Ya no más treguas con el viento,
ni caricias en los bordes del error.
Las palabras se disuelven,
cuando la intención no arde,
cuando el espíritu se doblega y cede al peso del agravio.
Ellos saben, claro que saben,
cada gesto que hiere,
cada silencio que escupe verdades dormidas.
¿Y nosotros?
Nos llenamos de inseguridades,
de puentes mal trazados, de lágrimas secas.
No somos el suelo de quienes olvidaron como caminar,
ni la ceniza de un fuego ajeno.
Basta de perdonar.
Permitan que el error se incruste en la piel del que falla,
que el peso les enseñe a tropezar,
que la falta deje marca, y que sanen,
sin el alivio que nunca ofrecimos.