Retour à toi

2. Los remordimientos pesan más que el dolor

Hora del deceso: diez y media de la mañana. Causa: Trauma craneoencefálico derivado de una caída, provocando una lesión craneal abierta y una fractura de codo en el brazo izquierdo.

La ahora viuda Addario bufó al leer el certificado de defunción, cómo toda la conmoción, el dolor, el llanto, la agonía, unas últimas palabras cargadas de sentimiento y emoción, habían sido reducidos a simples líneas plagadas de tecnicismos. Para ella, la muerte de su esposo había sido algo desgarrador; toda una vida que era dejada atrás. Porque no existe peor sentimiento en este mundo que el ver partir a un ser amado y no poder hacer nada para detenerlo, únicamente la impotencia de estar a su lado, sostener con firmeza su mano y dejarlo partir. Un sentimiento de culpabilidad se asentó en su pecho, «debí decirle que yo también lo amaba» pensó, aunque en las horas posteriores a su muerte se cuestionó si lo que había sentido por ese hombre sería equiparable a lo que todos los poetas y eruditos del arte definían como amor. ¿Podía una relación que había nacido como un matrimonio por interés, de parte de su padre claro está, catalogarse como una historia de amor?

Habían sido más de cincuenta años de sana convivencia, lo que dio fruto a tres maravillosos hijos, dos varones tan serios y refinados como su padre, doctores también de profesión, bastante célebres y tan buenos y certeros en sus diagnósticos como lo era el buen doctor; y una hija, tan elegante y bella como su madre, reconocida en todo el país por haber ido en contra de los estándares sociales que la obligaban a casarse con un noble para poder ser considerada como un miembro notable de la sociedad y consagrarse como digna de su apellido. Ella por su parte, había decidido dejar todo eso atrás y partir, con la bendición de sus padres, en un viaje al viejo continente, específicamente al país de procedencia de su progenitor y estudiar un tema que le apasionaba, la moda, convirtiéndose así en una diseñadora muy famosa, llegando incluso a marcar nuevas tendencias dentro del mundo de la costura.

Hablar de sus hijos era uno de los pocos temas que generaban sonrisas genuinas en el rostro siempre serio del doctor Addario. Todos dirían que convivir con él sería un asunto difícil, debido a su mal carácter, sus manías constantes que hacían que su de por si poca paciencia, se acabara en menor tiempo, y sacar a relucir su listado de improperios al hablar, que abarcaban diferentes idiomas, porque si, el erudito doctor podía llamar a cualquiera un inútil pedazo de mierda en al menos seis idiomas, a la menor provocación. Pero esto era sólo a lo externo, a puerta cerrada con su familia, Lucien se transformaba totalmente. Magnolia no recordaba de parte de él ningún insulto o palabra malsonante, más que un típico sonido que emanaba de sus labios al chasquearlos cuando algo no le parecía o simplemente para mostrar su descontento. Sus discusiones nunca pasaban a mayores y siempre se resolvían de buena manera, y aquellas que amenazaban con subir la intensidad de sus voces, eran controladas en la intimidad de la recámara matrimonial, donde al verse a los ojos, olvidaban por completo el previo altercado, prefiriendo unir sus cuerpos e iniciar otro tipo de juego de poder, uno más placentero.

En los cincuenta y seis años que estuvieron juntos, ella sólo podía recordar unas cuantas peleas que amenazaron con casi poner fin al matrimonio. Rio por lo bajo al rememorar estos altercados, hundiéndose en los abismos de su memoria que la llevaban a reproducir en su mente cada uno de los momentos vividos a su lado. Una de estas discusiones se había originado una mañana cualquiera, luego de una serie de desgracias acontecidas sobre su persona, desde golpearse la cabeza en la ventana al asomarse para gritarle a uno de sus hijos que entrara a la casa, lo que la dejó adolorida toda la mañana y provocó una serie de accidentes de tirar y romper algunas cosas, hasta derramarse el té de tilo encima, acción que pretendía calmar sus nervios llegada la tarde, pero que sólo había logrado tensarla aún más, conduciéndola a que todo este coraje reprimido estallara en contra de su también neurótico compañero, quién sólo pretendía hacerle una simple pregunta, que a oídos de ella sonó más como una imperativa demanda, sobre la ubicación de un artículo que, tiempo después, al recordar el momento, ninguno de los dos pudo nombrar.

Esta discusión se mantuvo por semanas, cumpliendo incluso un mes sin dirigirse la palabra, hasta que él, harto de dormir en el sofá de su estudio, lo que le había provocado dolores de espalda más fuertes que aquellos sentidos en sus peores noches de turno en el hospital, decidió regresar a la habitación matrimonial, abatido. —Perdóname —le dijo. —Sea lo que sea que haya dicho o hecho, fue mi culpa. Lo siento. Ahora, déjame volver a mi cama.

Después de ese incidente no volvió a pensar en ello, ni como una victoria y mucho menos como una derrota. Para ella había simplemente herido el ego del famoso Dr. Addario, haciendo incluso que se disculpara ante una falla inexistente; algo que nunca nadie más había logrado. Siempre se sintió un poco culpable ante aquello, aunque callaba esas voces diciendo que «un pequeño baño de humildad no le cae mal a nadie». Sin embargo, a partir de ese día no volvió a descargar su frustración frente a él ni nadie más.

La pequeña felicidad que le había generado el recordar ese momento específico de su vida, se disipó al dirigir su rostro hacia el féretro impoluto de caoba oscura que contenía el cuerpo sin vida del hombre al que ella le había entregado todo lo que pudo alguna vez considerar como suyo, su compañía, su atención, su virginidad, su fidelidad, su vida... y su amor. Nuevamente esa palabra resonaba en su mente, ¿en realidad había amado a Lucien Addario? O simplemente se había acostumbrado a su presencia perenne a su lado. Se repitió en su mente la frase "una historia de amor"; ellos no habían tenido eso, se habían casado por sugerencia de su padre, un humilde propietario de una cafetería cerca del puerto, para quien el recién llegado y extranjero doctor era la única oportunidad de Magnolia para ser considerada como una mujer de clase. Casarse con él le proporcionaría la estabilidad necesaria para el resto de sus días, algo que su padre nunca podría darle.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.