Rex Heaton

Capítulo 2: Lola

—No sé como puedes estar siempre de buen humor teniendo los problemas que tienes, Lola.

—¿Qué soluciono poniéndome de mal humor, odiando a personas que nada tienen que ver con mis problemas y quejándome de todo? Nada. Además, trato de ser un buen ejemplo para mi hija. Que vea que su madre no está tan loca.

Jemima rueda los ojos.

—No puedo negar que tienes razón. Lamentablemente, no soy como tú.

—Oigan, ustedes dos, es hora de que dejen de charlar y se pongan a trabajar.

—La bruja ha hablado—exclama mi amiga y compañera de trabajo—. Hoy está más insoportable que de costumbre.

—Se ve que no la atendieron bien en la cama o no la atendieron directamente.

—Siempre logras hacerme reír. Aunque a ti no te atienden desde hace rato y sigues de buen humor.

—Soy un caso raro y especial, o eso dice mi amiga Tracy.

Reímos.

Agarro la bandeja y me acerco al hombre que apenas acaba de entrar y se sentó una mesa cerca de la ventana.

Un hombre guapo de traje, una cara nueva, aunque parece como si le hubieran dado una mala noticia o quiere asesinar a alguien.

No sé por qué tengo la manía de observar a las personas y analizar sus facciones. Creo que llevo demasiado tiempo siendo camarera cuando debería haber ido a la Universidad y elegido una carrera. Ni modo, es lo que toca y no me quejo. Al menos tengo trabajo, las propinas son buenas y el horario es cómodo.

—Buenos días, bienvenido a la ciudad del fin del mundo y al restaurante Peco, ¿qué desea ordenar?

—Café solo y para comer nada de momento, estoy esperando a alguien. —responde sin prestarme atención, pues está enfocado su teléfono.

Puedo deducir que no es un turista y puede ser un obsesivo del trabajo que está aquí por trabajo.

Sirvo el café que pidió y coloco una pequeña galleta de naranja en el plato y un vaso de agua. Cuando llego a la mesa, una mujer guapa de cabello rubio oscuro, está sentada con él. ¿Será la novia? No parece. Él luce formal y elegante y da la apariencia que sale con mujeres sofisticadas que se viste de manera elegante todo el tiempo. La mujer viste ropa colorida de montaña. Tal vez sea algo de trabajo.

¿Por qué estoy analizando la relación de ellos dos? Ni yo misma me entiendo.

Saludo a la mujer y dejo el café para el señor.

—¿Puedes traerme un vainilla latte con caramelo y una dona glaseada? —dice la mujer dibujando una amable sonrisa—. Y un capuccino.

—¿Beberás ambos? —pregunta el hombre.

—No, es para Cian. Me dijo que está llegando y que pidiera por él. El capuccino es su favorito.

Anoto los pedidos.

—¿Algo más? Pregunto para evitar volver por tercera vez.

—No debería molestarte, es tu trabajo. ¿No? —espeta con rudeza.

—¡Rex! No puedes ser grosero con ella—la chica me mira—. Disculpa a mi hermano, es abogado y las leyes le han atrofiado la amabilidad.

Sonrío.

—No te preocupes, una se termina por acostumbrar a toda clase de clientes. Tal vez debería considerar buscarse una mujer que le dé placer y así se relajaría.

—¿Disculpa?

La rubia ríe.

—Tiene razón. Me agradas.

Me encojo de hombros.

En ese momento llega otro hombre, uno muy parecido al tal Rex, aunque este viste con ropa casual y parece más amable.

—Llegué a tiempo porque muero de hambre. Quiero un sándwich completo de pollo.

—Ya te ordené el capuchino.

—Gracias, Willa—me repasa con la mirada—. El sándwich también. Gracias.

Anoto el último pedido y lo paso a la cocina para que preparen el sándwich mientras yo me ocupo de buscar la dona y hacer los cafés.

Miro hacia atrás dándome cuenta de que el tal Rex me observa, aunque aparta la mirada enseguida y la centra en sus acompañantes, quienes son sus hermanos. Tiene sentido, los tres son muy parecidos.

Coloco todo en la bandeja, agrego el sándwich y regreso a la mesa. No sé de que están hablando, pero no es un tema agradable porque parecen enojados.

No pongo atención, trato de no escuchar charlas ajenas para no recargar mi mente con asuntos que no deben importarme, pues suficiente tengo con mi vida complicada.

Los tres me ignoran por completo, así que asumo que no quieren nada más, en ese momento entran tres jóvenes turistas y se sientan justo cuando paso al lado y uno me dice que quiere café.

Me detengo y los observo.

—¿Algo más?

—Tres cafés con leche y tu número de teléfono, muñeca. —dice el rubio de ojos azules y me tira un beso.

Ignoro los comentarios y voy a buscar los cafés, los preparo y se los llevo.

—¿Y tu número? —pregunta el rubio.

Apoyo la mano en la mesa y les brindo una sonrisa.




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