Revelaciones

Guerra (2a parte)

─¿Desde cuándo puedes hacer eso? ─pregunté con un hilo de voz.

    Una sonrisa de suficiencia iluminó su rostro

 

─¿Magia? Siempre he podido hacerla, cualquier ser inmortal puede, pero mi poder de proyección creció cuando me uní a ti. Tu magia es más poderosa que la mía al parecer... ─dijo mientras acariciaba mi barbilla con la punta de sus dedos. Sonreí.

 

   Una pintura al fondo de la habitación captó mi atención. Me acerqué a ella ignorando un poco el intento de seducción de Alec. Había visto esos ojos color ámbar en otro sitio.

 

─¿Ella es...?

 

    Alec colocó su mano alrededor de mi cintura y asintió.

 

─Este castillo fue sede del Consejo durante siglos. Kassandra, Lizbeth, Laster y algunos otros chicos como nosotros crecimos dentro de esta ciudad amurallada. Por nosotros el castillo fue nombrado Lugar de Herederos. Stoneland era un cálido hogar que brindaba calor y cobijo a todos los seres sobrenaturales. Nunca me pareció buena idea convertir esta ciudad en una prisión.

 

    Caminé observando el resto de las pinturas hasta que me topé con una mujer de ojos color zafiro como los míos. Su cabello castaño oscuro caía hasta la curva que creaban sus caderas. Sostenía en su mano derecha una espada y en su semblante se podía percibir la tristeza. No necesité que Alec me dijera quién era. La conocía, sus memorias estaban fijas en mi mente y su poder había latido en mis venas.

 

    Senya, la primera vigilante. Detrás de ella había dos pequeñas figuras, un par de niños sonrientes con hoyuelos y deditos regordetes. Los conocía, al menos al más grande. Phillip... era cierto… Ebryan es muy parecido a su padre, la misma barbilla fuerte y pómulos afilados. La imagen de su padre en el recuerdo que me mostró y la pintura frente a mí guardaban ciertas diferencias, como por ejemplo la resolución en la mirada de Phillip.

 

─¿Por qué convirtieron este sitio en una prisión si contiene tantos recuerdos agradables para ti y el resto de los herederos?

 

─Fue idea de Leandra. La ciudad se encuentra en un punto mágico muy poderoso y con los hechizos adecuados es una fortaleza impenetrable. Nadie entra y nadie sale una vez que se sella. Los renegados estando aquí dentro son solo humanos comunes; la fuerza de este lugar es capaz de inhibir sus poderes sobrenaturales cuando se levanta la barrera.

 

─Ascot me explicó lo mismo hace solo un momento.

 

   Guardé silencio y seguí caminando. El ruido de la ciudadela llenándose me distrajo de mi paseo y decidí salir. En la parte occidental de aquella gran sala había lo que parecía haber sido una puerta. Observé el jardín verde y descuidado que se encontraba detrás de las rocas carcomidas por la humedad. Había árboles y flores, el césped era tan alto que me llegaba casi a las rodillas. Caminé a paso lento hacia aquel jardín y salí pisando el césped.

   «Aún hace falta capturar muchos más renegados», pensé para mis adentros. No pude evitar preguntarme si esta persecución terminaría pronto y podríamos pasar al plato principal: detener a Ebryan y juzgar a los traidores.

 

─¿Piensas de nuevo en él? ─La pregunta de Alec me hizo girarme para observarlo. El sol se reflejaba en su blanca piel, dándole un resplandor inusual y en extremo bello.

 

─¿Tan transparentes se han vuelto mis pensamientos? ─respondí.

 

─No, pero te conozco ─dijo con una media sonrisa en su rostro.

 

   Un joven salió de entre los matorrales, rompiendo con la atmosfera que Alec y yo comenzábamos a disfrutar. Aquel chico era todo músculo y facciones talladas en mármol, de pómulos amplios y cuadrados. Miró a Alec e hizo una reverencia.

 

─Mi señor ─saludó. Alec se inclinó para regresar su saludo. Y me tomó de la mano con delicadeza.

 

─Matthew... Ella es Melissa... Mi compañera.

 

   Las palabras salieron de su boca con un suspiro lleno de orgullo y aprecio. El chico dirigió sus redondos ojos castaños hacia mí y sonrió. Sus colmillos asomaron por un instante.

─Mi señora... Es un honor conocerla ─dijo mientras colocaba una rodilla en el suelo y sostenía mi mano entre las suyas para besarla.  

 

  Sorprendida por su acto se me escapó una risita nerviosa. En el mundo humano esas demostraciones de cortesía habían pasado a la historia hacía tanto, que me causó gracia su caballerosidad.

 

─¿Qué sucede, Matthew? ─preguntó Alec al ver que el chico había guardado silencio y nos admiraba.

 

─Anne y Ascot solicitan su presencia en la plaza mayor, mi señor ─respondió.

 

─Enseguida iremos ─respondió Alec en un tono tan amable que sorprendió al chico, quien hizo una inclinación y desapareció de aquel jardín con una sonrisa inocente en su rostro.




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