Esta historia nace luego de afrontar una dura pérdida en mi vida, de una persona que estuvo conmigo desde mi primer día en esta tierra y a quien a mí me tocó acompañar en su último momento. Ochenta años se leen como mucho tiempo, pero en la realidad entiendes que, incluso, esa cantidad de dos dígitos parece efímera cuando llega el final.
Nuestra protagonista se cuestionó toda su vida si había tomado la decisión correcta, pensando incluso si hubiese sido mejor cambiar el rumbo y tomar otro camino, llenándose de arrepentimiento al creer perdido al que luego entendió, era el amor de su vida; porque sabemos bien que a veces no consideramos lo que tenemos hasta que lo vemos perdido. Esta fue una historia de amor, con un ligero toque de realismo mágico; pero, quiero aprovechar para recalcar la obviedad de que es, en efecto sólo una historia salida de una mente que a veces no se cansa de pensar, e instarles a valorar los momentos que pueden compartir con aquellos a quienes aprecian, quieren o aman; pues nosotros no contamos con velas mágicas que nos lleven de vuelta, y, una vez que hemos perdido a alguien, no podremos recuperarlo nunca más. Sólo nos quedará atesorar el recuerdo y seguir adelante, sin aferrarnos al pasado, sin pensar en "los hubiera", dejando ir para seguir viviendo, pues todas esas memorias quedarán en los momentos vividos y serán evocados en aquellos que nos quedan en el futuro.
Limpien esas lágrimas y dejen a sus orbes brillar, pues mis queridos Príncipes y Princesas de Oriente, recuerden siempre que esos ojos no son para llorar.
Se despide, un alma atribulada que agradece inmensamente la oportunidad que han podido darle a este relato.
Au revoir.