Me levanté asustada, desde aquel suceso tan extraño no he podido dormir bien. La mayoría de veces pienso que no sucedió, que todo fue una pesadilla o alucinación a causa de los medicamentos que regularmente tomo, pero al ver los retratos vacíos me doy cuenta que no fue así. Aunque ya no hablen, siento que todavía siguen aquí.
Los vecinos me han comentado que cuando no estoy siempre oyen que se caen cosas o voces fuertes. Creía que eso sería lo peor que podría suceder, cuan equivocada estaba.
— Querida, déjanos entrar —decía la voz de una mujer que golpeaba desesperadamente la puerta, parecía nerviosa—. Solo queremos ayudarte, no vamos a permitir que te sigan maltratando.
No sabía de qué hablaba, me debatía entre abrir la puerta o no, mi decisión final fue hablarle a través de la puerta.
— Señora, no entiendo de que me habla, vivo sola y nadie me maltrata, puede irse tranquila.
Supongo que estaba con alguien más puesto que escuché murmullos.
— No me iré de aquí hasta ver que estas bien.
Su voz tenía cierto matiz de preocupación, pero lo que más predominaba era el miedo. Abrí la puerta lo suficiente como para que viera y se asegurara de que estaba bien.
— Nos permites pasar —preguntó, no respondí solo abrí la puerta lo suficiente como para que entré. Me sorprendía verla sola, puesto que habló en plural.
— Si no lo dices con palabras no podré entrar.
No veía necesario decirlo con palabras, se sobreentendía que la había dejado entrar, o al menos eso fue lo que pensé. Me estaba acercando a ella, hasta que un grito desgarrador salió de su garganta y me obligó a detenerme.
El miedo invadió mi cuerpo, gracias a que el pasillo se había llenado de humo negro y espeso, como si algo hubiera explotado.