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13. La mujer del doctor

Fue durante el tiempo previo a la boda, mientras vivía solo en el pequeño departamento alquilado de manera providencial, cuando el doctor Addario salió en búsqueda del lugar en donde colocaría su clínica. La costumbre en el pueblo, por ser pequeño, era que el único doctor con el que contaban en ese tiempo, los visitara un día en específico personalmente en su domicilio para atenderlos. Para el doctor Félix Cabrera, este método era bastante útil pues podía generar en un día de visitas una cantidad considerable de dinero, cobrando una cuota alta por sus servicios. A Lucien, esto se le hacía un tanto arcaico pues este era un pueblo de paso para marineros y viajeros que venían de diferentes lugares del mundo, trayendo consigo quien sabe qué enfermedades, sumado a que su sistema pluvial estaba igual o incluso peor que el de la ciudad capital. Además de que un gran porcentaje de la población no podía pagarse el tratamiento médico y muchos morían incluso a causa de una gripe común; el joven doctor extranjero no podía ni quería imaginar el impacto que podría ocasionar en ellos un brote como el que había presenciado en la gran metrópolis, y, sabiendo de la cruel guerra que se libraba a través del océano, estaba seguro de que era cuestión de tiempo para que explotara una crisis sanitaria; la cual, seguramente iniciaría en ese pueblo y si no se contenía, generaría una ola excesiva de mortandad en todo el país; solo bastaba con que un pobre diablo contaminado con alguna peste, abordara un barco con esta ruta para que esa bomba de tiempo explotara. Y eso era algo que él no iba a permitir, y para lo que debía estar preparado, pues era aquí donde había decidido sentar bases finalmente.

Encontró el lugar perfecto, en una de las calles cerca de la iglesia, en donde había un terreno vacío en donde podría iniciar con la construcción. Sabía que, al contar con la clínica ya en funcionamiento, sería cuestión de tiempo para que otros profesionales se unieran a su equipo. Ya sea que se tratase de locales venidos desde la capital por azares del destino, o gente como él, desplazados por el conflicto bélico, en búsqueda de un nuevo inicio.

Y, de hecho, fue justamente eso lo que sucedió. Meses después de su inauguración y funcionamiento, arribó una pareja de médicos, provenientes de Alemania, quienes habían logrado escapar a tiempo de su país y habían recorrido varios lugares en busca de uno donde se sintieran cómodos para quedarse. Lothar y Nadja Dettler, se habían quedado enamorados del pequeño y pintoresco pueblo costero, por lo que no dudaron en llegar al consultorio del doctor a presentar sus servicios para poder ocuparse y generar ingresos para subsistir en su nuevo hogar, además de contribuir a la sociedad. Lucien, los recibió gustoso, pues trabajaban dos ramas de la medicina que serían de mucha utilidad para ser de mayor ayuda a los ciudadanos del pueblo. Si bien él era un médico distinguido, se especializaba en la cardiología, motivado por el prematuro deceso de su madre, mientras que sus dos nuevos colaboradores eran un bacteriólogo especializado en Francia y una pediatra con varios años de experiencia cuidando y tratando niños de diferentes edades. Además, se les había sumado un joven estudiante, hijo de una noble familia acaudalada, quien soñaba con cruzar el mar y terminar sus estudios en la que era considerada hasta el momento como la cuna de la medicina moderna, pero que, gracias a la gran Guerra, había tenido que postergar su sueño. Mientras, el joven Bartolomé Acuña aprovechaba la oportunidad de aprender de un médico que procedía justo de la ciudad en la que él deseaba estar especializándose.

Fue así como el equipo empezó a trabajar por el bienestar de la comunidad, pese a que, Lucien tenía un excelente sentido de los negocios, sabía perfectamente que lucrar con la medicina era algo que solo los más viles se atreverían a hacer. Para él, sus conocimientos debían usarse solo en pro de la ayuda humanitaria, jamás para razones ambiciosas. «En esta profesión, deben ser los ricos quienes paguen por el tratamiento de los pobres» decía, cuando se negaba a cobrarle la consulta o la medicina a quien en mayor necesidad se encontraba. Todo lo contrario, a lo que sucedía cuando llegaba a su consultorio algún ilustre personaje que fuera conocido por su riqueza, a estas personas se les cobraba el triple de lo que cobraba el anterior doctor. «Los métodos modernos cuestan más», les decía impasible.

Fueron años de intenso trabajo, mejorando el sistema de salud, desarrollando nuevos métodos para llevar la medicina moderna a todas partes del país; creando, diseñando e implementando nuevos sistemas para mejorar las redes pluviales del pueblo; tomando como base lo que el doctor había desarrollado tiempo atrás en la capital para detener el avance de la gripe tifoidea, y replicándolo en el pueblo, hasta lograr un mejor manejo de las aguas residuales en todos los barrios, intentando evitar cualquier complicación generada por enfermedades transmitidas por el agua. Trabajo que lo llenó de méritos y reconocimientos, aunque él era consciente de que hacía falta mucho más para lograr un desarrollo como el que él deseaba. Quería hacer de ese lugar, que ahora era su hogar y sería el hogar de su futura familia, algo mejor, y no se detendría hasta lograrlo.

Sin embargo, esta determinación y apego por su trabajo empezó a afectar su aún reciente matrimonio. Sin que lo notara, su familia, que aún consistía en dos miembros solamente, ya que seguían sin recibir la bendición de un bebé en casa, empezaba a quebrarse. Durante su primer año de casados, todo había marchado de las mil maravillas. Se demostraban su amor en cada rincón de la gran mansión y no se atrevían a estar separados el uno del otro por mucho tiempo. Sin embargo, ese entusiasmo fue decayendo poco a poco mientras avanzaba el tiempo y el pequeño consultorio crecía cada día más, requiriendo la completa atención del doctor. Cuando la Guerra había alcanzado su punto máximo en 1917, se presentaron más exiliados ofreciendo sus conocimientos. Recibieron un par de médicos generales más, un grupo de tres enfermeras españolas y algunas más de la misma isla que querían ser parte de lo que se llevaba a cabo en el pueblo costero. Nuevo personal que requería de capacitación y entrenamiento, lo que reducía el tiempo libre del joven médico y lo alejaba de su esposa.




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