Semblanza del Autor: Mi nombre es Víctor Hugo Rotaheche. Y me gusta escribir desde que descubrí que mi apellido significa "Cabaña al borde del río". El gusto por la lectura nació gracias a mi padre que me leía cómics y revistas de mi país (Argentina). Con el paso de los años me incliné por el cine y la música de Jazz, aunque sólo escucho ese género y colecciono películas en DVD y VHS, En mis tiempos libres me gusta tocar la guitarra. Saludos a todos!
•|Serenata|•
Norman apagó el cigarrillo y posó su mirada sobre el escritorio. Había una pila de hojas,
apuntes y recortes de diarios. De fondo se podía oír “Serenata Nocturna” de Mozart. La luz
de la lámpara dibujaba sombras extrañas sobre su rostro. Su rostro que ahora se veía
manchado por sendas ojeras debido al constante insomnio. El ventilador de techo esparcía el
humo del tabaco por toda la habitación, cosa que habría molestado a su novia, de haber
seguido con él. Sí. Ella decía que él amaba mucho más a su trabajo que a ella, que nunca
estaba ahí cuando se ponía a investigar casos que nadie le encargaba, cuando se metía dónde
nadie lo llamaba. En su departamento, Norman había construido un bunker, una especie de refugio de los
ataques externos. Sobre el mueble que construyera como biblioteca tenía un tocadiscos,
varios libros de Lovecraft y una máquina de escribir que no usaba nunca. En la pared, frente
al escritorio, había comenzado a pegar anuncios, y carteles de personas desaparecidas. Uno a
uno los papeles se amontonaron hasta formar una especie de collage infinito, creando una
capa difícil de despegar. Ya ni siquiera recordaba cuál había pegado primero, y mucho menos
la fecha. ¿Cuándo se había metido en esto? Encendió otro cigarrillo y reclinó la silla hacia
atrás, intentando pensar.
Los acordes de los violines se le metían en el cerebro, como un bálsamo. El tabaco
inundaba sus pulmones, a veces mareándolo y dejando en su boca un regusto amargo. A
pesar de que lo intentara, no podía dejar de fumar. “Y menos meterte dónde no tenés que
hacerlo”. La voz invisible de la ex novia, era mucho más ponzoñosa que la púa que arañaba
el disco de “Clásico de Clásicos”, afuera el viento arreciaba de tal manera, que parecía a
punto de derribar los postigos de las ventanas. “A eso que le llamás viento, no es otra cosa
que tu consciencia” repetía la voz de la ex, como una bruja de la noche, arrinconada dentro
de sus recuerdos como un maleficio imposible de destruir. “¿Qué es lo que estás
buscando?”. - Una señal-dijo. Y su voz dentro del departamento vacío sonó hueco, insignificante-
Aspiró el humo del cigarrillo, lo retuvo dentro de su cuerpo y lo volvió a soltar. La única
luz de la casa, era una lámpara de pie que se sostenía sobre el escritorio a duras penas. Las
sombras invadían las esquinas, y aun así La voz, que manchaba todo su sentir y su cerebro volvió a repetir: “¿Qué es lo que estás
buscando?”. Pero él no dijo nada, no esta vez.
Quizá por inercia, o por voluntad propia (ya ni sabía que la tenía) se levantó de la silla y
caminó hasta la heladera. Se sirvió un vaso de leche, y lo bebió de a sorbos. El lugar era tan
pequeño, que podría decirse que era un ataúd con comodidades modestas: una pileta por acá,
una mesada con platos sucios, y un almanaque con varios días tachados. Le dio otra pitada al
cigarrillo, y antes de servirse otro vaso de leche, observó la silla desocupada frente al buró.
La luz derramada sobre la silla, como una aureola, y encima de esta su presencia. Podía
sentirla a pesar de estar a un par de metros de ella, podía verse, aunque estuviera alejado.
Trabajando sin parar, escribiendo, investigando, buscando pruebas. “¿Pruebas de qué?
¿Para qué?” Una vez más la voz de ella volvía a hacer cizaña, a remover como si se tratase
de un bote de basura, sus pensamientos.
Norman guardó la botella de leche, y cerró la puerta de la heladera. No sólo podía ver su
silueta en la silla, metido como siempre en esos casos sin resolver. También podía sentir la
respiración de ella detrás de su nuca, esa mirada entre curiosa y entintada de prejuicios,
pidiéndole que dejara de perder el tiempo con esas cosas “porque nada bueno saldría de todo
aquello”. - Si no lograste ser un buen detective, mucho menos un escritor.
Ahora la voz, que había cobrado forma dentro de su mente, había ahogado todos los
sonidos dentro de la casa, incluido el de la música.
Norman, con los ojos cansados y la espalda encorvada debido al cansancio, tomó otro
cigarro armado de su bolsillo y lo encendió. Aspiró el humo con suavidad, escupió restos de
tabaco, y abrió el congelador con total normalidad. Adentro no tenía carne, ni sobras de
comida o verdura congelada. Había, sin embargo, una pequeña caja de cartón que ahora se
veía como un trozo de hielo, duro y reseco. Las manchas de sangre se habían resecado y el
olor a muerto era cada vez menos perceptible. Tomó el objeto y sin quitarse el cigarrillo de
los labios lo llevó hasta su escritorio. El haz de luz recayó sobre la caja.
La abrió, y la miró. De fondo aún se oía “Serenata Nocturna”, de fondo aún se oía el
viento meciendo las ramas de los árboles, y la voz de ella, preguntando que era aquello que
tenía dentro de la caja. Pero Norman no respondió, sólo se limitó a apagar el cigarrillo.
Dentro de la caja había una mano. Una mano cercenada, amputada, vieja y congelada.
Una mano muerta, una mano de mujer.
Aún conservaba el pequeño mensaje que le habían enviado junto con la caja. Decía: “¿A
que no me encontrás?”
Editado: 29.12.2019