Retratos Oscuros

Capítulo 2: Vivir con esto

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Todo sucedió demasiado rápido: Nate giró el volante para evitar una camioneta blanca que se nos venía encima, los neumáticos se deslizaron por el asfalto dejando marcas negras a su paso, el auto dio dos vueltas, o al menos, eso es lo que puedo recordar.

Mi cabeza chocó contra el parabrisas, mi vista se volvió borrosa y el cuerpo dejó de responderme, solo podía observar, quería cerrar los ojos, pero temía que si lo hacía, jamás volviera a abrirlos. Cada extremidad dolía, se sentía como si estuvieran tirando de ellas con la intención de arrancármelas.

El sonido de una ambulancia entró en mis oídos, los enfermeros no pudieron abrir las puertas, los bomberos debían venir, y aunque no podía decir nada, gritaba internamente para que sacaran a Nate. Se le acababa el tiempo, estaba perdiendo mucha sangre.

No despegué la mirada de él, y fue entonces lo vi, con sus últimas fuerzas, acercar su mano a la mía y dejar una pequeña pulsera de cuero negra en la punta de mis dedos.

Su boca se movió, pero no tenía la suficiente energía para decir algo.

Asentí como pude y entonces, sus ojos se cerraron.

Sinceramente no sé cuánto tiempo transcurrió entre eso, la llegada de los bomberos y el hospital, pues perdí el conocimiento en cuanto sentí un terrible ardor en mi estómago.

Desperté horas después en el hospital; papá, Mary y Finn estaban junto a mí. Los observé por unos cuantos segundos a cada uno, y nadie tuvo que decir nada. El rostro de mi medio hermano lo dijo todo, estaba destruido: Grandes ojeras cubrían sus ojos cristalizados, su nariz estaba roja y llevaba la misma ropa de la fiesta, lo que claramente era una señal de que no había vuelto a casa.

La realidad era que Nate acababa de morir, no logró llegar al hospital y parece que falleció en cuanto chocamos. Sentí un terrible dolor en mi pecho, pero no solté una sola lágrima, me sentía fatal, debía llorar, era mi culpa, yo accedí a subir al auto.

Horas después de despertar Cece vino a verme, y en contra de lo que yo pensaba, no me culpó por lo que sucedió, me abrazó como siempre lo hizo, esta vez, durante mucho más tiempo. La vi quebrarse frente a mí, no supe qué decir, y musité un "lo siento".

—Nate era una de esas personas que tienes la suerte de cruzarte. —La voz de Nicky parada frente al estrado negro brilloso me trae de nuevo a la realidad.

Ahora me encuentro en casa de los Waterson, es el funeral de Nate. Estoy sentado en primera fila junto a su familia, Mary sostiene mi mano. La misma en la que tengo la pulsera de Nate.

Todo se siente tan surrealista, en verdad no puedo creer que esto sea verdad. Trago saliva cuando el padre termina de citar algo de la biblia, no soy religioso, para nada. Pero siempre he encontrado cierta belleza en las prosas escritas en ese libro.

—Fuimos mejores amigos desde jardín de infantes y creo que jamás conocí a una persona que irradiara tanta luz y bondad como él lo hacía. —Nicky limpia sus lágrimas y continúa. —Es difícil creer esto, pero sé que, donde quiera que esté... Él está haciendo sonreír a todos. —Hasta siempre viejo amigo.

Los aplausos invaden la sala y mis oídos empiezan a zumbar, me siento aturdido por todo lo que ocurre a mi alrededor. A su tiempo, las personas en la sala se ponen de pie y se acercan al ataúd donde el cuerpo de Nate descansa. Trago saliva y siento la mano de Mary elevarse, parece que quieren acercarse.

Avanzamos lentamente tratando de no chocar a los demás. El ataúd se hace cada vez más grande, mi respiración se agita y diminutas gotas de sudor se deslizan por mi frente, tengo que salir de aquí, necesito salir de aquí.

Suelto la mano de Mary, quien me observa sorprendida, no digo nada y retrocedo de espaldas por el pasillo junto a las hileras de sillas negras. Me llevo un par de miradas curiosas, pero no le doy importancia, choco contra alguien, lo ignoro y corro hacia la puerta principal, cruzo el umbral y al sentir el aire fresco logro tranquilizarme.

Al contrario de lo que uno pensaría, el día está completamente soleado, no hay una sola nube en el cielo, las aves vuelan alrededor de los árboles y la brisa es leve, casi de verano.

Supongo que es algo anti-climático, uno suele pensar -o al menos yo- que el día que la gente se despida para siempre de ti, el clima acompañará ese sentimiento de amargura, esa sensación de no querer soltar a la persona que sabes que jamás volverás a ver. Pero esta no es la ocasión, y lo hace aún más triste.

Giro lentamente y miro la casa, subo los pequeños escalones para regresar adentro, pero mientras lo hago, me doy cuenta de que hay alguien sentado en uno de los bancos del porche, es mi hermano.

Respiro profundo para mantener la calma y me de a poco, la madera rechina bajo mis pies y él termina por mirarme.

—Finn...

—Déjame solo —Pide bruscamente.

—Sé lo que...

—¡No, no lo sabes! —Exclama con los ojos llenos de lágrimas. Se pone de pie y camina a toda velocidad hacia mí. —Debiste ser tú —Sentencia sin una sola expresión en su rostro.

Me quedo helado en el lugar mientras escucho como se aleja.

Trago saliva y me siento donde hace segundos Finn se encontraba, miro el reloj que mamá me regaló y cierro los ojos un instante. Una gota cae sobre él y ahí es cuando me noto que estoy llorando.

Después de tres días del accidente, estoy llorando.




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