Rex Heaton

Capítulo 11: Lola

—Aquí tienes, mami. —dice mi hija entregándome el botiquín de primeros auxilios.

—Gracias, cariño.

Meto los pies en el agua tibia y relajo los dedos. Valentina se agacha y observa con mirada analítica y sin mostrar señal de asco por las ampollas lastimadas.

Sabía que no debía usar esos zapatos, pero no pensé que hoy tendría que trabajar horas extras y que el restaurante estaría lleno de gente, al tal punto que apenas tomé asiento por cinco minutos y caminé mucho. No fui consciente de mi dolor de pies hasta que terminé de trabajar y sentí ardor al caminar.

Al menos ahora puedo descansar en casa y mañana tengo el día libre.

—¿Te ayudo? —pregunta al ver que abro el botiquín y saco la crema antiséptica y las vanditas redondas.

Le brindo una sonrisa.

—No hace falta.

—Yo quiero ser doctora cuando sea grande.

—Y serás una estupenda.

Un golpe en la puerta me hace levantar la cabeza. Val se pone de pie y mira la puerta.

—¿Puedo abrir?

—Pregunta quien es.

Ella asiente y corre a la puerta mientras yo comienzo a secar mis pies con mucha delicadeza. Escucho a mi hija preguntar quien es y al oír el nombre de Rex casi dejo caer la fuente con el agua.

¿Qué hace aquí? Lo he estado evitando al no saber que responder a su propuesta. Seguramente se cansó de esperar y no tomó mi silencio como un no.

Me quiero dejar llevar, pero temo involucrarme más de la cuenta. Si fuera alguien al azar o que no tuviera contacto con mi hija, sería diferente, pero lo tiene. Sin embargo, no he tenido el valor para decirle que no en la cara porque no confío en mí misma. Soy capaz de decirle que no y luego tirarme encima de él buscando besarlo y desnudarlo como monja que dejó los hábitos luego de años en celibato.

Yo estaba bien con mi ayuno. ¿Por qué tuvo que aparecer él para arruinarlo? Sería más fácil si no fuera guapo o no viviera cerca.

—Mi mami tiene los pies lastimados por unos zapatos malos. —escucho a mi hija decir y río.

Rex aparece frente a mí, tan guapo, con el cabello castaño claro con ondas y vistiendo ropa deportiva. Es la primera vez que lo veo con otra ropa que no sea formal. Solo me falta verlo en traje de baño y desnudo.

¿Ya ven? No puedo confiar en mí misma.

—¿Estás bien? —se arrima con preocupación y mira mis pies con ampollas y con las uñas pintadas de color rosa.

—Sí, no sería la primera vez que sucede.

—Los zapatos la lastimaron porque hizo horas dextras y caminó mucho. —explica mi hija.

—Estarán bien un par de días, solo debo vendarlos y usar zapatos cómodos unos días.

—¿Qué haces aquí, dino Rex? ¿Viniste a verme o a mi mami?

Destapo la crema y comienzo a aplicarla haciendo una mueca de dolor e intentando evitar a Rex lo más posible. Mi hija sabe como distraerlo y él le da mucha atención.

—Vine a ver a tu madre y quería saludarte.

—¿Vale, ordenaste la habitación como te pedí?

Ella llena de aire sus mejillas y lo expulsa con fuerza. No entiendo por qué le gusta hacer eso.

—¿Por qué debo armar mi cama si ahora la voy a desamar para irme a dormir?

—Porque duermes más cómoda, sino las cobijas se caen y te puedes enredar con las sabanas. —responde Rex.

Mi hija lo estudia con la mirada.

Yo le iba a decir porque es lo correcto, pero la respuesta de Rex viene bien, así que, no digo nada.

—¿Tú lo haces? —cuestiona mi hija.

—Apenas me levanto.

Ella sonríe.

—Igual no estaba haciendo referencia a la cama—aclaro—, sino a tus juguetes tirados por todos lados. Fui a buscar tu pijama y me encontré varios bloques dispersos y tus muñecas. Hiciste la tarea de la escuela y no guardaste nada, después vas a la escuela con la mitad de las cosas.

—¿Si lo hago me das una galleta?

—No, si lo haces evitarás quedarte sin galletas el resto de la semana.

Abre la boca y la vuelve a cerrar.

—Dino Rex está aquí.

—Ve a ordenar—le dice—. Te prometo que no me iré sin despedirme.

—No, se supone que tienes que estar mi lado.

Él ríe.

—Estoy de tu lado y por eso te digo que vayas a ordenar y no te quedes sin galletas.

—Promesa—extiende el pulgar y Rex lo observa—. Es promesa de pulgar, tonto. El de meñique está muy quemado.

Rex ríe y cierra la promesa con el pulgar. Valentina se va a su habitación y Rex se arrodilla frente a mí.

—¿De dónde sacó lo de la promesa de pulgar?

—Se lo dije yo… ¿Qué haces? —pregunto cuando me quita la crema de las manos y se coloca un poco en el dedo.

—Te ayudo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.