Semblanza del autor: ¡Saludos! Me llamo Aylén y soy de Argentina. Me gusta experimentar diferentes géneros para no quedar atrapada en uno solo. Escribo desde los quince años, empecé con una novela de Ciencia Ficción que estuve corrigiendo numerosas veces hasta tener la versión que tanto buscaba. Aproveché esta dinámica escuchando la música «NieR:Automata - Vague Hope», cuyo tema inspiró este relato corto. Mi seudónimo es Denise Aylen. Espero les guste y les dé ánimos de querer conocerme más. ¡Disfruten la lectura!
•|Vague Hope|•
Algunos lo consideran un don divino y otros un castigo que debemos pagar por nuestros pecados… No estoy del todo seguro de cómo verlo. ¿Será porque no tengo a nadie con quien compartir esto? Es lo más probable. ¿Será que mi señor trajo las almas de las profundidades del inframundo para devolverlas a sus respectivos putrefactos recipientes para ser sus hijos y no volver a estar solo?
Tomé asiento en la azotea de las ruinas del templo. Desde las alturas, la niebla me impedía ver un paisaje cargado de tristeza, devastación, muerte y destrucción. Eso se había convertido con la llegada de los caballeros de la noche, mi raza. El número de los humanos disminuía con el paso de los años, pero no eran insuficientes para nuestra supervivencia.
Cuán miserable se había vuelto mi vida después de mi muerte. El agua me quemaba como ácido en el momento que mis pálidas manos la tocaron, o que los rayos de sol, cuya calidez ya había olvidado, se volvieran en mi contra, teniendo como aliada a la fría y romántica luna. Mi garganta suplicaba saciar la sed arrebatándole el carmesí al ser humano de su suave, jugosa y tibia carne; las jóvenes doncellas eran las más exquisitas, inocentes y vírgenes, las más fáciles de manipular, enamorar y atemorizar.
No era más que un monstruo de las tinieblas.
Ni siquiera mi propia esposa e hijo me habían reconocido cuando tomé la pésima decisión de regresar con ellos, con la falsa esperanza de contar con su apoyo, creyendo que me creerían y entenderían mi resurrección. Amanda sujetó con su mano derecha la sagrada cruz, donde nuestro salvador murió por nuestros pecados en vano, en contra mía, proporcionándome una quemadura en la palma de mi mano en el instante que quise explicarle a mi amada los acontecimientos de mi venida al mundo de los vivos. Las cosas empeoraron cuando solté los primeros alaridos y dejé a la vista mis dos filosos y blancos colmillos. Por la seguridad de nuestro pequeño hijo, le ordenó ocultarse en el sótano, donde el claro de luna no podía entrar, iluminado por unas cuantas velas y decorado con varios accesorios sagrados. Viéndome vulnerable al negarme en lastimarla, huí de mi hogar, mi antiguo hogar, y preferí guardar distancia, aceptando la cruel realidad de que ya no podía convivir con mi familia.
Aunque la cicatriz continuaba visible, recordándolos con mucha melancolía, formé una nueva familia, siete hijos en total, rescatándolos del infierno. El primogénito era el único que no había perdido sus raíces, estando muy agradecido conmigo de brindarle una segunda oportunidad como inmortal; los otros no presentaron y actualmente no presentaban ningún interés en descubrir quiénes fueron en sus vidas pasadas sino que estaban más que cómodos y felices. En nuestros inicios, nos dedicábamos a la supervivencia, aprender a defendernos y andar ocultos en las sombras. Ahora asesinábamos y nos alimentábamos de los cazadores que se interponían en nuestro camino, sembrando terror en los débiles mortales, demostrándoles cuán superiores éramos y que tenían que alabarnos como los dioses que éramos.
Dicen que es mejor estar solo que mal acompañado. Ingenuo y miserable aquel que piense de ese modo. La soledad puede sonar relajadora, no tener que preocuparte de los problemas, pero tarde o temprano te atarás tanto de ella que comenzarás a moverte en busca de otros como tú. Eso me recuerda que mis espléndidos hijos partieron a distintos puntos de (…) para construir sus clanes, dejaron de ser murciélagos para convertirse en aterradores vampiros. ¡Su padre no podría estar más que orgulloso!
Una verdadera pena que los humanos solo sirvan como alimento y para matarse el uno al otro por cualquier banalidad. ¿Seres pensantes? No son más que una burla comparada con nosotros, que siempre buscamos una solución o construir algo que nos ayude a avanzar como sociedad vampírica ─suena raro decirlo de ese modo─, mientras que ellos se aferran a la espera del milagro de una entidad que los había abandonado hace varios siglos. Si no cambiaban esa manera tan pobre de pensar, muy pronto acabarán perdidos, sin salvación alguna más que tener muy de cerca a la muerte.
Me dejé caer del techo y llegué al suelo de una pieza. La niebla era más espesa que antes, pero conocía el camino a mi santuario; perder el camino a casa sería lo más tonto que podría cometer. Cuando caminé en dirección oeste, mis pasos fueron acompañados por otros, me detuve y estas hicieron lo mismo dos pasos después. Confirmado. No estaba solo. Preparé mi espada para desenvainarla y retomé mi andar, dando por hecho que esas pisadas volverían, y no me equivoqué. Cada vez se oían más de cerca, apresurados, no modifiqué los míos y esperé con la mente fría a que el desdichado se acercara hasta tenerlo unos centímetros de distancia. Ataqué con la afilada hoja de metal que fue esquivada con el arma de mi contrincante, a quien no tardé en reconocer al ver su intimidante expresión.
─Maestro ─saludó mi primogénito, guardando su espada y haciendo una reverencia.
─Desmond ─nombré e imité su primera acción─. ¿Qué haces aquí? Deberías estar conquistando un terreno.
─Está hecho, mi señor ─informó con aire victorioso─. Mis hijos se encargan del resto ─explicó e irguió su espalda─. Me encargué de la parte pesada. Mi clan estará en el norte de (…), la Ciudadela. De mis hermanos y sobrinos no he tenido noticias.
Editado: 29.12.2019