Retour à toi

17. Un viaje en el tiempo

Despertó con los cálidos rayos del sol que se escurrían traviesos por su ventana, pegando directamente en su rostro, entibiando las húmedas marcas que aún permanecían en sus mejillas; recuerdo de la noche anterior en donde había llorado hasta caer en la inconsciencia proporcionada por el sueño. La perturbación de su letargo le pareció extraña, normalmente la luz solar no entraba en esa parte de la estancia y mucho menos en esa época del año, pero suprimió esos pensamientos, cuando se vio embargada en la ola de sentimientos que se agolparon en su pecho, recordando el contenido de esa carta. Palabras que aún resonaban en su mente y partían de a poco su ya maltrecho corazón.

Llevó una de sus manos a su cara, cubriéndola y dejando que su mirada se habituara al resplandor que ahora la envolvía. «Otro día de mierda que comienza en esta triste vida» pensó decepcionada, reconociendo que era un día más de tormento y soledad. Finalmente abrió los ojos, fijando su vista en una mancha del techo, «¿Eso estaba ahí antes?» se preguntó extrañada al ver que el cielo de su habitación de concreto, era ahora de madera. Palpó su cama que ahora se sentía más pequeña. A su lado, no encontró su usual mesita de noche, donde la observaba serio el retrato de su difunto marido, de hecho, no había nada «¿En dónde estoy?», se preguntó asustada.

Se levantó de golpe y se dirigió presurosa al baño, pero acá no había una sala de baño anexa a la recámara, sólo se observaba un simple tocador junto a un espejo de cuerpo completo, en donde se reflejaba asustada una mujer; esa no era ella, no podía ser, esta era otra versión de sí misma; una versión joven, de veintidós años, quien ahora la veía horrorizada.

Detalló su rostro, las marcas de la edad habían desaparecido, sus manos, se veían nuevamente blancas y sus dedos se flexionaban fácilmente; su espalda no dolía, sus lumbares se sentían como nuevas. Ya no necesitaba encorvarse; no existía la pesadez de sus piernas, cansadas debido a la cantidad de pasos y camino recorrido con el tiempo. La juventud había vuelto a ella y no sabía explicar el cómo ni el por qué. «¿Me habré muerto y este es el cielo?, pero ¿Por qué el cielo se parece a mi vieja habitación?» Se preguntó aún sorprendida, pellizcando la piel lozana de su cara. Siguió examinándose unos cuantos minutos más, hasta que deparó en los sonidos que se escuchaban, provenientes de la planta de abajo.

Intrigada, bajó las escaleras a paso lento, observando cuidadosamente cada detalle, todo era tal y cómo ella lo recordaba, las paredes, el papel tapiz con suaves patrones florales, escogido cuidadosamente por su madre; los retratos familiares en la pared, las pequeñas esculturas adornando los muebles de la sala. No había duda, se encontraba en aquella casa, el hogar que la vio crecer y en donde vivió sus últimos años de soltería al lado de su padre.

Al acercarse a la cocina, sus fosas nasales fueron embargadas por el aromático olor del café, aquel que su progenitor acostumbraba a preparar a primera hora del día. Sus pies la condujeron automáticamente hasta la pequeña cocina, en donde una silueta agachada, recogía una cuchara que se había caído al piso. —Buenos días, Mag. ¿Dormiste bien, hija?, le preguntó él, mientras se levantaba lentamente y se giraba hacia ella.

—¿Papá? —Preguntó con un hilo de voz, evitando parpadear, temiendo que, al cerrar los ojos, la imagen se disipara.

—¿Te encuentras bien? —Cuestionó el hombre con evidente y genuina preocupación. —Te ves muy pálida, quizás debería pedirle a...

—¡Papá! —Exclamó ahora, mientras corría a abrazarlo y se permitía llorar nuevamente. —Te extrañé tanto, no sabes lo difícil que fue vivir sin ti, me hiciste mucha falta. Yo no... —Los sollozos que salían de su garganta, no le permitieron seguir hablando, sólo podía aferrarse firmemente al cuerpo tangible de su padre. Sentía su calidez, observaba sus manos, aquella cicatriz de una quemadura que se había hecho en sus años de juventud, su piel morena, curtida por el sol abrasador, era tal como ella lo recordaba. Sus facciones estaban ahí, y la veían fijamente. Era su rostro, uno que su memoria evocaba desenfocado, gracias al tiempo transcurrido y a las lagunas mentales que acompañan al paso del tiempo, pero que ahora estaba ahí. Sus ojos oscuros, como el chocolate que solían llevar al molino juntos, la observaban consternados, su cabello tan negro como el de ella, brillaba con la luz del sol, todo parecía tan real.

—Hija, el café está hirviendo ya en la jarrilla. Si no lo apago se va a quemar. —Le dijo él asustado por su abrupto comportamiento.

—No, no te vayas, no otra vez, por favor, no me dejes. —Suplicaba ella sin dejar de llorar.

Al final, el café matutino terminó arruinado, pero Hugo se permitió abrazar fuertemente a su hija y asegurarle que todo estaba bien, que no había nada qué temer; él estaba ahí para ella, para cuidarla y protegerla. Permanecieron así por un buen momento, hasta que el ruido de la puerta los alertó de la presencia de un tercero. Escucharon el resonar de pasos que se acercaban desde la entrada hacia la cocina.

—¡Puaj, qué asco! la gente no es capaz de deshacerse de sus deshechos como corresponde, todo el camino está lleno de estiércol y lodo, malditos cerdos asquerosos. Ils aiment vivre comme des porcs dégoûtants! Algún día van a sufrir las consecuencias de su irresponsabilidad... —Magnolia sintió como su corazón se paralizaba, al escuchar aquella voz tan inconfundible. Se separó bruscamente de su padre y observó con los ojos abiertos a la figura que ahora se encontraba recostada en el umbral de la puerta. —¿Se encuentran bien?, parecen haber visto un fantasma. —Mencionó él con su tono aburrido de siempre, observándolos fijamente a ambos con una ceja enarcada y los dos brazos cruzados sobre su pecho.

—¿Lucien? —Preguntó ella, con los ojos llenos de sorpresa y sintiendo cómo las lágrimas volvían a agruparse en ellos.




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