Bajo del auto, me quito las gafas de sol y observo la casa donde crecí y de la cual tras graduarme de la secundaria.
No creí que regresaría y mucho menos que los viejos recuerdos lograrían invadirme por completo.
Lo que no entiendo es porque el abogado nos hizo reunirnos aquí en vez de la oficina.
El funeral de mi progenitor fue hace una semana, por lo que ya no hay nada, solo queda que mis hermanos y yo firmemos los papeles para vender el lugar y seguir con nuestras vidas, la mía en Buenos Aires. No sé mucho de la vida de mis hermanos después de perder contacto con ellos. Apenas hemos hablado en diez años.
Lo último que supe de mi hermana Willa es que estaba en alguna parte de Europa con su último novio y Cian en Brasil con su esposa.
Será raro verlos de nuevo, pero aquí estoy.
Guardo las gafas en mi chaqueta y apresuro los pasos al interior de la casa, la cual me recibe con voces a la distancia, olor a humedad y una frialdad que no se compara con la de afuera.
Se nota que la casa fue descuidada y que no ha tenido mantenimiento, probablemente, nunca. El lugar donde se encuentra es lo que tiene valor, debido a las vistas de la ciudad y de las montañas. La persona que quiere comprar el lugar es un empresario que tiene la idea de construir un hotel. Él cree que es el lugar perfecto.
Yo opino igual que él. Si tuviera el dinero para invertir y estuviera dispuesto a abandonar mi vida en Buenos Aires para regresar a la ciudad de Ushuia, yo haría construir el hotel, sin embargo, no es el caso. Solo quiero firmar lo que haya que firmar y regresar a mi vida.
—Rex.
Volteo al costado y reconozco a Tomás Ferrero, el abogado con quien hablé por videollamada hace más de una semana.
Es un hombre de estatura baja, viste informal y tiene una mirada intensa que disimula con una sonrisa.
—Hola.
—Pasa, en la cocina hay café y estaremos más calientes. Tu hermano Cian está aquí y esperamos a Willa que está de camino.
Asiento y lo sigo a la cocina donde Cian está recargado en la isla con una taza de café en la mano. Él me observa y sonríe sin hacer amague para saludarme. Somos hermanos mellizos y parecemos dos completos extraños. Supongo que son las consecuencias de tomar caminos separados y no esforzarnos por mantener el contacto.
—Hola, Rex. Tanto tiempo.
—Sí, no recuerdo cuando fue la última vez que nos vimos. —acepto el café.
—Tres años atrás, creo, cuando pasé por Buenos Aires por trabajo y tomamos algo.
—Cierto. El trabajo tiene mi mente ocupada todo el tiempo. ¿Cómo está tu esposa?
Él contrae la mirada y bebe un poco de café antes de responder.
—Me divorcié hace un año.
Abro los ojos con sorpresa.
—Vaya, lo siento, no lo sabía.
—No te preocupes. Ya lo superé. Tú has sido inteligente al no casarte.
Abro la boca para preguntar que pasó y la vuelvo a cerrar no sintiéndome cómodo haciendo esa pregunta. Tal vez él no quiera hablar del tema y no quiero presionarlo.
Tomo asiento en una banqueta.
—¿Y cómo va el estudio de abogados?
—Bien, creciendo. Mis socios están a cargo mientras estoy aquí—miro la hora—. ¿Acaso Willa no puede ser puntual?
Cian ríe.
—No importa que hayan pasado muchos años, hay cualidades que no se pierden.
Dibujo una sonrisa.
Willa es dos años menor que Cian y yo, y ser impuntual es un pasatiempo favorito. Cuando se trata del trabajo, es responsable, por lo demás, maneja su propio tiempo.
Nos quedamos en silencio un momento más, le pido al abogado que adelante algo. Cian y yo podemos ir firmando los papeles que haya que firmar y Willa puede hacerlo cuando llegue.
—Me temo que debemos esperarla.
—¿Qué es tan importante qué debemos esperar? Nuestra madre sumisa, que priorizaba a su esposo por encima de sus hijos, murió siete años atrás y el alcohólico de nuestro progenitor ya está muerto caminando hacia el infierno—exclama Cian—. Ninguno de los tres vive en Ushuia.
—Buenos días—dice Willa dejando su bolso colorido en el piso—. ¿Qué caras de funeral? ¿Quién murió?
Ruedo los ojos y Cian ríe.
—Hola, Willa. No has cambiado.
—Me lo tomaré como un cumplido.
—Bienvenida, Willa—dice el abogado—. ¿Café?
—No, gracias, tengo mi mate—enseña el termo y toma asiento—. ¿Alguien quiere?
—Perdí la costumbre luego de vivir en Brasil. —musita Cian.
—Yo no tomo mate, prefiero el café. —respondo.
Ella se encoge de hombros y prepara uno mientras el abogado toma asiento.
—Perdón la tardanza, el avión salió con retraso. Ya estoy aquí, así que digamos para que somos buenos.
—Seré breve. Ustedes tres son los herederos de esta propiedad. La casa en sí no tiene mucho valor porque es vieja y no ha recibido mantenimiento en muchos años, pero el terreno sí. Les mencioné que un empresario está interesado en comprar la propiedad para construir un hotel y les envié los contratos…—se calla al distraerse con el sonido de Willa tomando mate. Esta se disculpa—. En fin, si los tres están de acuerdo, pueden aceptar el trato, el cual es muy bueno, firmar todos los papeles, recibir el dinero y regresar a sus vidas.