Observé saltar a Melissa por la ventana, impotente y furioso por tener que dejarla ir por su cuenta. No desconfío de su poder, tampoco de su destreza, y, desde luego, mucho menos de su fuerza. Pero no puedo simplemente observarla marchar a la batalla sin sentir nada. Cada vez que ella se aleja de mi lado dejo de ser un vampiro y me convierto en tan solo un hombre. Un hombre que teme perderla.
─Alec... ─La voz de Allen captó mi atención. Escuché la motocicleta arrancar, el rechinar de las llantas en el asfalto y su aroma se alejó.
─Vamos ─mascullé.
Caminé hacia la puerta y abrí con sigilo. El edificio entero estaba en silencio, los aullidos y gruñidos habían desaparecido por completo. Alguien usaba un tiempo suspendido y era uno muy poderoso.
─Busca en la planta de arriba, yo iré a los niveles inferiores ─ordené.
Allen saltó sobre el pasamanos de la escalera y desapareció tras tomar impulso y saltar hacia la siguiente planta. Bajé con lentitud por los escalones mirando cómo la oscuridad se tragaba los pasillos. Agucé el oído y olfateé el aire, pero no lograba captar nada, excepto el claro aroma a magia que rodeaba todo el edificio. El hechizo era tan poderoso que no solo las paredes o las ventanas despedían un leve resplandor rosado, el aire mismo se sentía pesado, como si la gravedad se viera aumentada, haciendo que los pies se me pegaran aún más al piso.
Una respiración acompasada, al fondo del pasillo, en el segundo piso, captó mi atención. Triunfante sonreí y caminé hacia el sitio. Las luces se encendieron de pronto y distinguí el rostro de un hombre... Un rostro conocido.
─Es un honor volver a verte ─ronroneó.
Vestido con harapos y con el cabello sucio y enredado en las puntas, aquel hombre me sonreía como si ya me hubiera vencido. Apestaba a licántropo y podredumbre. A pesar de su andrajosa apariencia sus facciones elegantes no habían cambiado, tampoco su porte presuntuoso y altivo.
─Gabriel ─siseé─. ¿Cómo?
El interpelado sonrió mostrando sus afilados colmillos. Sus ojos brillaban de un escarlata opaco y vacío, la piel debajo de su quijada estaba agrietada y sus extremidades eran más largas y delgadas de lo normal... Una clara muestra de la sed que había sufrido.
─Encontré a un buen amigo... Alguien que decidió que mis servicios podrían serle de utilidad ─respondió con una sonrisa fanfarrona─. Pero... creo que no es eso lo que deseas saber. Mi querido pupilo, debo ser franco contigo. ─Hizo una pausa y se acercó a mí con paso lento─. El asunto está así: ustedes nos encerraron, condenándonos a morir de hambre y sed, arrebatándonos todo a lo que teníamos derecho, pero ahora que él ha regresado, la razón de nuestra lucha está más clara que antes.
Sonreí.
─Ebryan está muerto... Y esta vez estoy completamente seguro.
─Mi querido Alexander, siempre has sido blandengue...y quizá arrogante, pero jamás te creí tan estúpido. Si eso que dices fuera cierto, explícame cómo es que estoy aquí ante ti. Creo que la paz ha afectado tus instintos ─dijo en tono burlón─. No. Ebryan está vivo... Y esta vez soy yo el que está seguro de ello.
Mi instinto se encendió como la sirena de alarma antes de una catástrofe. Algo ocurría con Melissa, sentí su dolor y angustia taladrándome por dentro. Miré a Gabriel a los ojos intentando buscar el modo de vencerlo sin gastar demasiado tiempo en ello. Definitivamente no debía dejarle ver mi desesperación por salir de ahí.
─No te creo. ¿Por qué habría de hacerlo? Eres un traidor y un asesino. Como bien has dicho, Maestro, ─dije con desdén─, puedo ser blando pero no estúpido.
Sacudió la cabeza y se llevó la mano derecha al pecho. Cuando su palma golpeó su arrugada camisa esta despidió polvo y moho. En un gesto dramático cerró sus dedos alrededor de la tela tirando de ella, en un intento de demostrar su dolor.
─Oh, Alexander, me rompe el corazón que te expreses de ese modo de mí. Pero mis deseos de romper el tuyo aminoran la pena. No has cambiado nada, continuas siendo un burócrata y no un guerrero. No aprendiste nada con lo que le ocurrió a Beth. ─Me abalancé sobre él, tomándolo por la camisa y acercando su rostro al mío.
─No te atrevas a mencionar a mi hermana... Ella confiaba en ti y tú... ─Lancé un golpe directo a su rostro.
Su rostro se convirtió en una sonrisa guasona que al esquivar el primer golpe perdió brillo y se convirtió en una máscara de concentración.
Sus movimientos continuaban siendo tan rápidos como recordaba. Evitó cada golpe que le lancé con una destreza casi envidiable. Lancé un golpe más dirigiéndolo hacia su rostro, pero atrapó mi brazo entre sus manos. Sonrió al observar el tatuaje de las marcas de Zafrat en mi mano y muñeca.