Después de fingir que tenía algo importante que hacer en el segundo piso, Magnolia caminó rápidamente a su habitación, en dónde releyó las tres notas escritas con la impecable letra a mano de Lucien; su mirada se posó en la última línea «Princesa de Oriente» repitió con una sonrisa en los labios; sonrisa que fue cortada cuando pensó en la desgracia que esta situación podía suponer. Si el doctor pretendía algo más con ella, su padre no dudaría en aceptarlo y poner una fecha inmediata para la boda, claro que ella se podía negar, pero, ¿Bajo qué motivo? ¿Que era alguien desagradable? No era cierto, en realidad nunca lo fue, era un poco serio, huraño incluso, y no se quedaba callado ante sus comentarios molestos, pero jamás había sido grosero. ¿Que había sido un patán como su anterior pretendiente? Nunca había dado señales de intentar propasarse con ella, había sido en extremo respetuoso con su espacio personal, ¿Que lo aborrecía? No, no lo hacía, pero tampoco le gustaba ¿O sí? El hombre tenía todas las cualidades para hacerlo un excelente partido, pero ella no lo amaba, no podía amarlo; no cuando existía alguien más que estaba robando su atención. Aún no podía definir su relación con el poeta misterioso como algo romántico; no sabía tampoco si eso era amor, aunque lo creía firmemente. Pero al ser esto lo primero que ella conocía y que era lo más cercano a lo que sabía de una relación, no tenía realmente un punto de comparación. Tomó los papeles y pensó en guardarlos en el mismo pequeño libro viejo, junto con sus otras diez cartas, pero se detuvo; hacer eso sería como faltarles el respeto a ambos, por lo que apartó el librito y colocó las hojas del doctor, cuidadosamente dobladas en una pequeña caja musical que había pertenecido a su madre.
—Si el doctor quiere cortejarte, acéptalo. —Le dijo Brenda Mulay, su única amiga en el mundo; una chica de cabellos castaños, descendiente de la única familia de irlandeses que había llegado al país hacía unos cincuenta años atrás; de su linaje provenían las pecas regadas por su rostro, que, según ella, detallaban toda una constelación que sólo podía apreciarse desde ese pedazo de tierra de donde provenía su sangre; ella era la única que no le había dado la espalda y que, debido a los rumores sobre su 'mala reputación' sólo podía visitar a escondidas cuando decía que iba al mercado por algunos suministros para la casa y se escabullía por el patio trasero para hablar con Magnolia.
—Pero ¿Y mi chico misterioso de las cartas? —Preguntó afligida.
—Que se vaya al demonio; no vas a conseguir mejor partido en este pueblucho que ese muchacho que ahora se aloja en tu casa, aprovecha Magnolia. ¿Quién te garantiza que el tipo tras las cartas no sea un viejo decrépito que se quiere aprovechar de ti? ¿Dejarías ir a ese hermoso espécimen que está ahí adentro sólo por saber quién está detrás de un papel? No vivas en una ilusión, Mag. Si te hizo esperar un año para conocerlo, no debe ser por nada bueno. Ya tienes a un hombre de carne y hueso que está ahí frente a ti, algo real. —Enfatizó la muchacha.
Magnolia nunca había pensado en esa opción, y si, como decía Brenda, ¿el joven galante que ella esperaba resultaba ser ni tan joven ni tan galante? Preocupada, sacudió esos pensamientos maliciosos de su mente. —Bueno, eso lo descubriremos en dos meses, sólo hay que esperar que el doctor no le diga nada a papá para entonces. Si puedo mantenerlo apartado para ese momento, todo estará bien. —Dijo asintiendo, segura de sí misma.
—Eres demasiado crédula, amiga. El tipo está que se muere por ti, solo hay que verlo para saber que le gustas. Y hasta se me hace difícil creer que a ti te es indiferente, ¿En serio no te atrae ni un poco? —Preguntó con curiosidad la chica.
No supo siquiera cómo responder a esa pregunta, pues incluso ella se lo había cuestionado en varias ocasiones. Esos pensamientos dieron vueltas en su mente esa noche, mientras releía la última carta de su admirador secreto e inevitablemente la comparaba con las notas que le había dado Lucien.
El joven médico se encontraba ya totalmente recuperado y se disponía a adentrarse por primera vez en el pueblo para conocerlo y de paso para enviarle una carta a su amigo Friedrich, aceptando su oferta de partir en unas semanas en un viaje de exploración por el país, el cual duraría un mes aproximadamente. Pese a las peticiones de Hugo para que descansara un poco más y sus ofrecimientos para hacerle él el favor de ir a entregar su carta, Lucien se negó rotundamente, alegando que tanto encierro lo había oxidado y que necesitaba tomar un poco de aire fresco. Derrotado, Hugo aceptó, sabiendo que quizás al regresar, tuviera una opinión totalmente opuesta sobre su familia. Claro está, que en el momento en el que el extranjero puso un pie en la calle, destacó por encima del resto. Con su elegancia al andar, su mirada altiva y de un color tan particular, los pobladores se detenían al verlo pasar entre ellos y se asombraban de no haberlo notado antes. No traía maletas, o señales que indicaran que venía directo desde el puerto. Este asombro creció más cuando los rumores sobre de cuál residencia lo vieron salir, se esparcieron como pólvora llenando rápidamente las calles de información y suposiciones.
—Buenas tardes. —Saludó formalmente el doctor al entrar en la oficina del servicio postal. Se acercó al mostrador que era atendido por un amable anciano cuya cabeza carente ya de cabello brillaba con la luz del sol, esperaba su turno para ser atendido justo en el momento en el que un muchacho alto se alejaba misterioso después de entregar una carta.
En su camino de regreso, quiso conocer y adentrarse en algunos otros locales, sin embargo, su intención fue frenada en varias ocasiones por distintas amas de casa, quienes se acercaban amablemente para presentarse, iniciar una conversación y luego atosigarlo con una serie de interrogaciones dignas de un oficial de policía. Algo que lo había asombrado y enojado enormemente era que, en cada uno de los interrogatorios, al momento de responder en dónde se alojaba, todas lo miraban con una cara de estupor, mezclado con lástima y espanto. Después de eso, le deseaban mucha suerte, hacían la señal de la cruz en el aire y lo dejaban plantado en la calle, cada vez con más dudas. No fue hasta que harto de la situación, se saltó las formalidades y le preguntó directamente a la última mujer que se había acercado a cuestionarlo que supo la historia que se comentaba sobre Magnolia en el pueblo.