Rex Heaton

Capítulo 9: Lola

—Yo me ocupo de los platos. —dice Cian.

—No me molesta.

—Insisto. Mi ex mujer me hacía lavar los platos luego de que ella cocinara y nunca me quejé porque me parece lo correcto. Mi padre decía que era el trabajo de la mujer, sin embargo, difiero.

Sonrío y me hago a un lado.

—No voy a discutir.

—Si depende de Willa, creo que las cosas se acumularían hasta que no haya nada más limpio. Ahora está usando a tu hija de excusa para evitar lavar.

Sonrío mirando a la aludida jugando a un juego de mesa con mi hija. Ella es maestra y ama los niños, por lo que no me sorprende que sea buena con Valentina. Mi hija es un amor siempre que la persona le agrade, sino puede ser un autentico diablillo con cara de ángel.

—¿Y Rex?

—No cocina y no lava. Tiene a alguien que se encarga de eso, aunque no dejaría acumular los platos sucios porque es bastante ordenado y le gusta la limpieza.

—¿Estuviste mucho tiempo casado?

—Cinco años.

Silbo.

—Bastante. La relación más larga que tuve fue con una planta durante un año hasta que decidió morirse… Bueno, en realidad yo la asesiné al no ponerle agua como correspondía.

Él ríe, yo no porque no es broma.

Mis relaciones no pasaron los tres meses. Es como el tiempo límite. Si duraba más… Bueno, no duró más que eso con nadie, así que no se, tal vez me casaba.

—Puedes estar años con una persona sin conocerla realmente o estar dos meses y sentir que la conoces.

Agarro un plato, lo seco y lo guardo sabiendo a donde va porque suelo encargarme del orden y de la limpieza de las cabañas cuando la que lo hace no puede.

—Muy cierto. No te voy a preguntar que sucedió. Asumo que algo no muy bueno porque noto la tristeza cuando hablas sobre tu matrimonio fallido, pero tal vez podrías hablar con tus hermanos o con alguien de confianza. No es bueno guardarse todo—me encojo de hombros—. Es solo un consejo.

Guarda silencio durante un momento con la mirada algo perdida.

—Gracias, Lola. Willa tiene razón, serías buena pareja para Rex.

Contraigo la mirada.

—¿Qué, qué? Por favor. Tu hermano es tan amargado que mataría la planta con la mirada.

—Solo es una opinión.

—Bueno, opina de otras cosas con más lógica.

Alza las manos llenas de detergente en señal de rendición.

—Lo siento.

Cian ríe a carcajadas y yo abandono la cocina como cobarde huyendo de la policía.

Lo último que me falta es pensar en una relación, menos con el abogado. Yo estoy en ayuno de hombres y estoy muy bien. Por el momento, no he tenido deseos de comer y espero seguir así porque soy un completo desastre a la hora de elegir hombres y la que termina con el corazón roto soy yo.

Rex es un hombre que está de paso y no le interesa tener una relación, aunque el sexo no vendría mal. Jemima dice que debo tener telas de araña en el interior y es posible que sea cierto.

Suena mi celular y escapo afuera buscando aire y usando la llamada como excusa.

Respondo sin mirar quien llama y no hay nadie. Se escucha una respiración y enarco una ceja.

—¿Quién anda ahí? Escucho la respiración. Mire, si es una broma o quiere asustarme, pierde su tiempo. Soy una persona muy positiva y comprensiva, sin embargo, tengo mis momentos en donde no tengo ganas de aguantar llamadas misteriosas de película de terror. Vaya a buscar un poco de sexo por ahí o pruebe el gimnasio y deje de molestar—cortan. Miro el teléfono—. Encima que llama a esta hora, no habla y me corta dejándome con las palabras a la mitad. Qué mal educado.

—La mayoría de las personas se asustarían si reciben una llamada así.

Me sobresalto llevándome una mano al corazón.

—Tú me asustaste—sonríe—. Yo no soy como la mayoría de las personas.

—Eso es cierto. Supongo que por eso me generas intriga.

—¿Yo? Ni que fuera libro de thriller.

Descruza una pierna y se levanta sin dejar de sonreír. ¿Por qué sonríe? Creo que estoy más acostumbrada a su seriedad y comentarios amargos que a su sonrisa. Y tengo debilidad por las sonrisas masculinas, también por los traseros y las manos masculinas, aclaro, pero sobre todo por las sonrisas masculinas.

—Me gustaste cuando te conocí, luego creí que eras lesbiana y pensé: no puede gustarme una lesbiana.

—Si te puede gustar, aunque sea pérdida de tiempo.

Da un paso hacia mí y yo uno hacia atrás.

—Es cierto. Cuando descubrí que no lo eras, tuve una mezcla de emociones. Me gustas, pero no busco una relación seria, ya que me iré en unos meses una vez que todo el lío de la herencia esté resuelto. Tu hija me agrada, si bien no deseo una hija.

—¿Qué quieres decir?

—Eso mismo, que me gustas y que me dejaría llevar, pidiéndote que te dejes llevar si quisieras una aventura sin ataduras ni compromisos.




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