Lola dejó las cosas de las compras y prometió regresar en una o dos horas, antes de comenzar a preparar la cena debía arreglar unas cosas con Matilde, la dueña de las cabañas, y terminar su trabajo.
Su hija se quedó con nosotros porque no quiso irse y Willa le dijo que se quedara.
Bebo un trago de mi coca cola y paso las manos por los labios. El beso sorpresa que me dio Lola me dejó pensando. Y saber que no es lesbiana, fue una revelación inesperada que, en el fondo, me alegró. No entiendo por qué. No puedo desearla, pues no planeo tener una relación seria y una aventura con ella está descartada. Tal vez si no tuviera una hija y no viviera a unos pasos de mí, podría considerarlo.
No sé por que estoy pensando en lo de la aventura cuando es posible que yo no le guste a ella. El beso me lo dio para probar algo, fue sin importancia y dudo que esté pensando en eso mientras yo no dejo de darle vuelta al asunto.
Ella me cree un arrogante y quejoso, no la culpo porque no fui amable con ella cuando apenas la conocí. No entiendo que me pasó.
—Rex.
Alzo la cabeza y miro a mi hermana.
—¿Qué pasó, Willa? ¿Y la niña?
Sonríe.
—Con Cian, quien decidió darse un descanso y mostrarle unas cosas en su computadora. Es muy curiosa.
Sonrío.
—Estás encantada con ella.
—Me identifico con ella. Salvo que ella tiene una buena madre a pesar de no tener padre. Lola es sorprendente. Ha pasado por mucho y sigue en pie, todo por su hija.
Arrugo el ceño.
—¿Te refieres al abandono del padre de su hija?
—No—toma asiento, me quita la coca de la mano y le da un trago—. Matilde me contó que la madre de Lola estuvo enferma mucho tiempo y el padre se fue con todo el dinero. Dejó a Lola en la calle y a su esposa en el hospital.
Abro los ojos con sorpresa.
—¿En serio?
—Sí. Lola se quedaba con una amiga hasta que la madre falleció. Matilde le ofreció una cabaña a cambio de que la ayudara a administrar el lugar y ella aceptó porque estaba embarazada y ya no podía quedarse con la amiga. Trabaja como camarera y también aquí para que no le falte nada a su hija y para terminar de pagar un préstamo que pidió para comprar su auto.
—¿Por qué te contó eso la señora?
—Porque a la señora le gusta hablar y yo sé como sacar información. Quería saber más sobre Lola porque me agrada.
—No debería andar divulgando esa información. Tú tampoco.
Se levanta.
—Solo te lo comenté a ti porque te gusta. No planeo publicarlo.
—Ella no me gusta.
Mi hermana ríe.
—Noté como la miras. Tal vez no te hayas dado cuenta ni tú.
Niego con la cabeza.
—No digas tonterías.
—¡Willa! —llama Cian.
La aludida ingresa a la casa riendo. ¿Por qué piensa que me gusta? Me agrada, me parece guapa, nada más.
Mierda. Ni yo sé lo que siento.
Me levanto y entro en la casa, Valentina aparece con una sonrisa y se acerca a mí para contarme que Cian le mostró un par de cosas geniales en la computadora, aunque le pareció aburrido.
—¿Por qué te quedaste a escucharlo si te pareció aburrido?
Se encoge de hombros.
—Porque él parecía emocionado hablando y no quería herir su corazón. Si no me cayera bien, le hubiera dicho que es aburrido, pero me cae bien—toma mi mano—. ¿Quieres dibujar conmigo? Tengo mis cosas en la mochila.
—No soy buen dibujante y debería…
—No te peocupes… Digo, preocupes—ríe—. Yo te puedo enseñar.
Me río.
Aunque debería revisar el correo y redactar un contrato que debo enviar para un cliente, termino sentándome a dibujar con Valentina.
Cian sale de su habitación y va a la cocina diciendo que tiene hambre, Willa le cuenta que Lola va a prepararnos la cena y puede comer un snack y darme las gracias por hacer las compras.
Mientras observo a mis hermanos, pienso que tenemos que tener una charla. Necesito saber por qué perdimos el contacto y esforzarnos para que no suceda de nuevo cuando cada uno regrese a su vida una vez que todo esté arreglado.
Dejo a Valentina pintando y voy a la parte de la cocina donde Cian prepara un sándwich para él y Willa se pone a tomar mates porque ella vive con el mate.
—¿Por qué perdimos el contacto? —pregunto de repente. Ambos me observan—. Admito que yo no era tan unido a ustedes como ustedes dos, aun así, no nos llevábamos mal. Somos hermanos, vivimos lo mismo y estuvimos años sin saber casi nada del otro. No sabía te divorciaste, Cian, y tampoco sobre tu trabajo, Willa. Cian, somos mellizos.
Él relame los labios y pasa la mano por su cabello.
—Te fuiste antes que nosotros. —dice Cian.
—Podías haber ido conmigo.