Retour à toi

7. La encrucijada

La primera clase privada con el doctor Addario, se llevó a cabo ese día, un día después del accidente que lo dejaría en reposo por varias semanas. Magnolia, aunque la primera vez Lucien lo había dicho de manera sarcástica, ahora debía reconocer que era una excelente maestra; por mucho mejor que otras que había tenido en sus días de estudiante, aunque era evidente que ella aún no toleraba su presencia del todo y que le enseñaba más por culpa que por placer.

—Ya le he dicho varias veces que este no es un idioma, sino un dialecto. —Sentenció molesta la mujer.

—Lo siento, no sé por qué los sigo confundiendo. —Dijo el hombre apesadumbrado, aunque en realidad, comenzaba a disfrutar de la mueca que hacían los labios de la muchacha cuando repetía errores que ya le había corregido en reiteradas ocasiones, razón por la cual seguía cometiéndolos a cada cierto tiempo. En un momento dado, para romper un silencio incómodo que se había generado, él empezó a hablar. —Su nombre me parece muy bonito, ¿cuenta con algún significado especial?

Ella, sorprendida por la espontaneidad de la pregunta, respondió con vergüenza —Mi madre solía decir que mi nombre evocaba la belleza de su flor favorita. Y que las magnolias representaban dignidad y nobleza; me llamó así para honrar ese significado y que, de cierta forma, sus cualidades pudieran representarse en mí, o eso es lo que ella decía. —Recordó con tristeza.

—Lo sabía. —Le respondió él mientras ella lo observaba con sorpresa, cuestionando la razón detrás de tal afirmación, entonces el médico agregó: —Los nombres bonitos siempre vienen con una historia interesante. —Le dijo con total seguridad y seriedad en su gesto.

Ella no pudo evitar sonreír con tristeza y agitando su mano en señal de negación, le respondió —Hay nombres más bonitos y que sí se relacionan con lo que estoy intentando enseñarle.

—¿Cómo cuáles? —Preguntó el muchacho, embargado por la curiosidad.

—Izel. —Dijo ella sin vacilar. —Significa 'única', aunque no tiene una historia interesante más que su significado.

—Bueno, eso dependerá de las vivencias y los motivos de quien decida honrar a su hija con ese apelativo. —Dijo él. —Además, creo que su nombre, Magnolia, le queda como anillo al dedo. Su madre acertó por completo. —Afirmó. Ambos se sonrieron ligeramente y continuaron con la clase sin mayores interrupciones.

La recuperación del doctor iba según lo estipulado, tres semanas más y estaría retomando sus actividades con normalidad; sus clases también avanzaban de manera positiva. Las miradas de odio de Magnolia se habían reducido gradualmente; los encontronazos verbales eran cada vez menores y en lugar de ser para lanzarse veneno mutuamente, se habían convertido en un juego de quién formulaba la mejor respuesta y dejaba a su adversario sin habla; era algo parecido a una vieja amistad, sin llegar a caer en ese término.

Por las tardes, el joven galeno los deleitaba con otro de sus talentos, ya que les había mencionado que para él, a quien no se le daba tan bien expresarse verbalmente, la música era una forma perfecta para iniciar una amistad o estrechar una relación; interpretaba las piezas en un viejo piano que Hugo limpiaba y conservaba afinado para preservar el recuerdo de su padre, quien era el único que solía ejecutarlo; al cuestionarlo sobre el por qué no lo tocaba él, el hombre siempre respondía que no había tenido la suerte de heredar la destreza musical de su difunto progenitor y se había maravillado de, que en las manos de su ilustre huésped, el viejo instrumento sonara tal cual como lo recordaba en sus años de juventud.

Durante estas tardes musicales, Lucien les presentaba distintas piezas de célebres compositores. Mozart, Chopin, Beethoven, Bach, Liszt, Brahms, entre muchos otros, volvían a la vida bajo los ágiles y largos dedos del muchacho. En algunas interpretaciones de ciertas sonatas, Magnolia sentía que la música era dirigida especialmente a su persona, como si él la estuviera tocando específicamente para ella, hablándole a través de las notas. Sin embargo, ella acallaba esos pensamientos y decidía mejor concentrarse en su poeta; aquel que sólo conocía por los trazos de su letra y a quien soñaba con ver de pie frente a ella, para perderse en sus ojos y experimentar en carne propia todo aquello que él le había escrito.

Fue una calurosa tarde de finales de marzo, en la que Magnolia se encontraba aseando el corredor, sumida en sus pensamientos, preocupada por el momento en el que llegara a conocer a aquel a quien imaginaba sin rostro, pero con unos ojos refulgentes, que la hacía suspirar todas las noches, cuando sola en su habitación, releía sus cartas soñando en el momento en que se vieran al fin, ¿Lo aceptaría su padre? ¿Sería en persona tan noble y sentimental como lo describían sus cartas? ¿Encontraría con él la felicidad que tanto anhelaba?, todo eso y más se preguntaba constantemente, preguntas que no hacían más que abrumarla y hacerla pensar en escenarios catastróficos. De pronto, algo blanco cayó a sus pies; un pequeño avión de papel, perfectamente doblado, había aterrizado frente a ella. En un ala se leía: 'desdóbleme', al hacerlo, vio que era una pequeña nota de papel, escrito en una pulcra y elegante caligrafía, se hallaba un poema que hablaba de una suspirante princesa oriunda de algún lugar lejano en el oriente. El poeta se cuestionaba sobre qué era lo que pasaba por su atribulada mente. Sugiriendo incluso, que era a causa de algún gallardo príncipe por quien esperaba atenta, perdiendo incluso el color, persiguiendo los remanentes de vagas ilusiones.

Justo en el momento en el que terminaba de leer los versos, un nuevo avioncito había caído a sus pies, ella lo tomó y en este rezaba la continuación del poema, en dónde ahora se lamentaba el estado de dicha mujer, quien al parecer lo único que anhelaba era el ser libre en el mundo para salir en búsqueda de su propia felicidad.




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