─¿Ustedes saben con certeza por qué hizo todo esto? ─preguntó Sarah.
El silencio siguió a su pregunta. Mis padres intercambiaron miradas, mientras Hadrien y Elize se miraban el uno al otro. No habían pasado más que solo unas horas desde mi regreso y todos parecían continuar sorprendidos por tenerme de vuelta acompañada de un par de bebés oliendo de un modo tan peculiar. Además de la obviedad más grande, mi propio aroma a humano. Me preparaba a hablar, había reunido el valor de confesar toda la verdad, cuando los pasos de alguien me hicieron callar.
─Por mí. ─La voz de Maritza inundó la habitación. Su tono de contralto denotaba su poder y sabiduría. Su modo de pronunciar cada letra me hizo retroceder. Dirigí la mirada hacia las escaleras y nuestros ojos se encontraron de inmediato─. Leandra está haciendo esto para vengarse ─declaró.
Caminó lento hacia el centro de la sala y se detuvo frente a mí, sus ojos se posaron en Ekyan y una sonrisa triste se dibujó en sus labios.
─¿Qué significa eso? ─preguntó Sarah.
Maritza enarcó la ceja izquierda y chasqueó la lengua, en una clara demostración de molestia por el tono petulante que Sarah había usado para dirigirse a ella. Un rugido felino salió por su boca, haciendo que la pobre chica retrocediera y provocando el llanto de Marion, que se encontraba recostada en el sillón junto a mí. Maritza se detuvo en seco y sus ojos volvieron al verde aceituna que tenían antes de su sobresalto. Respiró profundo y se acercó a mí.
─Tú lo sabes mejor que todos nosotros. Tú descubriste el juego hace algunos siglos y eso te costó la vida. ─Sus ojos vacilaron entre continuar conectados con los míos y mirar a Ekyan. Quien la observaba fijamente.
La mirada de todos los presentes bailó en mi rostro.
─Por la misma razón que Ebryan ─musité.
─Cerca, pero no. Leandra no es una de nosotros, al menos no del modo en que todos creen.
Vannia se puso de pie cediéndole su lugar en la mesa del comedor principal. Maritza hizo una inclinación en forma de agradecimiento. Vannia hizo una reverencia y se retiró sin darle la espalda. Maritza se sentó en la silla y cerró los ojos, su larga melena negra caía en cascadas rizadas hasta su cadera, su piel blanca como el mármol la hacía brillar con la resolana que entraba por las ventanas. Cruzó las manos sobre la mesa y señaló con el dedo a Hadrien.
─Todo esto comenzó hace mucho tiempo. Mucho antes que seres como nosotros existiéramos, el mundo sobrenatural se componía solo de guardianes, aquellos seres inmortales que cuidaban y protegían a la naturaleza de nosotros... los humanos. Ustedes conocen la historia, nosotros aprendimos a dominar la materia y la ciencia, a pesar de vivir en un mundo medieval y rudimentario, y por eso fuimos llamados Nemurine, que en el mundo de los guardianes significa eterno y hacia honor a la forma imperecedera que el conocimiento otorga.
»Pero, como todos saben, ser longevos no nos fue suficiente, así que emprendimos la búsqueda de la inmortalidad. Todos los guardianes lo eran, pues forman parte del universo mismo, pero ninguno de ellos era capaz de transmitir su inmortalidad a excepción de uno. Los guardianes del fuego, los creadores de la vida. Grandes demonios alados capaces de brindar el soplo de vida a través del calor de sus corazones, usando las cenizas del mundo. Ustedes los llamarían dragones.
»Buscamos el modo de adquirir la habilidad de atraer ese soplo de vida hacia otro sujeto, pero todo resultó inútil. Hicimos uso de toda nuestra arcaica ciencia y nada parecía funcionar. Por azares del destino descubrimos que la sangre de dragón contenía esa chispa de inmortalidad y con fines de investigación les convencimos para que nos ayudaran, les pedimos que nos dejaran hacer pruebas con su sangre. Su inmortalidad, fuerza y habilidad podían ser trasmitidas, pero no de forma permanente. Fue un error de laboratorio que tuvimos que corregir, estábamos tan cerca de encontrar la clave...
»Pero los humanos comenzaron a darles caza. Para acercarnos aún más a ellos fingimos ayudarlos y con ello tuvimos acceso directo a ellos en su forma humanoide, cuando son débiles y fáciles de herir. Es curioso cómo la inmortalidad tiene sus restricciones de igual manera: el corazón. La clave de la inmortalidad yacía en el corazón. ¿Saben lo que sucede cuando le arrancas el corazón a un dragón? ─Sus ojos se posaron en mi rostro.
─Se convierten en piedra ─musité.
Maritza sonrió al escuchar mi respuesta.
─Tomamos el corazón del líder, Gaizka, y de su reina, Aiala, y usamos sus corazones para crear la pócima de la inmortalidad. El resto es la historia que ustedes ya conocen. Con el tiempo, el dulzón sabor de la pócima se volvió necesario en mi vida a todas horas, provocando que el elixir sacado de esos dos corazones ya no fuera suficiente para mantener mi sed y la necesidad de aquel sabor en mi boca.
»Acompañada de mis hermanos y de algunos otros guardianes atacamos a los dragones y les dimos caza hasta su extinción. El elixir hacía que los demás espíritus fueran aún más poderosos, así que pronto también ellos comenzaron a depender.
»Leana, ese es el verdadero nombre de Leandra, y esa mujer es todo menos una bruja. Estuvimos ciegos al no darnos cuenta de su verdadera identidad. Hasta hace trescientos años, cuando ese tonto chiquillo Philip desobedeció las órdenes de la mezcla de castas, fue entonces cuando Leandra encontró por fin el modo de tener su venganza. Después de todo fue ella quien se reveló a sí misma a su amante y con ello atrajo la atención hacia las brujas del norte de Europa. Fue ella quien reveló la existencia de los espíritus y espectros y, por supuesto, quien orquestó la solidificación de poderes en el Consejo, usando como razón la imperiosa necesidad de traer paz y por supuesto no nos olvidemos del equilibrio. Leandra ha movido los hilos desde las sombras desde el principio de la historia.