Revenge

2 - La venganza del lomo

—Voy al super un momento y compro una puta bandeja de lomo, ¡Joder! —escupió rabiosa.

—¡Ey! Sin problemas, cari. Aquí he encontrado otra bandeja de lomo adobado.

Extrajo el alimento envasado en una bandeja abombada. Hermione miró la fecha de caducidad.

—Está caducada, voy al super.

—¿Qué dices? Solo ha pasado un día, y las fechas de caducidad son orientativas. No va a estar algo comestible un día a las siete de la tarde y luego a la una de la madrugada ya no, porque ha pasado la fecha.

—¿Pero tú no has visto que el recipiente está hinchado? —cuestionó el alegato de su marido, golpeando la tapa abombada con un dedo.

—Vamos a abrirla y lo comprobamos...

—El caso es perder tiempo...

Ronald rompió el envase plastificado con un cuchillo, y un hedor pestilente golpeó las fosas nasales de su esposa.

—¡Tira ese lomo que está podrido! —señaló la basura en porte amenazante.

—Tiri isi limi qui isti pidridi... No me seas remilgada y acércate a olerlo.

—Desde aquí huelo el avanzado estado de putrefacción.

—¡Exagerada! ¿Un solo día y ya se pudre a marchas forzadas?

—Estará la fecha mal. —Hermione se atrevió a dar un paso al frente y acercar la nariz a esa carne babosa.

—Un día no es nada, y tenemos cuatro bocas más.

—¡Ni se te ocurra cocinar eso para nuestros invitados que te castro! Voy al sup-

—¡Tonterías! Perder el tiempo en ir para tirar esta comida solo porque a la señorita le gusta seguir a raja tabla las fechas.

—¡¡El lomo está baboso y verdeeeeee!! ¿Qué no lo ves? —pinzó con asco un filete—. ¿No lo hueles?

—Lo lavo bien con agua y arreglado.

—¡¡Por encima de mi cadáver, Ronald!! Que tenemos siete niños, y si les ocurre algo te acuchillo.

—No te preocuuuupeeees, mujeeeeer, nos lo comemos los mayores.

—Que no, he dicho —Hermione atizó repetidas veces la mano de Ronald para que soltara la bandeja.

—Si cocinado se matan las poquitas bacterias que pueda tener.

—¡¿Qué poquitas ni qué ocho cuartos?! Ahí han pasado de crear una colonia a un continente. ¡Que lo tires!

Su voz desgañitada la acompañó con un forcejeo por la mierda de la bandeja de lomo adobado.

—¡No haber devuelto la otra bandeja como una ratilla! ¡Ahora te jodes y nos comemos esta! Que no estamos para tirar el dinero.

Hermione señaló con el brazo firme las tres bolsas de aperitivos y dulces que había comprado Ronald un rato antes.

—¿¡No estamos para tirar el dinero!? ¡¡¿Quieres decir?!! —Su marido rebufó como un toro embravecido y comenzó a limpiar los filetes de carne bajo el grifo del fregadero—. Te lo comerás tú —le advirtió, merodeando a su alrededor—, porque no voy a permitir que le des ni un bocado a nuestros invitados. Si quieres morirte, adelante.

Ronald asintió con convencimiento. Hermione se asustó por la rotundidad de su contestación y pasó al plan B; ejercer el papel de esposa victimista y plañidera.

—Ronald, por favor...

—¡No!

—Esa carne está mala, y podrías acabar en el hospital.

—Eres una dramática meticulosa.

—Te lo suplico, Ronnie... No me cuesta nada bajar un momento y comprar-

—Haz lo que quieras, pero yo voy a aprovechar esta carne, y si no, no haber devuelto la bandeja que compré.

—Véngate de la manera que quieras, pero así no, ¡Ronnieeee!

—Mira qué filetes más limpios se han quedado... —dijo, agitando uno baboso y verduzco en su cara.

—Te vas a enfermar, ¿Qué será de mí?

—Tragedia griega entrando en acción.

—Nuestros invitados-

—Diles lo que quieras, yo lo cocinaré, y quién no sea un remilgado, lo hará conmigo.

—¡Ronniiiieeee, aaaaaah!

Hermione empezó a llorar sus lágrimas de cocodrilo cuando vio al inconsciente de su marido echar los filetes a la parrilla. La carne putrefacta empezó a chisporrotear sobre la superficie caliente, desprendiendo un olor sospechoso que avivó el llanto amargo de la esposa. Ronald le pasó un brazo por el cuello y la atrajo a su cuerpo, besando entre risas burlonas sus mejillas mojadas.

—¡Ay! qué manipuladora y mentirosilla es mi mujeeeeer, ja, ja, ja. —Más besos fueron cayendo en esas mejillas húmedas y labios gimoteantes.

—¡Te odio! —se zafó de su abrazo y salió de la cocina para ir al baño y asearse antes de que llegaran los invitados.

...

Hermione preparaba la terraza cuando llamaron con estruendo al timbre y haciendo escándalo en el rellano. Apenas abrió un palmo, la puerta fue empujada y entraron tres niños en estampida que fueron corriendo a reunirse con los peque-Weasley.

Scorpius era la viva imagen de un Malfoy de ocho años; Elara y Alice eran hermanas de siete y cinco años, que habían sido adoptadas conjuntamente.

Detrás de ellos aparecieron el Drarry y el Theoville envueltos en una algarabía de gritos y risas, mientras Hermione les daba la bienvenida y les hacía pasar al salón.

—¡¡¿Quién quiere que le haga trucos de cartas?!! —vociferó Theo a la jauría de mini personitas ansiosas e histéricas, que habían empezado a golpear todos los juguetes esparcidos por el salón.

—¡Oh, Neville! Dime que no te has molestado, por favor! —dijo Hermione preocupada.

—Noooo —respondió bajito.

—Herms, aquí tienes la comida de Scorpius —Draco le tendió el tupperware y dos besos de saludo.

—¡Las bebidas!

Harry traía una cantidad indecente de botellas y latas de todo tipo. Las guardó en el arcón refrigerador situado en la terraza y comenzaron a organizar el caos, mientras las siete fieras eran domadas por el látigo de Theo en forma de trucos de magia.

...

Después de los saludos, los besos, abrazos, conversar animadamente, repartir bebidas, picoteo, y preparar la mesa y sillas en la terraza para comer, se sentaron a la sombra del toldo y refrescaron el ambiente veraniego con dos aires acondicionados portátiles a cada extremo; como si en Londres hiciera un sol de justicia y un calor infernal.



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En el texto hay: humor, harry potter, weasley

Editado: 06.07.2024

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