Ev jugaba con un hilo suelto de su cabestrillo cuando Azul llegó. No notó que estaba allí hasta que estuvo lo suficientemente cerca para sentir su aliento. Azul le había sujetado el rostro y la besaba con una violencia atroz. Ev seguía el beso medio asombrada, nadie nunca la había besado así, como si quisiese matarla.
El beso no tenía nada de ternura, ni de calma. Era abrazador y por un segundo Ev olvidó que estaban en una plaza, y aunque era solitaria, no estaba muy lejos de la escuela y que cualquiera de La Comarca podían verlas, pero no quiso terminar el beso.
Azul sentía los labios de Ev muy suaves y muy cálidos. Demasiados. Ev era demasiado suave.
Recordaba las veces en las que se había enfrentado a los cazadores. Todos vestidos de negro con armas que brillaban con la luz de la luna. Recordó las cicatrices y la sangre. Pero sobre todo recordó el miedo en los ojos de Verónica, ella había sido a penas una niña. Y seguramente había sido su error, había pasado tanto tiempo fuera del radar de los cazadores que pensó que estaba a salvo. Recordó la puerta roja de aquella casa donde había sentido la necesidad de compañía y había adoptado a Verónica.
Recordó el olor a sangre cuando llegó. Recordó cuantas veces había gritado su nombre, pero sobre todos recordó su cuerpo inmóvil bajo un lago de rojo. Los cazadores habían ido por ella y sólo habían encontrado a su pequeña.
Azul sintió la amargura del recuerdo en su beso. Había matado a aquellos cazadores, pero no dejaba de despreciarlos de igual modo. Pero Ev, la chica delgada y pequeña que se derretía sobre sus brazos no parecía ser una cazadora.
Azul sintió el filo de la daga que tenía en la mano, el punzaba los dedos. Pero no logró moverse. De alguna forma Ev había hecho el beso más cálido, más tierno.
Azul dio un salto hacia atrás. Ev le sonreía, pero en cuanto notó la expresión de Azul su sonrisa murió y se levantó de la banca. Los rasgos de Azul lucían ensombrecidos, más adultos, pero sobre todo más peligrosos.
Ev sintió el impulso de correr. No tenía un arma y aún tenía un brazo herido. Pero clavó sus pies fuertemente en la tierra y se obligó a no moverse. Todo su cuerpo le decía que corriera, pero ella no quería.
_ ¿Te sientes bien?_ le preguntó _Has estado evitándome una semana y ahora te apareces así ¿Qué ha pasado?
Azul supo el momento exacto en que Ev notó el filo de la daga escondida en su mano y se movió, usó todas sus fuerzas y toda su velocidad. Tiró la daga al suelo y corrió hacia ella.
Ev no tuvo oportunidad de moverse, apenas si logró parpadear. Azul golpeó su pecho con la palma de su mano abierta. Sus ojos azules brillaron como dos luceros y en la palma de su mano sintió cada latido del corazón de Ev.
Azul sentía la fuerza de todo su poder hormiguearle sobre la piel cuando el cuerpo de Ev cayó aparatosamente en el suelo rocoso de la plaza y su alma se quedó allí, levitando sobre la palma de su mano.
Sería fácil para Azul llevársela, Ev moriría por una causa desconocida, pero Azul no había hecho eso para matarla. Vio su alma, era tan suave y pequeña como lo era Ev. Para ser cazadora no tenía manchas ni rasgaduras de maldad, pero tenía un brillo altanero que hizo que Azul se enterneciera, no era el alma de un cazador. Era el alma de una luchadora, era el alma de alguien que iba en busca de libertad.
Azul conocía exactamente lo que era anhelar ser libre. En ese momento entendió las palabras que le había dicho Luz cuando salió del apartamento, ese día “la ignorancia hace algunos inocentes”.
Azul no creía que Ev fuese alguien inocente, las cicatrices en sus brazos eran la prueba. Pero tener su alma en la palma de su mano se sentía familiar. No le costaba en lo absoluto, y eso le sorprendió, normalmente las almas luchaban para volver con su cuerpo, pero la de Ev se acercaba a ella plácidamente, sin miedo.
Ella no estaba muy segura de cómo terminaría todo aquello, su don no era el saber, su don era el de la muerte.
Dejo ir el alma de Ev y la vio sumergirse en su cuerpo. Azul la cargó, la llevó al pie de un árbol y la recostó antes de sentarse a su lado y procurarle comodidad.
Acarició sus cabellos cobrizos, ahora que sabía la verdad fue fácil para Azul reconocer los cabellos de la familia Nuriel.
Azul sintió terribles ganas de llorar. No esperaba terminar el día acunando a una cazadora. No esperaba terminar el día sintiendo ganas de volver a sentir su alma. No esperaba terminar el día sintiéndose tan desafortunada.
***
El humo de la cocina cubría perezosamente cada rincón del apartamento y comenzaba a colarse en las habitaciones. Azul vio a Luz luchar contra el horno sin fijarse en que su verdadero enemigo era el humo.
Azul dejó abierta la puerta y primero corrió hacia las ventanas y las abrió, antes de ir hacía la cocina. Hizo a un lado a Luz de un empujón y tomó varios paños de cocina. El humo dentro del horno era espeso. Sólo lograba ver el borde de una bandeja. La tomó, el calor atravesó la tela de los paños y terminó lanzándola en el fregadero.
Abrió el grifo del agua, sobre la bandeja había una masa dura de carbón.
_ ¡Luz! ¿Cuántas veces te tengo que decir que te alejes de la cocina?_ vociferó Azul casi a gritos mientras ventilaba agitando los paños de cocina.