Semblanza de la autora: Atalanta en la mitología griega representa la mujer rebelde e independiente, que defiende sus derechos y lucha con ahínco para lograr sus objetivos. Esa soy yo.
Mi nombre es Eridania y soy de República Dominicana. Mis géneros favoritos son la fantasía y la aventura, pero también escribo cuentos de corte social. En Litnet he publicado: Secuestrada y otros relatos, Crónicas Épicas: Leandra, Mi Nueva Vida y Reina Mía. Espero disfruten del siguiente relato inspirado en la canción Xana de Avalanch e ilustrado dentro de la mitología de Asturias, España.
•|Xana|•
Cuando el amor es eterno
Por Atalanta
Principado de Asturias, España.
Siglo XIV
Era una noche sin luna, tenebre y oscura. El aire gélido helaba hasta los tuétanos y se percibía en la atmosfera lo que estaba sucediendo. La vía principal de la villa estaba iluminada, pues sus moradores portaban antorchas encendidas. Sin embargo, más que el fuego de sus hachones, la mezcla de odio y terror se alcanzaba a ver desde lejos en los ojos de la multitud.
La masa humana se dirigía al bosque y no tardaron en encontrar a su presa. Era una joven doncella de pelo largo y rubio, cuya piel era tan blanca que irradiaba su propia luz y sus ojos tan azules, que parecía que el océano descansaba ahí. La tomaron por los brazos entre dos aldeanos y el miedo se reflejaba en sus rostros como si aquella flor pudiese lastimarlos.
Ella no tenía miedo. Permaneció impávida ante la muchedumbre enardecida, que ha empujones la llevó al lugar que habían preparado para ella. La ataron a un poste donde habían dispuesto una enorme hoguera, cuya leña ya había sido rociada con aceite.
Su rostro estuvo neutro, pero de pronto cambió su indiferencia por un dolor apagado y sin expresión al ver salir de entre la multitud, envuelto en una terrible desesperación, a su amado. El joven pastor trató de acercarse a ella y arrancarla de la trampa en que la tenían, pero no se lo permitieron. El sacerdote del pueblo y el juez emitieron la condena: La bruja sería castigada con la hoguera. El verdugo no dudó en lanzar la antorcha que haría crecer las llamas sobre el cuerpo tierno de aquella doncella.
Ella no gritó ni les dio el gusto de verla llorar y suplicar por su vida, pero se desvanecía de sufrimiento y dolor mientras las llamas devoraban su piel sin piedad. Su único alivio era dejar este mundo mientras contemplaba a su amado pastor, aunque a la vez no deseaba mirar su desesperación e impotencia.
Aquella noche el pastor sintió que también su corazón era arrojado en la hoguera y que su vida se consumía junto con la de su amada. Nunca nadie en el pueblo olvidó esa noche, la noche más larga y más oscura del año donde el pueblo hizo justicia y exterminó la hechicera. El pueblo se sentía orgulloso pues habían salvado a la aldea de la magia de la ninfa; pero sobre sus hombros pesaba la culpa de que no pudieron liberar a aquel pastor que, aún después de pasar el tiempo, seguía bajo el conjuro de la bruja.
Todos los días se le veía entrar al bosque al caer la tarde. Se sentaba a orillas del arroyo donde le había jurado a su amada que jamás amaría a otra mujer, pues ella era todo lo que su corazón necesitaba. El pastor lloraba amargamente y oraba en silencio, esperando que ella regresara a verlo en la oscuridad de la noche, tocara su mano y aliviara su corazón de la pena.
Pero una noche helada fue cuando él la vio en el reflejo del agua tan hermosa, tan dulce como siempre. Sus ojos azules brillaban más y su pelo rubio era como el oro, mientras que sus labios carmesí parecían sonreírle. Su perfume estaba impregnado en el aire que lo abrazaba como ella lo hacía. El pastor sintió su presencia y su corazón se comprimió al percibir la tristeza del alma de su amada. Ella estaba acongojada por el sufrimiento que experimentaba él y le pidió que la olvidara, siguiera con su vida y fuera feliz, pues nada devolvería el tiempo atrás y ella ya no pertenecía a su mundo.
El pastor reaccionó de su letargo y ella ya no estaba. Contempló el agua cristalina y recordó la primera vez que la vio. No le importó lo que pensaban de ella, él la amó y la amaría por siempre. ‹‹Xana, mi ninfa de la fuente››, suspiró. Aquel pueblo no vislumbraba lo que era el amor, y sentía odio por lo que no entendía. Sus mentes nunca serían capaces de asimilar un amor como el que él y la ninfa tenían.
Entonces, el pastor comprendió que esa debía ser su última noche a orillas del arroyo, donde una y otra vez le juró amor eterno. Jamás podría olvidarla y sabía que sólo al final de su vida podría encontrarla otra vez y esa noche aquella fuente se convirtió en testigo del encuentro de sus almas.
Editado: 29.12.2019