Retrato De Una Familia.

Capítulo 9.

Anna María esperaba impacientemente noticias sobre el estado de su hermana… tres golpes en la puerta principal de la casa la alertaron y corrió a abrirla. 
—Hola amiga, ¿como estas?. Dime… como te sientes. —Pregunto Clarisa de inmediato completamente preocupada.  
Anna María había marcado a la casa de sus amigas para que la ayudaran a controlar sus nervios y la preocupación, de inmediato ambas chicas se dirigieron a casa de Anna María. 
—Valla casa, Anna María hace cuanto no nos invitabas a tu casa. —Comento Dana sin darle tanta importancia a su amiga, clarisa lanzó sobre ella una mirada de rabia alertando que no era el momento para bromas de mal gusto. 
—Lo siento, que tu hermana se recupere pronto amiga. —Rectifico su comentario. 
—Pasen chicas, les agradezco que estén aquí. 
Las tres amigas se dirigieron a la sala y tomaron asiento a excepto de Clarisa que decidió ir a la cocina a preparar un té de manzanilla para Anna María. Cuando volvió a reunirse con ellas pregunto. 
—¿Que fue lo que sucedió?. 
—Mi madre respondió la llamada que provenía del hospital, estaba tan preocupada. Le dijeron que Mariana estaba internada y que debía ir lo más pronto posible… no se que sucedió, al parecer no fue nada bueno. 
—Tranquila amiga, todo estará bien. —Ánimo Clarisa a su amiga con sinceridad. 
—Yo no me preocuparía tanto. 
—Seria fatal que a tu hermana le dijeran que tiene un tiempo determinado de vida. Eso seria muy triste. —Dijo Dana Fernanda evitando la sensibilidad. 
—Cállate, la vas a preocupar más. —Ordeno Clarisa. 
—Que dices, no te entiendo. ¿Explícame?. —Pregunto de inmediato Anna María. 
Dana respiró profundo y cambiando el semblante de su rostro a uno más preocupado, dijo con voz nostálgica. 
—Bueno, es que yo conozco a una persona con esa condición… es muy triste saber tu propia realidad, sabiendo que en cualquier momento vas a morir. 
—Lo conozco, ustedes lo conocen. 
—¿Nosotras?. 
—Si. —Afirmo la chica. Al parecer estaba contando algo muy profundo con clara sinceridad… rara vez, que era difícil de creerle… pero la gravedad de la situación que vivía aquel desconocido era de piedad y tristeza. 
—Soy la única persona que lo sabe del colegio, obviamente también lo sabe su familia. Piensa que si el colegio se entera, lo tratarán como un mal bicho que esta a punto de morir, que agoniza en vida. Poco a poco... 
—¿Por qué tu?... —Pregunto Clarisa con duda. 
—No lo sé, preferiblemente hubiera sido mejor no saberlo. 
—No será ningún bicho como lo dice ser, sea cual sea esa triste realidad debe afrontarla sin piedad… vivir día a día, intensamente e incesantemente como si fuera el último. Sonreír, compartir… ser feliz. —Comento Anna María con optimismo y una sonrisa. 
—Tienes razón. —Respondió Dana y prosiguió. 
—Conozco también sus sentimientos y todo lo que acabaste de decir lo quiere vivir con solo una persona. 
Clarisa y Anna María quedaron a la expectativa de saber quien sería aquella persona que era deseada para vivir los últimos días de vida de aquel triste caminante. 
—Tu, Anna María. Eres tu. —Confeso. 
Anna María arrugó la frente y se sintió mareada, bajo la mirada y respiró con dificultad. 
—Lo siento, debía decírtelo. El esta perdidamente enamorado de ti y haría lo que sea por que le brindaras un poco de cariño y compresión. No pide tu lastima, pide tu compañía. 
—Lo sientes y lo dices como si nada, pero no dices de quién se trata. —Opino Clarisa. 
—Chicas basta… no es momento para esto. Saldré un poco a tomar aire libre. —Intervino Anna María y de inmediato salió del lugar que la sofocaba. 
Clarisa corrió tras ella. Sea cual hubiera sido la realidad del desconocido a las tres adolecentes les partió el corazón en el momento de la difícil confesión. 
… 
Había trascurrido más de una hora en el reloj de la sala de espera, Maribel y sus dos hijos varones se encontraban en la habitación del hospital donde estaba Mariana. Minutos antes el medico de turno había dado el permiso de que se encontraran con ella, mientras la observaban con nostalgia se imaginaron la posibilidad de haber perdido una hija y una hermana, casi imaginable pero posible. Lentamente Mariana abrió los ojos y al darse cuenta de la presencia de su madre, se rompió en un desgarrador llanto. 
—Perdón, perdóname mamá… perdón. Te juro que no era mi intención. 
—Tranquila hija, no llores mas por favor. 
—Yo no quería hacerlo pero no tenía salida. —Admitió la mayor de los hermanos.

