Retratos Oscuros

Capítulo 8: Decisiones

1

Nathaniel lo comenzó todo.

Después del accidente, y desde el momento en que su ataúd fue sepultado, la amistad del grupo más envidiado de la escuela comenzó a derrumbarse.

Al principio no era perceptible, al menos no para las personas a su alrededor, pero para alguien que siempre estuvo dentro de ese círculo, era completamente obvio. El grupo se desintegraba, y cada decisión y cosa que sucedía era un clavo más en el ataúd de una amistad que agonizaba.

Lo sentí aquella primera mañana en el almuerzo: Estaban callados, con sus ojos clavados en sus charolas y sin siquiera mirarse, faltaba alguien, y al parecer, era el pegamento que los unía a todos.

Nate se había ido, y la muerte de Ethan no fue más que la gota que derramó el vaso.

Los mensajes cesaron, las reuniones llenas de carcajadas y alcohol habían terminado, Leo acababa de decir algo que quizás todos pensaban, pero no se atrevían a pronunciar.

Habían terminado.

Y mi hermano se sentía demasiado culpable, tanto así que tras la pelea, volvió a encerrarse todo el fin de semana en su cuarto.

¿Yo? Bueno, nadie me respondía, ni siquiera era parte importante del grupo, solo estaba allí por un maldito evento desafortunado. Aún así, parecía que cada uno de ellos había olvidado lo que en verdad importaba, y que, simplemente, decidieron continuar con sus vidas separados.

Solo que el verdadero problema no era tan fácil de olvidar, y la sensación de que pronto ocurriría otra tragedia estaba al acecho.

Lanzo mi mochila sobre una de las bancas del vestuario, tengo mi ropa de gimnasia puesta. Estoy a punto de comenzar mi prueba para el equipo de básquet.

Sé que dije que esperaría hasta el próximo semestre, pero la situación actual requiere medidas desesperadas, y si tengo que entrar a cada uno de los clubs de la escuela para volver a reunirlos eso es lo que haré.

No quiero morir, y tampoco quiero que ellos lo hagan.

La situación ha sido extraña desde que llegué al vestuario; Ethan era el subcapitán del equipo, pero ni uno de ellos tuvo el valor -¿o la decencia?- de nombrarlo, como si quisieran evitar la verdad. Leo, de quien creí que habría un discurso sobre el fallecimiento de uno de sus amigos más cercanos, estuvo en silencio desde cruzó la puerta hasta que partió hacia la cancha.

Entiendo el proceso de duelo, pero quizás, hubiera sido mejor suspender los entrenamientos esta semana.

Suspiro.

Lo único que me recuerda a Ethan en este lugar es su camiseta número quince colgada en la pared, tal vez así actúan los adolescentes cuando pierden a alguien, ocultando sus sentimientos. Pero me parece tan poco que incluso siento que es una falta de respeto.

Nate tuvo su propio homenaje en el auditorio, uno al que no asistí debido al accidente, ¿Y Ethan no merece al menos unas palabras?

Los Waterson son una familia poderosa, lo reconozco, pero todo es demasiado ridículo.

Deslizo mis dos muñequeras de algodón hasta tenerlas encima de las marcas y cruzo la puerta hacia el gimnasio. Los gritos del equipo y los golpeteos de las pelotas ingresan a través de mis oídos.

Por un pequeño instante me siento en casa.

Hago un barrido de la cancha con mis ojos, buscando a Leo entre tantos chicos.

Sonrío levemente al verlo y me acerco a gran velocidad, fijo mi vista en la pelota color anaranjado, que rebota una y otra vez contra el suelo, esquivo a un chico bastaste más alto que yo y me meto en la jugada.

El número cinco le hace un pase al nueve, y yo aprovecho para avanzar hasta Leo. La pelota se dirige hacia él a gran velocidad, pero yo me interpongo, tomándola con las manos y chocando mi espalda contra su pecho para que no me la quite.

Sus ojos cafés me observan sorprendidos. Doy media vuelta y me pongo en frente de la canasta. Él no tarda mucho en volver a la acción, y levanta sus largos brazos para evitar que enceste. Sonrío levemente picando el balón varias veces, y observo al número trece a mi izquierda, extiendo los brazos en su dirección y amago con lanzarle un pase.

Leo cae en mi juego y yo aprovecho para dar un salto hacia adelante y tirar el balón hacia la cesta.

La pelota anaranjada entra sin siquiera tocar los bordes, y en cuanto mis pies tocan el suelo choco los cinco con el número nuevo, quien me muestra una sonrisa de aprobación.

Los demás jugadores se acercan para darme su aprobación, y mientras esto sucede, yo observo a Leo, quien asiente en forma con una media sonrisa.

—Muy bien Anderson, veamos lo que tienes —Pronuncia lanzándome el balón con fuerza.

El resto del equipo abre la cancha y forma un pequeño semi-círculo detrás de mí. Supongo que así son las pruebas en esta escuela.

Me encorvo y hago rebotar el balón mientras Leo se acomoda a unos cuantos metros en frente mío. Mi respiración es agitada, y me sorprende lo rápido que he perdido mi estado físico.

Respiro profundo y analizo las posibilidades de un uno contra uno: Leo tiene ventana, me gana en altura, pues mide al menos un metro noventa contra mi mediocre uno ochenta, es más fuerte y conoce mejor las jugadas, después de todo, es el capitán del equipo.

Pero... Quizás no sea demasiado ágil, no es fácil mover un cuerpo así.

Encontré mi posibilidad.

Comienzo a avanzar a gran velocidad, ahora es él quien se encorva, preparándose para el enfrentamiento, su rostro y cuello están sudados, pero no hay una sola señal de agotamiento, me concentro, y detengo mi avance a menos de un metro suyo, pico la pelota una vez más e imito la acción de mi jugada pasada, intentando engañar a mi contrincante con un ataque falso.




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