Revelaciones

Conciencia

La sed comenzaba a rasgarme por dentro, así que decidí levantarme. Alec dormía profundamente. Parecía más un chico joven que un vampiro purasangre. Acaricié su cabello y salí de la habitación. Alec había guardado en el refrigerador la sangre suficiente para que él, Allen y los demás chicos no pasaran hambre. Desde mi conversión, yo solo había bebido la sangre de Alec y la de aquella pequeña, así que solo me quedaba rezar porque la sangre congelada me ayudara a controlar la sed. Abrí la puerta del refrigerador y tomé la bolsa. Olía bien, pero el frío tacto y el sonido que hizo la bolsa al tocarla me provocaron náuseas, algo bastante incómodo para un vampiro, debo agregar. Serví el contenido en un vaso e intenté beber un poco, pero la sangre sabía rancia y fría. 

    «¿Cómo pueden beber esto?», me pregunté a mí misma en voz baja.

    Escuché murmullos a la distancia. Dejé el vaso en la mesa y salí al patio frontal.  Olfateé el viento y el aroma a vampiro me golpeó el rostro. El viento venía en contra, así que había esparcido su aroma por toda la calle. Caminé sigilosamente hasta la entrada al bosque y pude olerlos aún mejor, incluso escucharlos con mayor claridad.  Habían cazado algo, un animal, un alce o algo parecido. El aroma a sangre proveniente del animal se fundía con el aroma de aquellos vampiros. Me acerqué caminando lentamente hacia el sitio de donde provenía el aroma, pero no sin antes colocar una barrera mágica a mi alrededor para evitar que se percataran de mi presencia.   
    Escondida en la oscuridad de la noche los observé conversar mientras se turnaban para beber. Salté de entre los matorrales y los encaré. Eran dos hombres y una chica. Todos llevaban el cabello enmarañado y la ropa sucia y llena de polvo. Me observaron atónitos al principio, parecían realmente sorprendidos de verme ahí, pero no parecían saber quién era.

─Buenas noches ─saludé e hice una inclinación con la cabeza.

  El hombre más grande se acercó un paso hacia mí e intentó cubrir a los otros, parecía protegerlos.

─Este no es un territorio reclamado ─dijo en voz alta y grave.

   Sus ojos brillaban escarlatas y fantasmales. 

─Oh, pero en realidad sí lo es... Es mi territorio ─dije con una sonrisa.

    Su comportamiento distaba mucho del de los otros renegados. La curiosidad me picó, relajé mis hombros y me acerqué un poco más al hombre.

─¿Quiénes son ustedes? ─pregunté con una sonrisa de oreja a oreja. El hombre se puso tenso.

─La pregunta sería ¿quién es usted, señora? Su aroma me dice que es casi tan joven como mis pequeños ─dijo mientras señalaba a los dos chicos, que permanecían quietos y en silencio detrás de él. 

   Solté una carcajada. La forma en que entonó la palabra «señora» denotó el miedo que tenía de mí. Por un instante me regocijé en ello.

─Podría ser ─respondí. 

   Miré hacia arriba para encarar al hombre, era por lo menos dos cabezas más alto que yo y tenía el doble de volumen también. Al acercarme noté el aroma de los chicos, aún olían a humano, aunque sus ojos escarlatas y sus colmillos desenfundados ocultaban muy bien la realidad de su nueva vida inmortal. Vampiros neófitos. 

─Nos iremos enseguida. No queremos problemas ─dijo el hombre al ver que continuaba observando fijamente a sus pequeños. 

─Por supuesto, eso será lo mejor ─dije y di la vuelta para regresar a la casa. 

   Escuché los sigilosos pasos de los tres vampiros alejarse. Realmente tenía la intención de dejarlos ir, pero la sed pudo más que mi razón. Salté entre los árboles y corrí tras ellos igual que un chita lo haría tras una gacela. Ninguno de ellos esperaba un ataque sorpresa. Lo deduje por el horror que se apoderó del hombre cuando me vio saltar encima de la chica, quien pegó un grito que se ahogó rápidamente cuando mis colmillos se hundieron en su cuello. Su sangre era un cóctel de sabores entre lo poco de sangre humana que aún quedaba en ella, la sangre acre de su creador y la sangre de aquel alce cuyo sabor asemejaba a la hierba. El hombre intentó jalarme del brazo para que soltara a la chica, pero lo arrojé a un lado con un solo movimiento de mi mano. El cuerpo de la chica se volvió flácido entre mis brazos, la dejé caer y saboreé la sangre relamiéndome los labios. El chico se acercó a la jovencita y me miró. El odio en sus ojos me hizo reír.

─Así que eres un renegado y ellos eran tu presa. Supongo que al final todos debemos sentir remordimientos por lo que hacemos ─musité─. Lo lamento mucho, pero tengo demasiada sed. Y teniendo en cuenta que eres un renegado y estos dos chicos no deberían existir... tomarlos como aperitivo no me causará problemas.

   El hombre me arrojó contra uno de los árboles, interrumpiendo mi monólogo. Utilicé el antebrazo para quitármelo de encima y después lo golpeé con una patada hacia atrás. El hombre retrocedió un par de metros y regresó hacia mí. Lo recibí con un golpe en el estómago y después con un rodillazo en la quijada. El chico arremetió contra mí también, su fuerza era un poco mayor a la del hombre, pero sus movimientos eran torpes y bastante predecibles. Me estaba divirtiendo peleando con ambos. Chasqué los dedos y la rama del tronco frente al que peleábamos se levantó, dejando un caminito de tierra en el aire. La rama se enrolló en el pie del chico y este cayó al suelo. El hombre me observó asombrado, sus ojos se apagaron lentamente, hasta quedar convertidos en solo dos puntos rojos opacos. Parecía haber comprendido por fin quién era. 




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