El olor a lavanda irritaba su nariz. La plata en sus ojos recorrió cada rincón del almacén hasta que encontró la vela lila. El almacén era tan pequeño que Shael llegó a la vela en pocos pasos.
Recordaba que de niño aquella habitación, olvidada de la mansión Nuriel le parecía gigante, pero mientras crecía y comenzaba a entender que la felicidad cada día se alejaba más de él no tuvo fuerzas para entrar otra vez allí. Pero Ev y Bea sí, para ellas aún era un lugar de refugio donde Ev podía escuchar toda la música que quisiera y Bea podía encender todas las velas aromáticas de lavanda que podía.
Bea solía decir que así olía la paz, aunque para Shael la paz olía a girasol. Apagó la vela con un soplido suave y luego miró el cabello dorado de Bea desparramado en el suelo. Había algo en la dureza del suelo que hacía que Bea durmiera con una pasividad que Shael siempre había celado.
_Mi princesa dorada_ murmuró Shael agachándose al lado de Bea.
Estaba vestida con el traje de caza y su espada descansaba a sus pies. Aún no había hablado con su madre sobre su decisión de enviar a Bea y Ev a cazar prácticamente solas, ya Teza, la madre de Ev, le estaba provocando suficiente tensión.
_Sabes que no me gusta que me llames así_ murmuró Bea enderezándose.
El cabello le cayó en cascadas de oro y sus mejillas sonrojadas eran una obra de arte que Shael siempre guardaba en su memoria, no había nada más placentero que verla despertar.
_Esas palabras me traen un poco de felicidad, mientras pueda llamarte así, lo haré.
Bea puso los ojos en blanco y comenzó a sacudirse los últimos atisbos de sueño. La voz dentro de la mente de Shael repasaba con cuidado cada movimiento que hacía Bea. Primero peinaba su cabello hacia atrás, pestañeaba varias veces y frotaba sus orejas, mientras el sonrojo de sus mejillas desaparecía. Era toda una rutina para despertar que Shael había aprendido de memoria y que no paraba de recordarla todas las mañanas.
Hubo un tiempo en el que Bea le había permitido verla despertar con frecuencia, pero eran momentos que no regresarían. Shael recordó la tristeza detrás de los ojos de su padre, la sentencia en ellos y tuvo miedo.
_ ¿Recuerdas cuando me hablaste para huir?_ inquirió Shael.
Sus palabras la despertaron como un balde de agua fría.
_ ¡No!_ la voz de Bea fue tajante _Fue algo tonto proponer algo así, y fue hace años.
_Pero Bea…
_Bea nada… Sabes lo que nos pasaría_ Bea vio sus ojos brillar como plata pulida por las lágrimas no derramadas _La Comarca no dejaría nunca que su Príncipe Plateado escape. Nos cazarían, a mí me mataría y a ti no te dejarían salir nunca de la mansión Metratrón.
Shael no pudo sostener sus lágrimas, pero no las sintió hasta que los dedos de Bea las barrieron de su rostro; sólo por sentir los dedos de Bea quiso seguir llorando.
_Yo sólo quiero ser feliz_ murmuró Shael.
_No nacimos para ser felices… es momento de resignarnos.
Shael levantó la mano, no sabía muy bien lo que pretendía hacer y jamás lo supo, porque Bea se levantó tomando su espada y alejándose lo más que las paredes le permitían.
_Y ya deja de hacerte eso en las muñecas no tenemos 12 años_ vociferó Bea.
La manga de la camisa de Shael se había levantado y ella pudo notar las cortadas rojas y superficiales que rodeaban su muñeca como un brazalete.
Shael se levantó. Limpió lo que le quedaba de lágrimas, ajustó las mangas de su camisa y cubrió su rostro con la máscara fría y distante del Príncipe Plateado de La Comarca, el mejor guerrero. A él le costaba cada día más portar esa máscara.
_Suprema pide una reunión con los Jinetes de inmediato_ vociferó Shael con una calma distante.
_ ¿Tu madre o la de Ev?_ inquirió Bea.
_Ambas ¿Qué problema hay?
Bea sopesó la idea de contarle lo que había pasado con Ev y aparentemente su novia, pero terminó concluyendo que entre menos personas supieran, mejor, así como toda La Comarca Shael no sabía las preferencias sexuales de su prima, y agregarle el hecho de que una humana los había descubierto no era la mejor forma de enterarse.
_Ninguno_ mintió.
Lo único bueno es que no era la primera vez que Ev no asistía a las reuniones.
***
Las huellas en el polvo era lo más vivo dentro de la casa. La pintura se había requebrado dejando desnudas a las paredes. Los muebles se habían quedado congelados en el tiempo, los retratos estaban en su justo lugar, incluso el plato sucio que había dejado Verónica después de comer aún estaba sobre la mesa.
Azul siempre le regañaba por dejar sus platos tirados por ir a ver televisión. Incluso la mancha de sangre en el suelo de la sala, justo al frente de la pequeña pantalla que transmitía a blanco y negro, aún era tan profunda como un pozo escarlata.
Era como si el polvo fuese la burbuja protectora que había mantenido todo en su lugar, incluso el dolor.
Azul recorrió cada rincón. Recordaba la casa a la perfección, aunque fuese la primera vez que la visitaba en 80 años y agradeció que las protecciones que le había puesto a la casa cuando vivía en ella la hayan salvado del vandalismo. No se sentía lo suficientemente fuerte para soportar un enorme grafiti en las paredes que había sido el refugio de la risa de su hija, o que sus muñecas haya sido arrancadas de su lugar.