Retorno a Young

Introducción

**Esto solo lo entenderá quien leyó el libro uno de esta saga llamado NACIÓN YOUNG, date una vuelta por el libro uno y luego disfrutar de esta nueva historia de Alana y su amado príncipe Gregory**

“Cada día que despierto y veo al cielo azul, digo una oración por ti, con el simple deseo de que puedas escucharla, allá donde estés…”.

Sábado 8 de enero del 2007, 20:h00

Había una vez…

—Señoras y señores, una tragedia tiene siempre dos versiones —les dijo con dulce voz—, muchos vibraron con la historia de amor entre Alana y Gregory y lloraron con el desenlace… pero la función debe continuar y de nuevo el infortunio, la desazón, el amor y la aventura da comienzo…

Deberé comenzar esta historia con la clásica frase que tanto nos cautiva y nos hace transportar a mundos donde el valor, heroísmo y el amor son eternos y donde todo lo que soñamos es posible realizarlo… —el juglar hizo sonar sus cascabeles y el laúd—: Había una vez un centro de rehabilitación llamado Hoover, en honor a un benefactor que se dedicó a ayudar a los pacientes con problemas mentales.

En un pabellón de ese centro, en la habitación 118, se encontraba Alana Lorenzo.

La historia había comenzado.

Alana como todo ser humano suele hacer en la adversidad rumiaba sus días recordando lo vivido en Young.

Eran días malos sin duda los que vivía, su voluntad dependía de terceras personas y el anillo que su esposo le había dado tiempo atrás no estaba en su poder.

Tal vez debió confiar en la magia de Young y no en sus sentimientos humanos que la empujaron a regresar sabiendo que ya no pertenecía a ese mundo, pero todavía arrastraba sentimientos humanos y era torpe para descifrar las cosas.

La magia que envolvía el anillo, el mismo Gregory se la había descifrado la noche de bodas:

“Hace mucho tiempo tuve una aventura en el reino de las sirenas. Ellas me dieron como regalo una caja que contenía dos anillos mágicos, según me dijeron, cuando encuentre a mi alma gemela deberé darle uno de los anillos: el más pequeño que es para mujer y colocarme el otro yo, de manera que estos, que son hechos de una perla gemela estarán ligados por un vínculo precioso de amor.

Siempre que veas ese destello sabrás que, aunque lejos, estaré con bien y vivo y yo sabré lo mismo de ti… De esta forma, aunque separados, lograremos encontrarnos”.

Gregory estaba vivo y ella lejos, muy lejos para alcanzarlo. Su corazón se agitó, desesperado necesitaba volver, buscar a Gregory, ser uno nuevamente con su amor, pero nadie entendió sus razones.

Su madre pensó que estaba loca y buscó ayuda profesional, la solución fue internarla para observación; sin embargo, sus continuos intentos de escape la llevaron a ser internada indefinidamente: un año de todo eso.

Lo que pasó en Grendich cuando Alana desapareció

—¡Alana! ¡Alana! ¡Vuelve, no estoy enojada contigo!

La voz de Cora se perdía en medio de la noche, de una fría noche, por cierto, corría desesperada para tratar de alcanzar a su amiga.

Alana corría tan rápido como alma que lleva el mismo diablo. Entonces la vio dirigirse hacia el bosque, inmediatamente supo lo que iba a hacer: Iba a desaparecer.

Intentó detenerla, pero el auto del comisario se estacionó frente a ella y él la detuvo diciendo.

—Esto es un asunto oficial.

—Hay que detenerla —decía desesperada—. Ella va, ella va…

—Vuelve a tu casa muchacha ya has causado suficiente daño.

La joven lo empujó y le dijo molesta.

—¡Algo malo le va a pasar a Alana!

—¡Basta, muchacha! —la sujetó.

Cora luchaba por zafarse de su presión.

—¡Hay que detenerla! ¡Alana! ¡Alana!

Entonces sus ojos se abrieron enormemente al ver que el bosque literalmente ardía frente a ella.

—¡Por Dios! —exclamó.

El comisario se dio la vuelta y vio como el bosque estaba prendido en un fuego intenso y luego, volvía a su normalidad, se quedó de una pieza, Cora aprovechó para correr hacia el bosque. Así la vieron, Ginger, la madre de Alana, el falso padre y los curiosos.

—El bosque se incendió —decía exaltada Ginger—, lo vi, lo vimos… Ardió.

—¿Qué fue lo que pasó aquí? —se cogía la cabeza el padre de Alana—. Mi hija, por Dios.

Cora llegó al bosque y gritó el nombre de su amiga varias veces, sin obtener respuesta alguna, todo era silencio allí y hasta el viento se había ausentado del lugar.

La joven recordaría esa noche por el resto de su vida: La quietud inusual del bosque la impresionaba, todo era demasiado irreal y ni rastro del fuego que vio momentos antes.

La luna parecía mudo testigo de lo que sucedía. El comisario se le unió y le dijo.

—Vamos, muchacha, mañana buscaremos a tu amiga.

—Ella, ella… Ella se fue —dijo compungida.




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