una vez, más de dos incluso. Tengo idea de lo que es tocar un arma, estar herida, ver gente morir o heridos sufriendo. Lo que diferencia a aquellas veces de esta es que en esos momentos, lo que hacía no se trataba acerca de mi, se trataba a cerca de algo en general, en plural. Yo soy singular, una sola persona que está viviendo un remolino causado por el simple hecho de existir.
Observo mi perfil en el reflejo del baño. No me sorprende encontrarme con una imagen deteriorada de mí misma, es más, me sorprende que no luzca peor. Me pregunto cómo sería nuestro físico si fuera el fiel retrato de nuestros sentimientos, sería tan cambiante, tan bipolar... Todos los sentimientos del ser humano son efímeros. No hay absoluta tristeza, ni absoluto miedo, ni absoluta felicidad... Nuestra imagen sería tan bella y tan espantosa, tan cambiante.
Mi rostro está sucio, la tierra ha hecho de las suyas dejando sus huellas, de la misma manera en que un corte en mi pómulo derecho ha dejado un rastro de sangre. Los hilos de mi cabello castaño están por todos lados, puedo jurar que nunca lo he tenido más esponjado que ahora. Dejo de observar mi reflejo empezando por buscar un pequeño trapo o una simple toalla para limpiar mi rostro. Encuentro lo que busco minutos después en un pequeño estante, antes de coger el trapo blanco me recuerdo lavarme manos.
Suciedad en mi rostro, suciedad en mis manos, suciedad en mi alma... ¿Cuánta suciedad es necesaria para asfixiarme?
Tomo la toalla blanca del estante y la humedezco con un poco de agua que sale de la llave. Paso la toalla por mi rostro con mayor lentitud en la zona del raspón.
De pronto, una vez más a mi mente viene la imagen de los guardias.
Salto sobre mi propio lugar al escuchar golpes en la puerta. Cada golpe me aturde un poco más que el siguiente.
—¡Samantha! —la voz de Hunter llega a mis oídos— ¡¿Todo está bien por ahí?
—¡Déjame! —exclamo en respuesta. Mi voz sale un tanto inestable y me regaño por ello.
—Sam...
—¡Todo está bien, Hunter! —gruño—. ¡Déjame en paz! ¡¿Tan entusiasmado estás por seguirme gritando?!
Después de aquello no hay nada más que silencio. En mi interior lo agradezco, desearía con todo mi ser estar en Whashington haciendo mi trabajo que en esta porquería de selva con un tipo que no posee una pizca de amabilidad.
Termino de limpiar mi rostro y observo mi ropa. Me deshago del blazer negro, pero en cuanto a la camiseta roja y los jeans que llevo, la suciedad no puede salir de ellos a menos que me ponga otra ropa o los lave a mano. Básicamente, hasta que salgamos de este lugar.
Tiro la toalla a la basura y giro sobre mis talones para abrir la puerta. Rezo porque Hunter haya podido contactar a quien quiera que sea para que nos diga en qué lugar debemos encontrarnos, de lo contrario, tendremos que volver a adentrarnos dentro de los matorrales hasta que se pueda encontrar una manera de contactarlos y mantenerse vivos mientras eso sucede.
Salgo del baño buscando al guardia que hace un rato se encontraba molestando en la puerta. No tardo mucho en hallarlo en la cocina. Unos cuantos sobres son depositados sobre la mesa por su parte. Tomo uno en mi mano observándolo como si fuera cosa de otro mundo.
—Es la única comida que hay —explica, reposando sus manos en la mesa. No se me pasa desparecido como los músculos de su cuerpo se tensan en el movimiento.
Él también se ha quitado el blazer de encima, quedando en la camisa de botones de manga larga blanca y la parte inferior del traje. Sus prendas están igual de sucias que las mías.
Me aventuro a abrir uno de los sobres color metal aunque sé que hay mucho más que comer. Huelo el contenido del sobre y en menos de un segundo me encuentro esbozando una mueca de asco. Esto es lo más asqueroso que he olido, no quiero ni imaginarme cómo sabe.
—Siendo sincera —digo, dejando el sobre con brusquedad sobre la mesa—, prefiero tragar tierra —dicho eso camino hasta estar a su lado y le hago una seña para que me dé el espacio que está ocupando. Arquea una ceja en mi dirección queriendo desafiarme, pero finalmente se hace a un lado—. Es un refugio, Brooks —aclaro como si no entendiera—. Es algo obvio que este tipo de comidas no es suficiente para sobrevivir, mucho más cuando se trata de vomitó triturado —abro los cajones de abajo y sin importarme lo raro que me vea, me adentro en ellos con cuidado de no golpear mi cabeza.
—No estamos jugando a las escondidas todavía —dice, desde afuera.