Eduard y Esteban se inundaron de tristeza. Eduard salió de la habitación y también del hospital, no quiso verse muy afectado por el estado de su hermana… si su padre lo veía de manera defraudado, irrespetado e intolerable el también debía verlo del mismo modo a diferencia de Esteban que se solidarizó con su hermana y escuchó su triste relato mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. 
—Yo me sentía fatal, no pude ni verlos a la cara… me sentí, me sentí como lo peor. Los defraude madre, perdóname por favor. —Comento, al terminar se lanzo a los brazos de su madre. 
—Mi hija, mi preciosa niña. Cometiste un error y deberás afrontarlo con valentía, no debiste arriesgar tu vida casi se me sale el corazón de miedo. Eres mi primera hija, mi primera felicidad que llego a mi vida.. esa felicidad ahora esta en tu vientre y debes cuidarla como yo lo he hecho por ti, por esa razón siempre estaré contigo. 
En ese instante el profesional Manuel ingresó a la habitación y con una sonrisa comentó. 
—Veo que ya despertaste. 
—El es el doctor que te atendió hija... ha sido muy amable contigo. 
—Muchas gracias doctor, por salvar a mi hijo. —Agradeció Mariana. 
—No agradezca es mi deber. —Acertó el médico con una sonrisa y se quedó viéndola por unos cortos segundos a los ojos. 
No podía seguirla mirando con tal ternura, así que prosiguió diciendo. 
—Hoy mismo podrá volver a casa, deberá guardar reposo por varios días y no ejercer demasiada fuerza, entendido. 
—Gracias doctor, por salvar a mi hija. 
—Gracias. 
… 
El atardecer pintaba bellos colores en el cielo antes de iniciar la noche… el Sr. Ricardo llego a casa después de un largo día de trabajo y sorpresa… tocó fuertemente la puerta e inmediatamente Anna María la abrió. 
—Papá, como… 
—No me preguntes nada, ya luego conocerás las respuestas. —La interrumpió y se dirigió a la sala. 
—Oh amiga, al parecer tu padre no está de humor. —Comento Dana Fernanda. 
—Por primera vez estoy de acuerdo con Dana, es mejor que nos vallamos. 
—Algo sucedió… en fin, gracias chicas por estar conmigo. 
De esa manera Anna María se despidió de sus dos amigas y cerró la puerta quedando así con una inmensa duda. 
… 
Al salir del hospital Mariana respiró el aire puro que necesitaba, Maribel la sostenía con delicadeza para que ella caminara lentamente hacia el auto, por otro lado Esteban estaba al pendiente de su hermana y detrás de ellos caminaba Eduard, al parecer un poco preocupado, se detuvo por unos segundos y después de pensar lo que diría, dijo. 
—Madre tenemos que solucionar esto antes de llegar a casa. 
Mariana y Esteban quedaron a la expectativa, extrañamente. Mientras Maribel, madre de los tres hermanos le preguntó. 
—A que te refieres hijo. ¿Exactamente qué es lo que piensas que debemos solucionar?. 
Eduard trago saliva y sin tapujos dirigiéndose a Mariana le preguntó. 
—Quien es el padre de tu hijo, Mariana. 
—¡Hijo!. —Exclamo Maribel, completamente sorprendida. 
—Que te sucede hijo, por qué le preguntas eso a tu hermana… no es el momento ni el lugar. —Respondió la madre. 
—Mi papá no la aceptará nuevamente en casa y menos de esa manera, debemos hacer algo al respecto. 
—No haremos nada hijo, es la casa de tu hermana. 
—Mi padre no dirá nada, estamos contigo hermana. —Intervino diciendo Esteban. 
Mariana se sintió mal por aquel percance, Maribel tomó nuevamente a su hija de brazo y caminaron los pocos metros que quedaban hacia el auto. Eduard se quedó estático con los ojos cristalizados, presentía algo y solo sus labios pudieron murmurarlo. 
—Maldita sea, mi padre nos va a acabar uno a uno.




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