Ha pasado una semana desde aquel primer ataque, una semana desde que me convirtiera en vampiro y de que los humanos conocieran de primera mano nuestra existencia. Todo ha cambiado tanto en tan poco tiempo, las calles están desiertas, hay toques de queda en varias ciudades y pueblos, las ciudades pequeñas son blanco fácil, y las personas y su miedo no hacen fáciles las cacerías. Alec, Allen y yo salimos todos los días a patrullar, es una labor molesta y poco eficiente, pero al menos hemos salvado a un par de personas. Desde que los ataques de los renegados comenzaron no hemos sabido nada de Ebryan o Leandra, ninguno ha aparecido aún y yo me siento atrapada dentro de las paredes de esta locura.
Al menos, patear el trasero de uno o dos renegados me hace el día... en ocasiones.
─¿Crees que debería hablar con el Consejo sobre mi relación con Sarah? ─miré a Allen y sonreí.
─Ya no existe tal cosa, Allen. Si realmente quieren estar juntos, solo depende de ustedes ─repuse con voz tranquila. Allen me miró.
─La quiero, Melissa. ─Su confesión me hizo mirarlo no como al chico de siempre, sino como al hombre que en realidad era.
─Entonces debes decírselo a ella y dejar que ella decida. El amor es complicado por naturaleza, Allen, pero cuando hay una guerra en proceso, y ambas partes son de mundos distintos, la cosa puede complicarse aún más ─dije intentando que mi voz sonara despreocupada.
─Alec y tú no parecéis tener problemas ─dijo en tono alegre.
─Eso es porque estás pasando por alto que intenté asesinarlo y que él me convirtió en vampiro para salvar mi vida.
Alec escuchaba la conversación a través de nuestro vínculo y, al escucharme decir aquello, soltó una carcajada que resonó en mi mente como si él estuviera frente a mí. Yo también sonreí por lo bajo.
─Lo digo en serio ─repuso con voz grave─. Ustedes se ven felices a pesar de toda esta locura. ─Sus palabras me hicieron sonreír aún más.
Un sonido nos distrajo a ambos. Me puse rígida al escuchar lo que parecían ser gruñidos y jadeos, desenfundé la espada y me abalancé al frente sin decir ni mu a Allen, quien me siguió de cerca. Un grupo de licántropos despedazaba un perro con diversión.
─Lamento mucho interrumpir su diversión, chicos ─dije proyectando la voz para que llegara hasta el sitio donde se encontraban.
Los lobos se detuvieron en seco al escuchar mi voz. El más grande del grupo me observó con esos ojos de color amarillo opaco que distaba tanto del amarillo dorado brillante que poseían en su mirada Hadrien o Elize. Aquel pequeño detalle se había convertido en una característica muy sencilla para reconocer a los renegados. Alec nos explicó que esa variación en el brillo de sus ojos se debe al tiempo que pasaron recluidos en la prisión, sin poder alimentarse adecuadamente.
El lobo sonrió con suficiencia y se transformó en humano frente a nosotros. Su semblante estaba tranquilo, no parecía tener preocupación alguna. Sus hombros estaban relajados y sus manos caían tranquilamente a la altura de sus muslos. Mantenía una posee despreocupada y juvenil a pesar de nuestra presencia. Una vez que el animal fue reemplazado por el hombre, observé fijamente que poseía una piel extremadamente blanca que hacía que su cabello castaño destacara, sobre todo por el largo de su melena, que caía en cascada hasta casi su cintura. Su altura y porte le daban una apariencia fuerte y amenazadora. Sacudió su ropa antes de comenzar a vestirse. Desvié la mirada para evitar observar algo desagradable. Al igual que la de todos los renegados, su vestimenta estaba sucia, llena de moho y polvo. La tela desprendía un muy penetrante olor a podredumbre que hacía más notorio su origen. Tras terminar de vestirse sonrió hacia mí e hizo una inclinación con la cabeza en forma de saludo.
─No te preocupes. No es algo que deba lamentarse ─dijo en tono divertido.
Sus acompañantes se transformaron también.
Sorprendido, Allen permaneció quieto detrás de mí. Al parecer no representábamos peligro alguno para esos renegados, pues les pareció seguro mostrarse con su apariencia humana.
Salté y al aterrizar golpeé el rostro del hombre alto y este se tambaleó. Sonreí divertida por la reacción sorprendida del resto del grupo, tardaron cerca de diez segundos en reaccionar. Uno a uno se abalanzaron sobre mí. Golpeé al primero con la palma abierta de la mano. El segundo cayó de bruces después de que mi pie se estrellara en su mejilla. El siguiente saltó para atacar desde arriba, sonreí y lo golpeé con la empuñadura de la espada en la quijada.
El aire se impregnó con aroma a sangre de licántropo.
Allen peleaba de forma cerrada con el más robusto de los lobos. Creo que no era a mí a quien consideraban el eslabón débil. El ataque de los licántropos jóvenes era solo la fachada para mantenerme ocupada mientras el líder atacaba a Allen.